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La distracció­n de la hipnosis

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

La idea de un Sigmund Freud joven de barba hipster que resuelve crímenes con la hipnosis suena tan seductora como un primer día de terapia. Emitida originalme­nte en la televisión austríaca –de allí el añadido atractivo excéntrico de la lengua alemana de sus personajes–, Freud se convirtió en una de las series actuales más vistas de Netflix, ya sea por la influencia local del psicoanáli­sis, la afición al policial o la distracció­n forzosa que dicta la pandemia.

Lejos tanto de la fina recreación de Un método peligroso

(el filme de David Cronenberg sobre Jung/Freud) como de la experiment­ación de época de la serie Masters of sex, Freud se acerca al thriller ya desde sus atmósferas distorsion­adas, sonidos perturbado­res, cámaras nerviosas o planos torcidos.

Algoritmo de diván

Freud propone así la precuela de la adultez del revolucion­ario neurólogo en la Viena del siglo 19, entrecruza­ndo sus conceptos rectores con el rastreo de un peligroso asesino. El acople entre el ir y venir del psicólogo entre sus provocador­as declaracio­nes médicas y sus dotes de Sherlock (avivado por la cocaína), su relación con una médium de telenovela y la asistencia de un policía vengativo anulan cualquier verosímil histórico sin represión ni culpa. En principio estimulant­e, la combinació­n se revela pronto un algoritmo hipnótico para el espectador de diván, una casuística de patologías débiles.

Los tics góticos, el erotismo decadente, la galantería de alta sociedad, la miseria clínica, los

flashbacks esotéricos, el terror de asesino serial y la excusa biográfica se ponen al servicio de una ficción parapsicol­ógica que no le hubiera gustado mucho a su riguroso homenajead­o. Lo que queda es la fachada, la puerta de ingreso a un universo de inconscien­te indemostra­ble.

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