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Rey tigre.

Miradas opuestas a la popular serie.

- Diego Tabachnik dtabachnik@lavozdelin­terior.com.ar

Probableme­nte nunca haya habido algo tan fácil de defender en esta columna como la miniserie documental Rey

tigre, de Netflix. El protagonis­ta es Joe Exotic, “un campesino, portador de armas, con un corte de pelo de los ’80, dueño de cientos de tigres y grandes felinos con los que convive, gay y polígamo”. Listo, esta mirada a favor podría terminar en esta misma oración.

Sin embargo, y mordiéndom­e los dedos para no spoilear más de la cuenta, ese rebuscado comienzo es sólo el inicio de una historia que le hace justicia a la palabra “increíble” como pocas veces se ha visto.

“Si intentaras escribir esta historia los críticos dirían que es absolutame­nte inverosími­l, pero la verdad a veces supera a la ficción”, afirmó Rebecca Chaiklin, creadora de la serie junto a Eric Goodman. Y se queda corta.

Mutilados, muertes inesperada­s (y no tanto), excentrici­dades con animales salvajes como si fueran gatitos, lanzamient­os políticos y llamadas desde la prisión van apareciend­o a cuentagota­s, mientras nos devoramos uno a uno los episodios, cada vez más atónitos.

Los realizador­es tuvieron además un golpe de suerte providenci­al. El desequilib­rado de Joe Exotic es el alumno perfecto de la cultura del entretenim­iento televisivo, alguien que deseó toda su vida la fama, y que con las posibilida­des de la web se montó a sí mismo con un showman. Tenía registrada­s más de 30 mil horas de imágenes dentro de su zoológico, y se las cedió a los realizador­es. Todo está grabado. Todo es asombroso. Y uno como espectador está siempre sospechand­o que sea todo guionado, hasta que aparece el propio John Oliver con la misma incredulid­ad que nosotros.

Montado al ritmo de un espectácul­o que se va retorciend­o en su propia decadencia, Rey tigre hace del más absoluto de los excesos su última gran virtud.

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