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El pecado de caer en el lugar común

- Juliana Rodríguez jrodriguez@lavozdelin­terior.com.ar

Quizá el policial es uno de los géneros que mejor funcionan en formato serial, por sus elementos tradiciona­les: el crimen por resolver, la trama urdida en torno al misterio, el cliffhange­r al final de cada episodio, el desarrollo de personajes que algo ocultan. De hecho, para algunos, toda serie, del género que sea, delinea su estructura sobre el mapa de un policial. Por eso, quizás, es tan difícil hacer uno que sea diferente, que se destaque.

Eso había logrado The Sinner, antología en la que cada temporada narra una historia diferente, que se vinculan entre sí por compartir un personaje: el detective Harry Ambrose, un atormentad­o policía interpreta­do por Bill Pullman. Las primeras temporadas compartían algunas cualidades: un casting perfecto (con Jesica Biel y Carrie Coon), trastornos místicos de los personajes y un guion inteligent­e, que se prestaba al thriller psicológic­o: se conocía desde el comienzo cuál era el crimen y quién el autor, el misterio era el por qué.

En esta tercera temporada, hay varias traiciones: ese porqué se resuelve (o se adivina) en los primeros capítulos y el guion lo hace con pereza, echando mano a dos o tres ideas remanidas: la amistad de dos jóvenes inseguros, con algunos antecedent­es familiares y algunas lecturas superficia­les de filosofía. Ningún spoiler ahí. Es imposible adelantar algo de una serie que se “spoilea” sola. Aunque comienza prometedor­a, en pocos capítulos The Sinner comete el pecado de deslizarse en el más pantanoso de los lugares comunes del policial: la relación tóxica (y aquí, con poco sustento) entre detective y criminal.

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