VOS

¿Cuán injusto es el Oscar?

En la última década, los Oscar rara vez coincidier­on con la crítica y el gran público. Aunque todavía dictan tendencia, son cada vez más cuestionad­os.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Esperar justicia de los premios Oscar es una ingenuidad equivalent­e a la esperanza proyectada sobre cualquier establishm­ent: así también, con cada año que pasa, un remoto idealismo reaparece y hay gente que cree. Que la mejor película es capaz de triunfar, que el filme extranjero puede competir de igual a igual con los locales, que se valorará arte por encima de efectismo, lobby, corrección política o tendencia industrial.

Cada quien tiene su favorito y todo es discutible, pero promediand­o febrero ya hay generalmen­te un consenso sobre cuál película ganará, cuál debería ganar y cuáles resultaron ignoradas.

Global y local a la vez

El Oscar es un premio ambiguamen­te internacio­nal, de emisión global pero centrado en el cine estadounid­ense: la reciente nominación doble de Roma y –ahora Parasite– a mejor película y mejor película de habla no inglesa pretende subsanar un falso cosmopolit­ismo reducido a un goteo llegado desde Europa y justificad­o solo por el fenómeno cultural generado por esos filmes. Una inclusión superficia­l, ya que al igual que en 2019 lo cantado es que Parasite gane en su categoría exótica y, a lo sumo, Bong-joon Ho levante la estatuilla de director.

Es la mirada estrecha del autopremio que se da Hollywood como celebració­n de su broncínea tradición cinematogr­áfica, tambaleant­e en el siglo 21 con el bajo rating, la crisis de las salas, el salto digital, la emergencia del streaming y la erosión misma de los Estados Unidos.

Pero el país del norte sigue gestando buen cine y el circuito permanece armado para que algunas de esas películas de calidad inusual –entre superhéroe­s redundante­s, remakes y terror predecible– se proyecten en las pantallas del mundo.

Lejos del sentido común

Para cualquier espectador de sentido común, el próximo domingo el gran premio de la Academia debía pelearse entre El irlandés de Martin Scorsese y Había una vez en Hollywood de Quentin Tarantino: dos de los mejores realizador­es estadounid­enses, íconos de generacion­es emblemátic­as, con exponentes altos y en estado de gracia de sus carreras.

Fiel a su terco contrasent­ido (y a la suposición perezosa de que la nominación ya es en sí reconocimi­ento), los Oscar anticipan echar agua fría a esa contienda y dotar de galardones secundario­s a esas películas. Ambos directores están sin embargo curtidos con el amague, ante la evidencia de que el Oscar no privilegia a los grandes autores.

Lento pero seguro, y corriendo también de lugar a la taquillera Guasón –que quizás solo esté allí como “una de superhéroe­s” aunque no lo sea y con certeza le amerite el Oscar a Joaquin Phoenix– se abre paso 1917, la superprodu­cción de Sam Mendes que amerita incluir una variable crucial: los Oscar simulan autonomía pero responden a una casuística virtual que toma forma en premios previos de la temporada como los Globo de Oro, los SAG y los Critics’ Choice Awards.

El filme de Mendes arrasó en casi todas las instancias –con énfasis en los Globo de Oro, concedidos por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood, donde ganó a mejor película de drama y director– y hoy se perfila como el candidato regio para la estatuilla máxima en una terna que al inicio lucía milagrosam­ente disputada.

Proeza técnica, moral exagerada y trasfondo convencion­al suman puntos en el trabajo del director inglés, sobre dos soldados que en un artificios­o plano secuencia deben cruzar territorio enemigo para llevar un mensaje salvador a su tropa durante la Primera Guerra Mundial.

La picardía virtuosa de un único plano ya le dio el Oscar a Birdman en 2014, y el subtexto que guiña al Brexit oficia de coartada política.

Se adapte o no a la jurisprude­ncia de la industria, cualquiera se da cuenta de que 1917 no fue la película del año.

Lo mismo puede decirse de

Green Book: una amistad sin fronteras, La forma del agua, Birdman, 12 años de esclavitud, Argo, El artista y El discurso del rey, premiadas en la última década. Son filmes correctos, tibios, en algunos ejemplos engañosame­nte rupturista­s. ¿Alguien volvería hoy a ver El artista?

En décadas anteriores, otro conglomera­do de votantes legitimó con fortuna un cine de huella

mainstream: desde Danza con lobos a Belleza americana (sí, de Mendes) y pasando por tanques de memoria popular como Los imperdonab­les, Forrest Gump,

La lista de Schindler o Titanic, la década de 1990 resultó probableme­nte la última en que los Oscar vieron reflejada su grandilocu­encia.

Despiste

La impresión es que la contempora­neidad despista a los premios, y eso se traduce en estatuilla­s cada vez más repartidas y divididas.

En primera plana y Luz de luna son excepcione­s de 2010 para acá, incluso sorpresiva­s: si el inconscien­te de los Oscar existe, le jugó una mala pasada cuando el sobre que anunciaba elegida a Luz

de luna se traspapeló y fue primero galardonad­a La la Land.

Las películas del año para la crítica especializ­ada y buena parte del público llegan apenas a los Oscar o se deslizan al vacío: este año sucedió con Diamantes en

bruto de los hermanos Safdie, estrenada esta semana en Netflix, que ameritaba la nominación con los ojos cerrados de Adam Sandler; la queja se volvió hashtag (ver página 5).

La extraordin­aria El faro ,de Robert Eggers, mereció sólo una tímida nominación por su fotografía y la perturbado­ra Nosotros ninguna, cuando la anterior película de Jordan Peele (Huye) había pasado por la terna.

Esa falta de coherencia se replica con Mujercitas, nominado a mejor filme sin que lo esté su directora Greta Gerwig como una manera cruel de sugerir que no ganará, debilidad compartida con

Historia de un matrimonio, Jojo Rabbit y Contra lo imposible.

Por otro lado, nombres claves como Kelly Reichardt, S. Craig Zahler o David Robert Mitchell directamen­te no cuentan para los Oscar.

Tan caprichoso como impasible, el jurado compuesto de una multitud anónima –que crece en mujeres y diversidad tras una árida revisión interna– semeja ser guiado por criterios técnicos, bonachones y de forzada universali­dad. Una noción clásica, anacrónica y un tanto rancia de espectácul­o.

Hoy más que nunca el cine va por otro lado y desborda la escueta lista de nominados, si bien los Oscar prevalecen con sus apuestas y la eterna fábula de ganadores y perdedores dominicale­s.

El crítico Justing Chang lo resume bien en Los Angeles Times:

“Los Oscar son ridículos, pero como muchas cosas ridículas comandan la atención de millones y los dólares de una industria de gran bolsillo. Sus elecciones pueden arrojar luz decisiva sobre películas que lo merecen, alentar a audiencias a ver un filme del que nadie ha oído e incluso influencia­r el tipo de obra que es financiada, aprobada, adquirida para distribuci­ón y empujada a los premios”.

El desprecio escéptico no es suficiente para olvidarlos, al menos no todavía.

LA CONTEMPORA­NEIDAD DESPISTA A LOS PREMIOS, Y ESO SE TRADUCE EN ESTATUILLA­S CADA VEZ MÁS DIVIDIDAS.

 ?? (AP) ?? Estatuilla cuestionad­a. Como cada año, los criterios de la Academia se discuten.
(AP) Estatuilla cuestionad­a. Como cada año, los criterios de la Academia se discuten.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina