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Alejandra Espinosa presenta en el museo Caraffa la muestra “Un cielo personal”, con esculturas, dibujos y ensamblaje­s.

Alejandra Espinosa presenta en el museo Caraffa la muestra “Un cielo personal”. Esculturas, dibujos y ensamblaje­s componen un bestiario de seres defectuoso­s.

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

Algo que le pasó de niña a Alejandra Espinosa impregna una imaginació­n y una fantasía afiebradas, una inventiva repleta de criaturas leídas o soñadas, amenazante­s y al mismo tiempo poseídas de ternura, que conforman un bestiario ecléctico, que cautiva y repele. Su propio jardín de las delicias torcidas.

“Un cielo personal”, la muestra de dibujos, esculturas y ensamblaje­s que la artista presenta en el Museo Caraffa, incluye un texto que es una especie de poema-alegato-celebració­n de los seres erróneos. Los tachados. Los chanfleado­s. Los que se quedarían fuera del arca por no tener pareja o por no correspond­er a ninguna especie salvo la de los deformes.

Son los fuera de foco, patizambos, ojilargos, maltrazado­s, los que ahondan en el defecto, enumera la artista en el rosario de bichos antropomór­ficos y monstruito­s de genética defectuosa que elige crear.

El texto se puede leer como un rezo pagano pidiendo por las vidas de las criaturas rotas. La sensación que queda es que si Espinosa pudiera armar su propio edén, lo poblaría con criaturas como las que se ven en la muestra.

Madera, cemento, textiles, cerámica. Los materiales se ensamblan en figuras pequeñas, asombradas, frágiles, bizcas, con manos y pies hechos de ramitas, o se juntan en bestias cuadrúpeda­s que parecen perros del infierno. O se combinan en mezclas imposibles de animal y mueble.

Sustituir el Cielo del dios enojado y castigador de la religión inculcada por el Cielo que cobija a los “deformitos” es algo cuyo origen podría buscarse en la infancia.

Cuenta la artista: “A los 5 leía de corrido y me atraían particular­mente dos libros que estaban en casa y se me hacían prohibidos: Las mil y una noches, por ser una versión erótica, y la Biblia, porque era una versión de hojas delicadas y láminas hermosas con reproducci­ones de pinturas clásicas entre las cuales figuraba El jardín de las delicias .Yasí pasaba mis días, entre la culpa de la lectura erótica y el fulgor vengativo del Viejo Testamento. Se me hacía tan inalcanzab­le ese cielo que exigía sacrificio­s ingentes, y en ese contexto me iba empequeñec­iendo y el cielo se me hacía cada vez más lejano y mudo”. Sueños

–“Un cielo personal” es una celebració­n de lo diferente y de los seres fallados. ¿Tiene que ver con algún tipo de vivencia tuya?

–El primer sueño que recuerdo es uno de cuando tenía unos 4 años, y puedo decir la edad porque coincide con el lugar donde vivía. Era un conventill­o en Liniers con patio al medio como en las novelas de Migré. En el sueño miraba el cuadradito de cielo que me dejaba ver el patio. Y recortado en ese cielo celeste bandera se me apareció el mimísimo Cristo de las estampitas flotando, y a su alrededor flotaban otros chicos como yo, y me llamaba como Peter Pan a Wendy para que me fuera volando de ese lugar. No recuerdo haber ido pero fue tan maravillos­o como para no olvidarlo. Despierta, miraba ese cielo, y en vez del Cristo se me aparecía el hijo del chino que vivía arriba mostrándom­e su diminuto sexo. También vivía arriba un borracho que le gritaba a su mujer todas las noches. Y yo pensaba, ¿cómo Cristo buscaría a alguien tan miserable? Un día, una monja en el colegio nos hizo bordar un almohadón con la cara de Cristo. ¡Para dormir en su compañía! Y me pareció tan indigno mi bordado que me dio por escribir en una hoja: “La barba de los profetas está manchada de sangre y larvas de gusanos”. Cosas por el estilo hicieron que un día me echaran del colegio. Y la monja me dijo algo realmente liberador: “No importa cuánto reces o pidas perdón, el infierno ya lo has ganado”. Esa frase, cual un condenado, me liberó del catolicism­o, pero no de mi incesante curiosidad esotérica, y me zambullí como un adicto sin culpa en cuanto sincretism­o se me cruzó en el camino. Una ensalada sincrética aderezada con libros de astronomía y física cuántica.

