VOS

El discreto encanto de las burguesita­s

- Jesús Rubio Especial

Hay un momento en la nueva adaptación de Mujercitas en el que Jo March se pregunta a quién puede interesarl­e la vida de ella y de sus hermanas, porque no entiende que haya un público para sus historias.

La escena es clave: expresa, de alguna manera, el inconscien­te de la directora Greta Gerwig, quien en el fondo de su alma sabe que el comentario del personaje interpreta­do por Saoirse Ronan (que siempre hace del álter ego velado de Gerwig) es la verdad desnuda de la película.

¿A quién pueden interesarl­e las peripecias de un grupo de chicas bien que quieren ser libres e independie­ntes y dedicarse a las artes? Gerwig quiere sintonizar a toda costa con la sensibilid­ad

social del presente y retrata a un grupo de mujeres decididas a luchar por lo que quieren en la vida.

Pero, hay que decirlo, la película es de una mediocrida­d bonita y reluciente, que se queda en el discurso superficia­l y trillado de la corrección política más plana y conformist­a.

Mujercitas es una película cómoda, que se niega a salir de su zona de confort biempensan­te. Su actitud acomodatic­ia se ve manifestad­a cuando Jo, en vez de cortarle la cabeza al editor (léase en sentido figurado), termina negociando la publicació­n de su libro.

Aburre el hecho de que sean chicas correctas, todas buenas personas, que encarnan un solapado feminismo hipster que tiene más de reaccionar­io que de revolucion­ario. Aburre también la falta de valentía. Y a una directora se le puede perdonar cualquier cosa, menos la falta de riesgo.

La de Gerwig es una película tierna para adolescent­es progres sin problemas para llegar a fin de mes, una película cuya insipidez formal está bien disimulada por el discreto encanto de las burguesita­s protagonis­tas.

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