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Un vino hecho y pensado por mujeres

La enóloga mendocina María Celeste Álvaro habla sobre su experienci­a al frente de su propia etiqueta: La Mala María.

- Javier Ferreyra jferreyra@lavozdelin­terior.com.ar

La colorida etiqueta muestra un dibujo de tres mujeres, simpáticas y complacien­tes. Parece un cartel de película o tapa de un cómic.

Detrás de esta etiqueta tan atractiva hay una serie de vinos impecables y una mujer inquieta a más no poder.

María Celeste Álvaro sonríe constantem­ente, revolea los ojos, se muestra fascinada con la recepción del vino. Nada en Celeste deja resquicios para pensar en algún tipo de maldad, alguna referencia diabólica o comportami­ento peligroso. Celeste ganaría cualquier concurso de Miss Simpatía de acá a la China, pero prefiere hacer unos vinos exquisitos y con una etiqueta traviesa.

En el nombre encontró no sólo un homenaje a sus hermanas sino también un atractivo para acercar a las mujeres al vino.

–¿Cómo surge el nombre La Mala María?

–Somos tres hermanas que nos llamamos María: María Celeste, María Belén y María Noelia. Y a raíz de las peleas y diferencia­s que teníamos cuando nos pelábamos siempre quedaba alguna como la mala. Desde chiquitas quedó el tema de llamarnos entre nosotras “la mala María”, y después mientras estudiaba pensaba ¡que buen nombre para un vino! Una de mis hermanas es socióloga y la otra ingeniera industrial, así que les pido opinión, porque además de consumidor­as, sus trabajos tienen que ver con el vino. Me sirve saber lo que piensan y lo que ven en la gente y en el vino.

–¿Cómo surgió hacer tu propio proyecto de vinos?

–Yo estudié en Don Bosco, me recibí de enóloga y trabajé en bodegas grandes: en Peñaflor, Nieto Senetiner y Cadus, en donde me tocó siempre hacer bonarda. Y de ahí me quedó el amor por la bonarda, porque fueron los primeros en hacer monovariet­al con técnicas que lo refinaban. También hago malbec, cabernet franc y espumante. Puse mucha energía pensando que en algún momento iba a hacer mi vino. Y empecé haciendo mil botellas hace 5 años y después empezó a crecer.

–¿Qué te llevó a decidirte por la enología?

–Estaba medio perdida en la adolescenc­ia. Estaba entre ingeniera agrónoma o enología. Era tarde para agronomía así que me metí en enología. Pura casualidad. No tomaba vino, veía a todos tomar y yo recién empecé a tomar vino en tercer año. Cuando entré a la facultad eran 40 hombres y 5 mujeres. Los primeros días de clases fueron deprimente­s. Yo me crié en el centro de Mendoza y Don Bosco es un colegio de curas en el campo, donde no había nada cerca. Me daba pavor, tenía 17 años, todos hombres y había que hacer todo tipo de trabajo de campo, podar, cavar pozos.

–La etiqueta está más cerca del arte que de la descripció­n. ¿Qué efectos produce en la gente?

–El nombre terminó siendo un gran incentivo de compra. Siempre se paran a preguntar la razón del nombre del vino y eso brinda un contacto con la gente. Un señor vino hace poco y me dijo “mi esposa se llama María así que le llevo el vino”. Y la otra virtud es la etiqueta, que es seductora. La hizo una artista plástica que se llama Federica del Olmo, que pintó el cuadro del que salió la etiqueta.

–¡Un vino completame­nte activado por mujeres!

–Yo no había visto nunca mujeres en una etiqueta de vino. Además es un estilo naíf, entre la estética de Almodóvar y la del cómic. Mujeres que acercan mujeres que buscan algo distinto. No había algo femenino en el mundo del vino y las etiquetas generaron eso, un acercamien­to de la mujer al vino desde el propio punto de vista de mujeres que trabajamos en el vino. Y el vino es bien intenso, así que también gusta mucho a los hombres.

–¿Hay complicaci­ones siendo mujer en una industria como el vino?

–Fue complicado trabajar en el vino como mujer. Había que pagar derecho de piso, demostrar mucho y siempre te ponían la vara más alta que la de un hombre. Como en cualquier lugar, más teniendo en cuenta que el mundo del vino es muy masculino. Pero hoy ha cambiado bastante, tenés la posibilida­d de mostrar cosas distintas, meterte en proyectos nuevos. Y cuando lo hace una mujer atrae mucho a las mujeres, se ven reflejadas en la etiqueta, les gusta porque les parece muy femenina, porque nunca habían visto una mujer en una etiqueta. Y además la que hace los vinos es una enóloga. Yo lo hice por gusto propio, y después me di cuenta de que atraía mucho a las mujeres.

–¿Cómo reacciona la mujer ante el vino tinto?

–En general la mujer es más del blanco o del rosado, pero con esta etiqueta se acercan a los vinos más estructura­dos. Es también una cuestión educaciona­l. Con esta etiqueta se meten en los tintos fuertes, que desafían el paladar, que generan una impronta. También hay que buscar que se arrimen con tintos que no sean tan duros, como el cabernet franc. En realidad, un poco fue como que sin querer queriendo que salió la apuesta por acercar a la mujer. No deja de sorprender­me. Cuando voy a ferias o muestro el vino hay siempre buena onda, la etiqueta genera identifica­ción, cercanía, diversión. Y los vinos acompañan con su calidad esta apuesta estética.

LAS MUJERES SE VEN REFLEJADAS EN LA ETIQUETA DE LA MALA MARÍA, LES GUSTA PORQUE LES PARECE MUY FEMENINA.

 ?? (JAVIER FERREYRA) ?? De etiqueta. El nombre de La Mala María tiene un origen familiar y singular a partir de las peleas de niña con sus hermanas.
(JAVIER FERREYRA) De etiqueta. El nombre de La Mala María tiene un origen familiar y singular a partir de las peleas de niña con sus hermanas.

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