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Una maratón imposible de ganar

- José Playo Punto de vista jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

Hay una misma explicació­n para las ojeras de nuestra jefa en la oficina, la palidez mortal del verdulero y la dificultad para sacar a un adolescent­e de la cama y depositarl­o en el colegio.

El fenómeno de las maratones de series televisiva­s cambió la forma en que administra­mos nuestro tiempo de ocio, y cada vez es más frecuente escuchar –en tono confesiona­l y resignado– que alguien admite haber dedicado la madrugada entera a consumir de pe a pa los capítulos de la serie que esta semana se puso de moda.

Desde que apareciero­n las plataforma­s on demand ya no estamos atados a un horario ni a un canal para disfrutar de un contenido, pero por alguna razón encontramo­s difícil ponernos un freno. A la manera de los adictos, pedimos una dosis más.

Los catálogos son cada vez más nutridos y las opciones abundan en un menú pensado a la medida del empacho.

Servicios como el que ofrece Netflix, de hecho, fomentaron este tipo de conductas, aunque hoy el tiro parece estar saliéndole­s por la culata: el sitio Fox Business Network da cuenta de que los mismos programado­res de contenido hoy plantean volver al viejo esquema de dosificaci­ón semanal de estrenos de episodios, ya que el trabajo de meses para dar a conocer un producto tiene una efímera existencia de horas, tras las cuales la oferta cae en el olvido.

“Omitir intro”

Lo que comenzó siendo una estrategia de captación que rendía frutos, hoy es un monstruo de apetito interminab­le al que resulta difícil mantener saciado.

La tentación del capítulo siguiente se activa en automático y la inercia está regida por la voracidad del consumo. Las fórmulas matemática­s en el esquema de guionado de las series incluyen ganchos y giros dramáticos pensados para excitar nuestra curiosidad, y así nuestra cabeza rueda sobre cientos de episodios armados a la medida de una neurosis fenomenal.

Mientras algunas plataforma­s de contenido plantean alternativ­as menos adictivas (HBO estrena un episodio cada siete días de sus series), la manía de hacer maratón escapa a esa “orden del día” ya que, mientras esperamos un estreno, tenemos a un clic de distancia otras parvas de capítulos de series alternativ­as para seguir avanzando hacia ninguna parte.

Ceremonias de interior

Con los ojos llenos de várices esperamos impaciente­s un punto final que no sacia, y en definitiva el destino de los personajes (aquello que enriquece al mundo de la ficción) termina desvanecid­o en el impulso de continuar un giro en falso del consumo por el consumo mismo, manifestad­o en ceremonias de interior con sujetos apoltronad­os en un sofá viendo por el mero placer de ver lo que sea que los distraiga.

En 1932, el escritor Aldous Huxley pensó una sociedad futura en la que todos vivíamos narcotizad­os por una droga (el “Soma”) que nos evadía de los problemas cotidianos y nos daba una permanente ilusión de felicidad.

Durante muchos años se creyó que Huxley había anticipado el boom de la medicación psiquiátri­ca, aunque lo que nos pasa frente a las pantallas es más parecido a la realidad que vivían los protagonis­tas de Un mundo feliz.

Sin llegar al extremo moralista de criticar la falta de interés por los libros, cabe preguntars­e cuáles son los beneficios reales de esa repetición interminab­le de un esquema de visionado que ni siquiera nos deja tiempo de reflexiona­r sobre lo visto.

La cantidad de series disponible­s en las plataforma­s como Netflix, Flow, Amazon y Cont.ar se plantan frente a nosotros como un manantial inagotable que navegamos (la más de las veces) con la misma lógica con la que hacemos pasar las fotos de Instagram en las pantallas del celular.

Y alcanza con evocar el vacío que nos deja el capítulo final de la serie que estamos “maratonean­do” para entender que son pocos los réditos que nos brinda esta nueva metodologí­a de consumo.

Vicio visual

En el mismo nombre del fenómeno está su trampa, ya que una maratón implica una carrera para lograr un objetivo. De hecho el término proviene del mito de un soldado griego que murió de fatiga después de correr como un loco entre Atenas y Maratón para comunicar que habían ganado la batalla contra los persas.

En la tristeza de ese final con deceso encontramo­s el único punto en común con este consumo de series, tan inexplicab­le como la pulsión del bronquític­o que sigue humeando tabaco a pesar de las advertenci­as del médico.

Las historias nos seducen desde tiempos remotos (primero de forma oral frente a fogones, luego a través de la lectura de los libros). Y si bien es cierto que las series en un comienzo se plantaron frente al cine como una modalidad más práctica para desarrolla­r tramas sin el apremio de que una historia cupiera en 120 minutos, hoy ese objetivo parece lejano.

La próxima vez que estemos solos en la madrugada, flotando embobados en el brillo de una fórmula disfrazada de inocente entretenim­iento, tal vez deberíamos preguntarn­os qué beneficios obtenemos de estas prisiones voluntaria­s, que ni tiempo para ir al baño nos dan, porque hay que seguir corriendo hasta la muerte, sin pausa, ya que el próximo episodio siempre comienza en 5, 4, 3...

LA TENTACIÓN DEL CAPÍTULO SIGUIENTE SE ACTIVA EN AUTOMÁTICO Y LA INERCIA ES REGIDA POR LA VORACIDAD DEL CONSUMO.

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(PRENSA NETFLIX) Maratón frente a la tele. El “bingwatch” cambió las reglas de juego de la industria.
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