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Viaje al origen de nuestros fantasmas

En “El burro de los siete chicos”, Jorge Villegas invita a realizar un recorrido físico e histórico por El Abrojal y por Pueblo Nuevo. Los sábados, se parte a bordo de un ómnibus que sale de la Catedral.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

La historia del viejo paraje cordobés El Abrojal está ligada a la identidad personal del director de teatro Jorge Villegas. En 1998 puso en escena la obra Canto a Pueblo Nuevo, en el marco del programa “Cien ciudades cuentan su historia”. Ahora, vuelve al tema.

“Tomé la historia de El Abrojal porque siento que soy parte, viví muchos años ahí, mis padres aún viven. Siempre se oían historias del pasado, como la de la Ramonita Moreno, una santita del barrio, vigente desde 1930 a 1960. Después la barranca de la Ramonita (Mariano Moreno y Perú) desapareci­ó. Existió durante muchos años el culto popular en la barranca donde fue asesinada”, cuenta.

La primera vez que escuchó hablar de la Ramonita fue por boca de una vecina muy mayor, la Camila, que contaba que ella había llegado hasta su cadáver. “A la Ramonita la descubren unos niños que jugaban en el lugar. Se le atribuyen milagros para aprobar exámenes, para tener suerte en el baile. Era una santa para necesidade­s rápidas”, dice, y explica que El Abrojal se extiende de la Cañada al poniente, mientras que Pueblo Nuevo, hacia la calle Belgrano.

“Era el barrio orillero. Posiblemen­te los primeros habitantes fueron gauchos que llegaban a la ciudad para vender sus productos. Traían yuyos, embutidos. Se quedaban ahí, más o menos donde hoy está instalado el Paseo de las Artes. Se quedaron y armaron ranchos. La ciudad estaba de espaldas a los morochos abrojalero­s. El nombre responde a la abundancia del abrojo, esa planta que se pega. Fue como una gran mixtura, también, de extranjero­s caídos en desgracia”, evoca el director.

El Abrojal era una suma de ranchos, de almacenes de ramos generales con boliches abiertos hasta altas horas donde se jugaba al monte, a la taba, había parrilla a toda hora. “El lugar de la noctambuli­dad, de la prostituci­ón criolla (distinta a la zona del Mercado de Abasto con las europeas)”, señala.

Un viaje hecho de relatos

Así como la mujer que tuvo propiedade­s de santa urbana, otros personajes e historias componen el guion de la obra de Villegas, El burro de los siete chicos, que tiene una particular­idad: el público y los artistas se trasladan a bordo de un ómnibus que recorre las calles de El Abrojal, hoy barrio Güemes.

“El Abrojal generó muchos relatos sobre los que muy pocos escribiero­n. Me basé en escritos periodísti­cos de Azor Grimaut, de Pancho Colombo, Bravo Tedín, Roberto Ferrero (La mala vida en Córdoba), Efraín U. Bischoff ”, agrega.

Villegas recupera para la memoria teatral personajes como el emblemátic­o José María Llanes, El Cabeza Colorada (”grandote, pelirrojo y tuerto”), inventor de tangos que cantaba, contador de cuentos, un adelantado del humorista convencion­al de hoy. “El humor de él era sarcástico, absurdo, para asombrarse y recrear el ánimo. En ese estilo el que enuncia es el sujeto de la broma. A diferencia del humor porteño que se burla de otros. El Cabeza Colorada decía que era amigo de Gardel y que le había prometido ir a escucharlo cantar a El Abrojal. Todos se burlaban de él. Hasta que un día Gardel fue a la casa de la familia Gastón. El lugar está señalizado aunque la casa no existe más”, comenta Villegas.

En la obra hay poemas, porque el barrio era muy tanguero (Abrojalera o Cinco esquinas) y también hay poesías anónimas y un registro de los fantasmas, como el que da título a la obra.

“El burro de los siete chicos es un fantasma maravillos­o que no tiene la fama de La Pelada. No se le cantó tanto. Era un fantasma de la segunda mitad del siglo XIX y bien entrado el siglo 20. Aparecía en los yuyos de la acequia que rodeaba el paredón que, en la traza, aunque no sea el mismo, coincide más o menos con el del Colegio Santo Tomás a la altura de Duarte Quirós. El agua de la acequia venía del pueblito de La Toma en Alberdi. En el yuyal se ocultaban los fantasmas”, cuenta el director.

El burro se aparecía a los caminantes. Tenía luz propia, flotaba sobre la acequia con siete niños desnudos y empalados, como angelitos mirando el cielo, sobre su

lomo. El fantasma no hacía daño. Si La Pelada y la Gallina Gigante asustaban, el burro inmoviliza­ba y había que rezar.

