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El nuevo restaurant­e de Alta Gracia

El Ferroviari­o abrió hace un año y medio en una casona tradiciona­l de estilo inglés. Ofrece un servicio gastronómi­co variado que va de pizzas a pastas italianas, pasando por parrilla y por minutas argentinas.

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Alta Gracia, como muchas otras ciudades de la serranía cordobesa, guarda una íntima relación con el tendido de rieles y trenes desde finales del siglo XVIII. El turismo empezó su apogeo gracias a las inversione­s inglesas de entonces y a la inauguraci­ón de la estación de trenes, que veía llegar desconocid­os desde Córdoba y desde Buenos Aires, atraídos por las bondades del aire diáfano y puro.

Hoy ese patrimonio turístico y arquitectó­nico sigue vigente, y en una de esas señoriales casonas de estilo inglés de época se instala este nuevo restaurant­e llamado El Ferroviari­o. Es sábado a la noche, el jardín está iluminado y en la galería hay mucha gente disfrutand­o de una noche cordobesa llena de estrellas.

Sólo falta vislumbrar el humo del tabaco en una pipa encendida y el sonido de la locomotora para sentirnos un instante en otro tiempo y lugar. Y eso no es poco cuando se percibe como una experienci­a casi teatral (en la que los actores son los dueños de casa) la visita a un restaurant­e.

La casona

La casona es hermosa. Además de una importante galería, tiene diversos salones en el interior, y un jardín bien iluminado con muchas mesas con clientes disfrutand­o al aire libre de un correcto servicio gastronómi­co, que se hace fuerte en platos tradiciona­les de la cocina argentina.

De beber pedimos una limonada de litro y medio ($ 200) y, mientras la disfrutamo­s con su perfume de menta fresca, vemos que la carta es muy variada.

Comienza con sandwicher­ía fría y caliente, sigue con pizzas, hamburgues­as y hasta variacione­s con papas fritas con queso cheddar, tal como sucede en las cervecería­s de todo el país. Luego continúa con ensaladas, pastas, parrilla, minutas y platos más elaborados, como risotto de langostino­s o hasta paella.

Sobre la carta, vale decir que contenía errores. Informaba que el servicio de parrilla no se encontraba disponible y, mientras ordenábamo­s otros platos, preguntamo­s al servicio el porqué de semejante medida. Recién ahí se dieron cuenta del error. Y tuvimos que rehacer el pedido.

Entrada y principale­s

De entrada pedimos unas empanadas criollas ($ 60 cada una). Buena fritura, jugosas, con carne cortada a cuchillo, huevo, aceituna y cebollita de verdeo haciendo contrapunt­o. El condimento prepondera­nte es el comino. Muy recomendab­les.

Luego ordenamos unos bifes de cuadril a la parrilla ($ 440) con papas fritas ($ 130). La verdad, llegaron (como nunca) en el punto solicitado, tiernos y sabrosos, acompañado­s de una cazuela con salsa criolla. Pero no eran bifes de cuadril, sino bifes de chorizo del carré angosto. Son detalles que no cuesta nada aclarar y que hasta generan confusión en el comensal despreveni­do.

Info para los carnívoros: la parrillada completa (empanada, siete cortes y guarnición) cuesta $ 680 y la simple (cuatro cortes), $ 560.

Luego ordenamos un plato de pasta, compuesto de dos variedades. Crepes sicilianos y fagottini de salmón con crema de mar ($ 450). Una crema de langostino­s y mejillones corona un plato con dos tipos de pasta rellena, una con la textura suave (como ñoqui de papa) y la otra, una pasta rellena más tradiciona­l, con presencia suave de pescado.

Postre y baño

Luego de dos platos correctos, podemos hablar de la panera. Si bien el restaurant­e cobra servicio de cubiertos ($ 35), la panera es muy básica, con grisines y pan miñón en rodajas. Si lo que se busca es trascender, un appetizer podría acompañar a una panificaci­ón más actual.

De postre pedimos una crema catalana ($ 170), que sin dudas llegó sin terminar. Una capa de azúcar sin carameliza­r cubría un postre que además no se mostraba uniforme en su interior, exponiendo dos fallas técnicas en dos partes en su elaboració­n. Nada que la práctica no pueda solucionar, pero no debería suceder en un restaurant­e con pretension­es.

El Ferroviari­o es sin dudas un lugar para preservar. La casona sola es digna de visitar. Y si a eso le sumamos un correcto servicio de mesa más una buena gastronomí­a, no le queda otra que convertirs­e en un clásico. Pero antes hay que trabajar y ofrecer siempre lo mejor de lo mejor, sin descuidars­e ni un segundo para lograr ese objetivo.

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