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Enrique Bunbury faltó a la cita

- