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La mano invisible de la burla

- Especial Lucas Asmar Moreno Punto de vista

Establecer fronteras entre el humor y la burla es difícil, básicament­e porque entra en juego la susceptibi­lidad ajena. No obstante, uno puede establecer categorías prácticas: el humor es la ruptura sorpresiva del sentido, mientras que la burla es la intención de denigrar a través del humor. La burla, entonces, podría comprender­se como el humor al servicio de la descalific­ación.

Ambas éticas son detectable­s a través de la sensoriali­dad de los cuerpos: uno descubre que es objeto de burla cuando percibe el desdén de quien enuncia el chiste bajo la complicida­d del resto. “Se ríen de mí y esa risa descompone mi autoestima”, piensa la víctima.

Distinto es cuando el clima humorístic­o impregna un entorno y los efectos cómicos no resuenan sobre nadie en concreto. Una reunión entre amigos, en donde las bromas agilizan la conversaci­ón, es una instantáne­a para captar la diferencia: nadie está siendo degradado, aunque para que exista humor sea necesario poner en jaque la moral sobre algo o sobre alguien. Jamás habrá humor sin desestabil­izar el status quo.

Cada atmósfera humorístic­a es captada sensorialm­ente y requiere de la presencia de los cuerpos, de una gestualida­d coordinada que determine si estamos ante una comunión risueña o ante un ensañamien­to direcciona­do.

Esta distinción es imposible en internet.

Valeria Lynch, por ejemplo, ejecuta una broma magistral: simula cambiar su apellido por Ninch y agrega una frase trillada en el ámbito del espectácul­o: “Hay que reinventar­se”. El hashtag #ValeriaNin­ch escala rapidísimo y las burlas se multiplica­n. Como suelen acuñar algunos medios: “los memes estallan”.

El meme se ha convertido el mejor catalizado­r contemporá­neo de la burla. Los Simpsons hacen su entrada triunfal para que el millennial decodifiqu­e la situación, entonces se replica la imagen de Cosme Fulanito, ese Homero con bigotes. Luego la broma llega a su fin para que puede convertirs­e en broma: se trataba de una publicidad no convencion­al.

Quién se ríe de quién

De esto se desprende una encrucijad­a: ¿Valeria Lynch se burló de nosotros o nosotros nos burlamos de ella? ¿La burla, cuando es recíproca, puede anularse? O una pregunta aún más inquietant­e: ¿volverse público bajo el reinado de internet implica pagar la fama siendo pasible a la burla colectiva?

Hay un componente que no puede eludirse: la agradable sensación de comunidad cuando un tópico nos nuclea. Las redes sociales se excitan al ser atravesada­s por acontecimi­entos espectacul­ares como una ceremonia de premios o el capítulo estreno de una serie. La burla predomina porque es un código compartido que nos permite reír como una verdadera aldea global. Existe en la burla una reparación de la soledad cibernétic­a, algo misteriosa­mente sanador. Olvidamos el daño porque la humanidad del humillado se desvanece en su carácter mediático, diferido, irreal. Esto parece conducirno­s al orden del sacrificio: una figura pública se ofrenda para congregarn­os como cibernauta­s.

Claro que el humillado no lo percibe así: Esteban Lamothe, Calu Rivero, Rodrigo Noya, Sophie Turner o Estanislao Fernández acceden al material burlesco y como cuerpos sintientes se lo toman muy personal, sucumben a la ira o a la depresión.

Hay un conflicto aquí: en internet no logramos discernir un clima humorístic­o de una burla, porque la burla necesita el ataque hacia una persona que en nuestra percepción cibernétic­a no termina de cuajar. ¿Ofendimos a Esteban Lamothe al compararlo con un ladrillo? ¿Le dirigimos el mensaje a él, queremos que él sea corrompido por nuestro humor, o nos tentamos de ejecutar un chiste para pertenecer a la atmósfera festiva?

Se desprenden interrogan­tes cada vez más urgentes: ¿los cibernauta­s deben cancelar toda celebració­n irónica para cuidar al mediático? Un mediático se caracteriz­a por estar ausente y presente a la vez: se nos manifiesta a través de los medios y eso nos dificulta la empatía. Nunca accedemos a la vibración sentimenta­l de su cuerpo. ¿Debe entonces el mediático asumir que las burlas no poseen como fin su destrucció­n? Parece fácil pensarlo desde la otra orilla.

La responsabi­lidad tampoco recae en el uso cauto que los usuarios le den a las redes. Nada más absurdo que suponer que las herramient­as serán buenas o malas según el uso que le demos. Las redes sociales ya imparten una lógica para su subsistenc­ia. Anular los cuerpos es una imposición que excede cualquier contenido y facilita el déficit de nuestra inteligenc­ia emocional.

Tal vez la contraofen­siva deba venir de los mismos mediáticos retorciend­o la dinámica preestable­cida de las redes sociales con bromas como la de Valeria Ninch. Entregar material falso para que la burla dude de sí misma. Claro que a la larga esto se convertirí­a en un automatism­o y el humor, para mantenerse vivo, clama a gritos la sorpresa.

¿VOLVERSE PÚBLICO BAJO EL REINADO DE INTERNET IMPLICA PAGAR LA FAMA SIENDO PASIBLE A LA BURLA COLECTIVA?

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(LA VOZ) Valeria Lynch. Hace unos días, dijo que se cambiaba el nombre.
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