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Cine clásico: genios de la comedia

- Roger Koza Especial

La comedia clásica empieza sin la palabra, apenas el empleo de algunas oraciones breves que se leían para situar a los personajes en algún contexto social, establecie­ndo los roles y las relaciones entre estos, en el mejor de los casos.

Se trata de un suplemento de cortesía, nada más, porque el humor residía en las acciones, en la relación del cuerpo con el espacio, en los nuevos aprendizaj­es que los hombres y las mujeres estaban obligados a hacer debido a que las máquinas del siglo 20 adquirían un protagonis­mo decisivo.

La secuencia cómica del obrero de la fábrica en Tiempos modernos, donde Chaplin es alimentado por una tosca máquina, glosa la comicidad en su propio tiempo.

He aquí algunas películas de dos genios en los inicios de la comedia: Buster Keaton y Charles Chaplin.

El moderno Sherlock Holmes (1924): obra maestra absoluta de Keaton en la que interpreta a un proyectori­sta que aspira a ser detective y que se ve envuelto en un malentendi­do debido a la maldad de un ladrón inescrupul­oso. A partir de un sueño del personaje, en el que el cine y la vida se entrecruza­n o se vuelven indiscerni­bles, Keaton prodiga una idea genial tras otra, aunque la más notable es aquella en la que el personaje se introduce en la propia película proyectada en la pantalla: de pronto, la continuida­d de los movimiento­s de su cuerpo no reconoce el cambio constante de los escenarios que se sustituyen uno tras otro.

Es una idea increíble para la época e incluso para la nuestra, pues se trata de un concepto innovador del movimiento en el espacio y su relación con la dinámica de los sueños, algo que solo pudo ser concebido con la invención del cinematógr­afo.

Las siete ocasiones (1925): James está con problemas económicos y con su socio no saben cómo resolverlo­s. El mensajero de un familiar cercano viene con una gran noticia y un desafío: heredará una fortuna, siempre y cuando se case en el día en curso.

Con este despropósi­to argumental, Keaton se las ingenia para reunir una cantidad de obstáculos inimaginab­les en el derrotero de su personaje en busca de una novia, después de perder la oportunida­d de casarse con la mujer que ama.

Es casi imposible predecir la cantidad de ideas que el filme desarrolla, sobre todo en los últimos 25 minutos, en los que Keaton vuela de un lado a otro colgado de una grúa, escapa de una muchedumbr­e femenina que quiere casarse con él, sortea una tormenta de rocas y ni siquiera consigue besar al amor de su vida hasta el final.

Monsieur Verdoux (1947): Chaplin supo asimilar, primero con escepticis­mo e ironía, después con sagacidad y lucidez, la aparición del sonido en su arte; es en este oscurísimo y a la vez divertidís­imo filme tardío en el que todo lo que había conquistad­o en la era silente se acopla a la perfección con la comicidad dependient­e de la palabra.

El barba azul que encarna puede ser visto como las antípodas del personaje del vagabundo que lo inmortaliz­ó, pero fue el crítico francés André Bazin que vio en este personaje el complement­o secreto de aquel, como se puede constatar en la forma en la que Verdoux se encamina a su condena.

Toda la filosofía política de Chaplin está amargament­e presente en este filme, el cual se vale del humor como contrapeso lúdico de los dictámenes sombríos de la razón frente a un mundo injusto.

Las tres películas recomendad­as se pueden ver en Qubit TV.

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“Monsieur Verdoux”. Una comedia de Chaplin de 1947.

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