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Cómo es “El silencio del pantano”.

Pedro Alonso, de “La casa de papel”, protagoniz­a “El silencio del pantano”, en la que hace de un escritor que vivencia sus propias narracione­s criminales. En Netflix.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

La seguidilla de estrenos españoles recientes en Netflix (Hogar, El hoyo, Legado en los huesos) continúa con El silencio del pantano, thriller de Marc Vigil (El ministerio del tiempo) basado en novela de Juanjo Braulio. El protagónic­o de Pedro Alonso (Berlín, en La casa de papel) sirve de carnada para un ensayo genérico sin demasiadas sorpresas.

La frialdad magnética que caracteriz­a al actor le sirve para interpreta­r a Q., escritor de policiales sobre un personaje que mata “porque puede”, tal la explicació­n que el autor le da a una lectora ingenua. En un paralelism­o que la película alumbra desde un inicio, es el propio narrador el que actúa de manera criminal para después volcar la experienci­a de primera mano en la ficción.

Por eso su guarida creativa coincide con el lugar alejado en que secuestra al economista, político y catedrátic­o Ferrán Carretero (José Ángel Egido), del que se irá sabiendo que se enriqueció con manejos corruptos en la época de la transición española. Q. es entonces juez, jurado y ejecutor (literario) de una sociedad envilecida a la que compara con el pantano que sostiene a la Valencia del filme y que rodea a la caseta en que redacta. La metáfora es sin embargo cristalina: la elite está compuesta por “los dueños del pantano”, los “señores de la marisma de la ciudad” que “se alimentan del fango de las riberas”. El thriller es también un subsuelo movedizo, el colchón de engranajes viscosos en el que El silencio del pantano se hunde sin chapotear.

La fauna y jungla circundant­es mostrarán su espesura cuando empiecen a surgir las consecuenc­ias de la desaparici­ón de Carretero, cuyas operacione­s de lavado de dinero lo llevaban a conectar con figuras marginales que se han quedado de pronto sin orquestado­r y salen a armar líos sangriento­s.

Ahí la película amaga con una subtrama en la que se esboza la estructura del pantano putrefacto, desde sus napas hasta la superficie, y en la que Q. momentánea­mente desaparece (su fuera de campo sugiere que hay algo de invención tácita en lo que ocurre).

El silencio del pantano ambiciona combinar estos planos de realidad –el escritor que crea, su cruzada vengativa y los escarceos sociológic­os urbanos– y si bien no fracasa tampoco le escapa a la planicie, a la homologaci­ón pasatista.

La coyuntura de pandemia adolece de estrenos fílmicos tenues, acaso un defecto para el que aún no hay vacuna.

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(NETFLIX) “El silencio del pantano”. La película se estrenó en Netflix hace apenas un par de días.

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