La guerra de los psíquicos
A años luz de su antecesora, “Doctor Sueño” apuesta por un relato de aventuras tenebrosas.
En Ready Player One, Steven Spielberg ejecuta un chiste magistral inspirándose en la retromanía: hace del set de El resplandor una experiencia de realidad virtual. La nostalgia no disimula su carácter caprichoso y Spielberg deglute su fascinación por Stanley Kubrick para diseñar una secuencia lúdica. Homenaje y absurdo rompen fronteras, el culto a lo clásico transmuta en herejía pop.
Doctor Sueño constituye lo opuesto: siente un profundo terror por la película de Kubrick y no sabe cómo definir su identidad a través del legado. Ni traición ni réplica, se pierde en un laberinto tonal. Parece una versión naturalista de la saga X-Men, pero de a ratos se despacha con ejercicios de estilo a lo Kubrick: sonidos mínimos, encuadres simétricos, juegos de percepción, diálogos existenciales. Pero los injertos carecen de alma, son intentos por recrear un cine extinto.
En el otro hemisferio de Doctor Sueño yace un cine vigente que responde con obediencia a los diseños actuales de producción, y que por ende destila un tipo de narrativa. Cada decisión de la puesta en escena es un cálculo para imprimir al filme facilidad intelectual y ligereza. Detrás de algunos encuadres “raros” será imposible encontrar un sello poético o una intencionalidad, se impone tan sólo la aparatosidad presupuestaria.
Si en El resplandor la claustrofobia era un requisito para acelerar el desmoronamiento mental de una familia, en Doctor Sueño la tensión se construye a modo de thriller, bajo un nomadismo narrativo que derrocha líneas argumentales (en parte por culpa de King, pero una adaptación puede corregir el desorden).
Hay una secta de brujos milenarios que comen niños, una adolescente psíquica ultra-poderosa, Ewan McGregor como el hijo traumado de Jack Nicholson. Estos eslabones van engarzándose hasta llegar a un incomprensible tercer acto dentro del icónico hotel. Mostrar el set, a diferencia del jugueteo de Spielberg, se revela aquí como una desesperación algorítmica, no hay correspondencia desde lo argumental y menos desde la construcción emocional del protagonista. El desenlace, idéntico a una confrontación de superhéroes, podría haber tenido lugar en cualquier sitio.