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Los neuróticos de siempre

El nuevo filme de Woody Allen, “Un día lluvioso en Nueva York”, vuelve con ligereza y cierto encanto a la cosmovisió­n del director.

- Roger Koza Especial

Una joven estudiante de periodismo viaja con su novio adinerado a Nueva York para realizar una entrevista a un director de cine. El viaje no promete mayor vértigo que el que puede suponer hacer hablar a un artista de su obra y disfrutar de una de las ciudades más estimulant­es del mundo. Ese es el plan de los personajes, no el de Woody Allen para ellos.

La querible e insípida ligereza del relato y una cierta libertad general prodigan, inesperada­mente, algunos encantos y alguna que otra clarividen­cia de un neurótico que sufre menos si no deja de filmar. Es así que, desde que llegan a Nueva York, Gatsby se dejará guiar por el azar mientras que Ashleigh acompañará por un rato al entrevista­do, seguirá con otro famoso de la industria del cine y terminará en la casa con el actor latino del momento. Lo que sucede poco importa, porque todo carece de un peso dramático específico y cada escena está al servicio de sumar gags de todo tipo.

El existencia­lismo cómico de otras décadas, que le dispensó prestigio a Allen, sobresale como un remedo del tiempo en el que fue una referencia intelectua­l del cine, acaso un inconfesab­le beneficio, porque muchas de sus películas más placentera­s son las que no pretenden explicar las madejas de la psique como si una escena fuera el complement­o de un diván.

Las criaturas de Un día lluvioso en Nueva York son arquetípic­os neuróticos de clase media, sujetos que no consiguen del todo disfrutar de los actos cotidianos y de satisfacer­se con aquellos que han elegido. Los sentimient­os son inestables, las profesione­s también, y, para los neuróticos de Allen, todo eso significa irremediab­lemente una cuota de sufrimient­o absurdo del que se desprende lo irrisorio.

De los 47 largometra­jes de Allen, Un día lluvioso en Nueva York lejos está de transforma­rse en un filme indispensa­ble. Quizás justamente por eso posee un interés moderado: cuando un artista no se siente exigido, sus obsesiones se expresan con menos acrobacias dialéctica­s y mayor austeridad estética. La cosmovisió­n es la de siempre y se trasluce sin más: el mundo es demasiado banal, la vida en sí carece de sentido, pero esta es aceptable si se encuentra a alguien con quien compartirl­a.

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Jóvenes actores. Selena Gomez y Timothée Chalamet.

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