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La guerra de los psíquicos

A años luz de su antecesora, “Doctor Sueño” apuesta por un relato de aventuras tenebrosas.

- Lucas Asmar Moreno Especial

En Ready Player One, Steven Spielberg ejecuta un chiste magistral inspirándo­se en la retromanía: hace del set de El resplandor una experienci­a de realidad virtual. La nostalgia no disimula su carácter caprichoso y Spielberg deglute su fascinació­n por Stanley Kubrick para diseñar una secuencia lúdica. Homenaje y absurdo rompen fronteras, el culto a lo clásico transmuta en herejía pop.

Doctor Sueño constituye lo opuesto: siente un profundo terror por la película de Kubrick y no sabe cómo definir su identidad a través del legado. Ni traición ni réplica, se pierde en un laberinto tonal. Parece una versión naturalist­a de la saga X-Men, pero de a ratos se despacha con ejercicios de estilo a lo Kubrick: sonidos mínimos, encuadres simétricos, juegos de percepción, diálogos existencia­les. Pero los injertos carecen de alma, son intentos por recrear un cine extinto.

En el otro hemisferio de Doctor Sueño yace un cine vigente que responde con obediencia a los diseños actuales de producción, y que por ende destila un tipo de narrativa. Cada decisión de la puesta en escena es un cálculo para imprimir al filme facilidad intelectua­l y ligereza. Detrás de algunos encuadres “raros” será imposible encontrar un sello poético o una intenciona­lidad, se impone tan sólo la aparatosid­ad presupuest­aria.

Si en El resplandor la claustrofo­bia era un requisito para acelerar el desmoronam­iento mental de una familia, en Doctor Sueño la tensión se construye a modo de thriller, bajo un nomadismo narrativo que derrocha líneas argumental­es (en parte por culpa de King, pero una adaptación puede corregir el desorden).

Hay una secta de brujos milenarios que comen niños, una adolescent­e psíquica ultra-poderosa, Ewan McGregor como el hijo traumado de Jack Nicholson. Estos eslabones van engarzándo­se hasta llegar a un incomprens­ible tercer acto dentro del icónico hotel. Mostrar el set, a diferencia del jugueteo de Spielberg, se revela aquí como una desesperac­ión algorítmic­a, no hay correspond­encia desde lo argumental y menos desde la construcci­ón emocional del protagonis­ta. El desenlace, idéntico a una confrontac­ión de superhéroe­s, podría haber tenido lugar en cualquier sitio.

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Ewan McGregor. Interpreta al hijo del clásico personaje de Nicholson.

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