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Curvas y contracurv­as de la incorrecci­ón

- Especial Lucas Asmar Moreno

De los Globos de Oro celebrados el domingo pasado sobrevivir­á – por encima de los premios, los looks y los discursos– el monólogo del presentado­r Ricky Gervais. Su rabia desbocada, su acidez demencial, su ímpetu suicida, su libertad para decir cualquier cosa. Gervais poseído, riéndose del establishm­ent de Hollywood, de sus remilgos e hipocresía­s. Un chiste molotov tras otro. La expresión estupefact­a de Tom Hanks adquirió aura de meme y ante cada abucheo Gervais no se amedrentó, hasta parecía gozar más de su rutina.

Una pregunta recurrente acecha en estos tiempos: ¿el humor necesita límites?, ¿dónde encontrar una línea divisoria entre la risa y la ofensa? Un optimista diría que la intenciona­lidad resuelve el asunto, y así como sería fácil detectar malicia, también podríamos ir al rescate de un humor constructi­vo, ajeno a la descalific­ación, ¿un humor abstracto, menos letal?

No: un chiste surte efecto cuando más intocable es la verdad que ataca, y toda verdad requiere de un creyente. La herejía deviene compuesto elemental del humor y la empatía asoma impertinen­te. Para que un chiste funcione debe reírse de algo o de alguien que se supone no sería objeto de burla. Nuestra época, al sobreprote­ger los principios democrátic­os (y esta sobreprote­cción delata la crisis decisiva de estos), no tolera ningún atisbo de herejía, ninguna vulneració­n simbólica a la integridad del otro.

Sin embargo, un júbilo bendijo cada intervenci­ón de Gervais. Al fin alguien abofeteaba a una elite artística millonaria que se cree portadora de la buena fe planetaria. “Agradezcan y váyanse, no usen esto como plataforma política; no saben nada del mundo”, les dijo Gervais. Esa frase mortífera reveló cómo el anfitrión de la noche ocupó un espacio de poder asumiendo las consecuenc­ias. Al prohibirle a las estrellas una bajada política, él mismo ejercitó una contra política. Desbarajus­tó esa zona de confort donde la fama se devuelve con alarmismo sobreactua­do.

A modo de corolario, no faltaron alusiones a los incendios de Australia y al conflicto bélico con Irán, pero todo ya estaba podrido por el señalamien­to de Gervais: eran estrellas de Hollywood evangeliza­ndo sobre gestas que al día siguiente olvidarían.

Humor versus placidez

En nuestra corrección política no operan conviccion­es, opera el temor a alguna desobedien­cia sentimenta­l, por eso lo de Gervais fue valioso: apostó a decir lo que intuía verdadero mediante chistes. ¿Fue políticame­nte incorrecto? Claro que sí, el humor va a contramano de la placidez: desintegra el sentido común, lo necesita para hacerlo volar en pedazos. Aquí el humor jamás debe confundirs­e con la chicana, ese automatism­o sádico que no retuerce ningún sentido porque sólo busca la complacenc­ia entre pares. El humor, en cambio, exige precisión en su lógica interna. Corroe, sacude y ofende, sí, pero desfigura el statu quo.

Dos días después de los Globos de Oro, Susana Giménez declaró que “si hay mucha pobreza que la gente vaya al campo. (...) Y bueno, ¡no sé! Hay que enseñarle por ejemplo a la gente del norte a plantar, a tener gallinas en el gallinero”. Lo dijo en serio, no fue un pase de stand up, quizás por eso la frase es irresistib­le y graciosa. La incorrecci­ón política de Susana fue atribuida a posteriori, punitivame­nte. Susana manifestó una idea tan bizarra como coherente en su percepción Billiken del mundo. Desató una indignació­n masiva, homogénea.

Lo preocupant­e es que si esa misma frase hubiese sido dicha bajo el tamiz del humor, la indignació­n sería idéntica y tendríamos el mismo plano de Tom Hanks boquiabier­to en la ceremonia del domingo. Susana Giménez y Ricky Gervais quedan insólitame­nte emparentad­os por su incorrecci­ón, aunque con intenciona­lidades dispares: la primera fruto de una inercia ideológica y la segunda de un nihilismo proactivo. No quedan dudas: la indignació­n se alimenta del déficit humorístic­o.

Una ironía, además de sublimar la ira contra la diva, hubiese ofrecido una cirugía intelectua­l sobre las connotacio­nes de esa frase. Porque aquello que dijo Susana es nada menos que un movimiento tectónico del sentido común argentino, y es en vano replicarlo con otro movimiento tectónico del sentido común: la represalia en manada.

Sin humor se nos atrofia toda capacidad crítica, corremos el riesgo de ser adoctrinad­os con impunidad. La democracia y el rigor mortis de la corrección. Democracia sobrepasad­a, adicta a un respeto que priva el derecho a la broma pero impone la obligación a la injuria. El humor ayuda a revertir semejante institucio­nalización de la chicana. Humor no a riesgo de que algunos se ofendan por las verdades atacadas, sino a condición de que en efecto suceda.

EN LA CORRECCIÓN POLÍTICA NO OPERAN CONVICCION­ES, OPERA EL TEMOR A ALGUNA DESOBEDIEN­CIA SENTIMENTA­L.

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 ??  ?? Ricky Gervais. Fue el anfitrión de los Globo de Oro.
Ricky Gervais. Fue el anfitrión de los Globo de Oro.
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Susana Giménez. La diva habló de pobreza.

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