Netflix. Cómo es “Diamantes en bruto”.
Se estrenó en Netflix “Diamantes en bruto”, filme ignorado por los Oscar que revive al actor como un joyero intrépido.
El único actor capaz de hacer frente en elocuencia y en locura a Joaquin Phoenix y a su Guasón en la cartelera de 2019 es Adam Sandler y su Howard Ratner de Diamantes en bruto.
Cruelmente borrado de los Oscar (de los que nunca hay que esperar justicia), el filme de los laureados hermanos Benny y Josh Safdie acaba de estrenarse en Netflix, saldando así la deuda con la audiencia mainstream. La experiencia no es sin embargo concesiva, en tanto el cine del dúo estadounidense está marcado por el trance y por la incomodidad.
Avejentado, con anteojos, arito y barba candado, Sandler no se despega de la cámara en su rol de joyero inescrupuloso de Manhattan que alterna entre la atención a su negocio, el mantener a raya a unos mafiosos que le recriminan dinero, la convivencia con su familia y el toma y daca de un ópalo mágico llegado de Etiopía con el basquetbolista (real) Kevin Garnett, que se lo apropia como objeto de cábala.
Sandler discute, habla en voz baja, camina de acá para allá, corre, acaba desnudo en el baúl de un auto, pasa del patetismo a la ternura y la osadía; los otros lo cuestionan, lo adoran, lo buscan, lo desprecian: casi una simbiosis con el actor mismo, ambivalente en su estrellato industrial.
Si bien las pasa todas a medida del antihéroe scorsesiano, no hay que rastrear connotaciones humanísticas en esta ni en otra película de los Safdie, clave que evidencia la manipulación sonora: encomendada a artistas pop de vanguardia (ahora Daniel Lopatin), la música irrumpe con lógica disruptiva y superpuesta y con texturas psicodélicas de tiempo y de formato imprecisos; en la temprana Daddy Longlegs (2009) ya se entrometían pasajes de metralletas y aplausos que escoltaban la deriva del protagonista (anticipo de Ratner). De igual manera, el personaje y la trama de Diamantes en bruto son una distorsión continua, un fluir replegado que expone la extrañeza viscosa de la forma (el montaje).
Difícil pensar entonces que los Oscar acogerían un filme fluctuante (policial, comedia, drama, fantástico), que trata la condición afroamericana desde un lado insólito y que, en definitiva, parece haber sido filmada por unos Coen o Dardenne –esos otros hermanos– drogados. Los que conocen la realidad alternativa Safdie saben que allí, por más que les pese, Sandler empuñó su preciada estatuilla lujosa.