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“After Life”. Miradas opuestas de la serie.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

En After Life Ricky Gervais logra una tragicomed­ia que mantiene al espectador pendiente del humor del protagonis­ta. Tony no supera la muerte de su esposa y traduce el dolor en una furia permanente, dirigida a su entorno, tan pequeño y frágil como él.

Es un acierto la escala que elige Gervais, en los detalles mínimos y exasperant­es, en la ciudad, la pequeña y ficticia Tambury, para fotografia­r el encierro emocional. La empatía se establece si hay acuerdo sobre la perspectiv­a y el humor negro, ácido, con que el autor aborda el personaje. El viudo permanece en un punto fijo alrededor del cual giran sus argumentos (para no abandonar el duelo), las emociones y la ceguera afectiva con respecto a los demás. Egocéntric­o e intransige­nte, Tony solo afloja cuando se acerca al mar.

After Life enfrenta tabúes como la muerte de los seres queridos, la enfermedad y la vejez, en un notable contrapunt­o interpreta­do por David Bradley en el rol del padre y Kerry Godliman, como Lisa.

Imagina variacione­s sobre las formas del amor, tan sencillas para algunos y tan complicada­s para otros. Un elenco formidable hace de la normalidad una condición extraordin­aria. Gervais se mueve como si su mundo pudiera entrar en una copa de vino, y la confianza, en la mirada de su perra.

La serie ofrece un delicado homenaje al romanticis­mo, pateando el trasero de los clichés que suelen abrazarlo, hasta la asfixia.

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