A comer que se acaba el mundo
Primero comamos rico, y después resolvamos el resto. Esa pareciera ser la máxima que rige al público a la hora del “esparcimiento” (en el sentido más amplio del término), de un par de años a esta parte.
La gastronomía es pasión de multitudes, en todas sus variantes. Desde los sibaritas (ahora también llamados foodies ) de paladares refinados hasta los que prefieren platos populares, llenadores y por lo general más relacionados a las recetas de la abuela.
En Córdoba hay una larga tradición de festivales regionales que, explotando la materia prima de la zona, aprovecharon para aunar estos platos tradicionales con algún condimento artístico y establecerse como una festividad.
Identidad e idiosincracia se conjugan así con el turismo como motor de la economía.
En los últimos años, esa fórmula se explotó más que nunca. Sólo en el mes de febrero hubo al menos 10 festivales con estas características en la provincia.
El Encuentro de Colectividades en Alta Gracia (donde también están los festivales Mionca y Peperina); el Festival de la Gallina Hervida en Luyaba (con el puchero de pollo como emblema); el Festival del Lechón en Bañado de Soto; la “Sommerfest” en Villa General Belgrano (una especie de mini Oktoberfest); el Festival del Humor, la Buena Mesa y la Canción de San Francisco; el Festival del Cordero Serrano en Tanti; el Festival del Pejerrey en Las Rabonas; la Fiesta de la Vid en Villa Ciudad Parque; la segunda edición del Festival del Lomito en La Calera; y a partir de mañana, la séptima edición del Festival del choripán en el Parque Sarmiento y la primera de la Picada Serrana en Carlos Paz. Quedan muchos otros desparramados a lo largo del año, como el Festival de la Bagna Cauda en Calchín, el del Salame en Oncativo y el Cabrito en Quilino.
En casi todos hay una grilla artística que acompaña el evento, pero la comida tiene un lugar predominante y cada vez más definitorio para garantizar convocatoria. Un dato como prueba: según cifras oficiales, el Festival del Lomito congregó a 70 mil personas en Parque Dumesnil, y se vendieron unos 30 mil lomitos, a un valor promedio de 300 pesos cada uno.