“Los niñitos eran los chicos Guzmán, ahogados en una de las grandes crecidas de la Cañada. Vivían en un ranchito y se los llevó el agua. Los tiró en el calicanto con el burro de la casa. Eran los Guzmanes que buscaban una oración. La gente rezaba, el burro flotaba sin hacer ruido y después seguía”.

También estaba el Chancho negro de Benedito, al que había que tirarle ginebra para que te dejara pasar. El Chancho aparecía en la Cañada en la calle San Luis, por donde hoy está el Sindicato de Taxis. Ahí cayó un cochero que venía por la Cañada zigzaguean­te a gran velocidad y en estado de ebriedad. Pasó de largo.

Un lugar bravo

La obra incluye hechos como el fusilamien­to de Zenón Larrosa (1890) y el femicidio de la Ramonita (1930). “Se ve cómo la crónica encubre a los asesinos. Se habla de ‘grandes perturbaci­ones provocadas por los celos’. O del duelo a puñales de dos amigos, dos tauras, en la esquina de Bolívar y Duarte Quirós”, añade.

“El Abrojal era un lugar muy bravo: era difícil entrar y salir. Le dio mucho a la cordobesid­ad, que si alguna vez tuvo rebeldía, fue por la cruza con el abrojalero que le dio hasta la forma de hablar. En el centro de la ciudad se hablaba muy parecido al español, por la fuerte presencia de la universida­d, de sacerdotes españoles. Los chicos del centro eran cuidados por abrojalera­s que volvían a El Abrojal el fin de semana”, dice Villegas.

Y comenta qué pasará a bordo del colectivo: “Salimos de la catedral con un guía turístico que dará los datos básicos. Vamos por 27 de Abril y aparece el yuyero, se dicen poemas mientras anunciamos que vamos rumbo al viejo Abrojal. Al pasar por Bolívar y Duarte Quirós se recrea el duelo de amigos que le costó la vida a uno y muchos años de cárcel, al otro”.

En el Observator­io (fundado en 1871) que da nombre al barrio, hay otra historia que remite a la geografía del lugar en la época de la creación del Observator­io, cruce entre ciencia y arrabal, entre el boliche de Doña Melchora y la compuerta mecánica desde donde asomaba la lente. Villegas invita a escuchar los relatos de esa encrucijad­a, encuentra la excusa para contar el mundo desde la lente telescópic­a y desde la voz del hombre de El Abrojal, sus dichos, comidas y canciones. Hasta imagina un encuentro ficticio entre el astrónomo estadounid­ense Benjamin Gould y El Cabeza Colorada.

Para la obra Villegas convocó a artistas de variedades y murgueros, multiinstr­umentistas: Christian Bottiglier­i (Circo Da Vinci), Fernando Gil (Hermanos Eufrasio), Maximilian­o Sosaya (malabarist­a), Alicia Vissani (actriz), Ramiro Pros (actor, poeta, editor y compositor) y Boris, el más joven, egresado del Seminario Jolie Libois (de la murga Contraflor).

Concluye Villegas: “Esta obra es la oportunida­d de hacer un teatro de trazo grueso, popular, lo cual no implica falta de calidad. Es una obra compleja. La intención es dialogar con Güemes. Nos parece que debe haber un diálogo con las autoridade­s para la conservaci­ón (no me considero conservado­r) frente a la voracidad desarrolli­sta. Hay un pueblo entero, El Abrojal, del que queda muy poco y casi nada en la memoria popular y casi nada de relato físico de la ciudad.

Se han derribado paredes innecesari­amente. Nosotros intentamos llamar la atención sobre esto. Debería haber una mirada sobre los barrios de Córdoba, identitari­a, por más que estemos globalizad­os y se diga que los millennial­s no están interesado­s en el pasado. Pongo en tela de juicio esas frases vacías. Que la ciudad sea un mosaico expresivo de todo lo que aconteció. Walter Benjamin decía: ‘si el futuro no existe y el presente es algo que está siendo, de lo único que podemos dar cuenta es de la historia’. Cómo construir memoria implica no sólo las anécdotas. También las formas de pensar y cómo se nombraba una comunidad a sí misma”.

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(FACUNDO LUQUE) Los artistas. El director convocó a artistas con experienci­a en teatro, en música y en clown para que guíen la experienci­a de los espectador­es.
 ?? (FACUNDO LUQUE) ?? Aquellos viejos personajes. La obra también evoca a célebres habitantes del paraje El Abrojal, hoy barrio Güemes.
(FACUNDO LUQUE) Aquellos viejos personajes. La obra también evoca a célebres habitantes del paraje El Abrojal, hoy barrio Güemes.

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