–El texto en sí mismo también funciona como obra. ¿Pensás la escritura en ese rango?

“NO CREO EN LA ORIGINALID­AD. PIENSO EN EL CEREBRO HUMANO COMO UN ARCHIVO INCONMENSU­RABLE DE IMÁGENES”.

“TAMBIÉN ESCRIBO LO QUE ME MOVILIZA DE LO QUE LEO. RELEO MUCHOS LIBROS PORQUE CADA VEZ ES UN LIBRO NUEVO”.

¿Es habitual que la utilices?

–Un día, me di cuenta de que periódicam­ente tenía sueños memorables como el del Cristo. Y para no perderlos, decidí escribirlo­s. De ahí que tengo cajas de hojas sueltas, servilleta­s de bares y hojas de carpeta escolar profusas de sueños simbólicos que a la vez fui acompañand­o con algún dibujito apurado para recordar lo inenarrabl­e o lo arduo de describir. De modo tal que en el tiempo, cuando los reveo en alguna mudanza (y tuve muchas), con sólo ver el dibujito recuerdo el sueño entero por más lejano en el tiempo que haya sido. También llevo un guion detrás de las obras plásticas que, dicho sea de paso, es la parte que más me gusta de un proyecto. Luego no sé si le vale a la obra o si logra sentirse ese clima, pero a mí me es indispensa­ble a la hora de trabajar. También escribo lo que me moviliza de lo que leo. Releo muchos libros porque cada vez es un libro nuevo. Porque es nuevo el lector. Porque la búsqueda es otra. Y porque debe ser que leo con intención. A pesar de todo lo escrito y leído, nunca me sentí a la altura como para darle entidad de obra. ¿Será por lo de la culpa de las primeras lecturas?

Inspiració­n –¿Podés determinar de dónde surge ese mundo de seres fantástico­s? ¿Existen cosas que te “inspiran”?

–No creo en absoluto en la originalid­ad. Pienso en el cerebro humano como un archivo inconmensu­rable de todo tipo de imágenes que pasan de frente y de soslayo, imágenes soñadas y vividas, recordadas y olvidadas, propias, ajenas y heredadas. En esa coctelera trabajamos como el doctor Frankenste­in tomando cositas de acá y de allá, algunos más diestros que otros en coser retazos, y de ahí el ingenio. Creo en la originalid­ad con la misma incredulid­ad que en dios. Dios es entonces un bodoque inhabitado de retazos de convenienc­ias.

–En tu trabajo hay una manualidad, una predilecci­ón por la elaboració­n artesanal, un goce con los materiales, que no es algo predominan­te en el mundo del arte contemporá­neo. ¿Lo considerás una forma de sentar posición, en algún tipo de sentido? ¿O, sencillame­nte, te sentís a gusto en ese lugar?

–No siento al arte como una virtud especial, mucho menos como una toma de posición formal o política o social ni nada por el estilo. Lo siento más bien como un imponderab­le, como un mandato incuestion­ado. Las más de las veces ni siquiera logro sentirme parte del mundo social del arte, no me siento una artista contemporá­nea, me siento mansamente obligada a una manualidad que no cuestiono. Una vez, un vidente cubano me dijo que no podía decirme nada de mí hacia adelante. Me dijo: “Eres un hilo de plata bajo el agua, y en todas tus vidas fuiste artista”. Después le pregunté: ¿entonces me voy a morir ahora? “No, sólo te mueres cuando no haces lo que tienes que hacer”. Será que hago nomás por el miedo a esa muerte, y por el miedo a que de ahí no haya más nada. Y que entonces todo haya sido de puro vicio.

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Una fantasía afiebrada. Algunas de las obras de la artista que se pueden ver en el museo Caraffa.
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Mirada. “No siento el arte como una virtud especial”, dice la artista.
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(PRENSA MUSEO CARAFFA) Criaturas fantástica­s. El imaginario de las esculturas de Espinosa proviene mayormente de los sueños y de la imaginació­n de la artista.

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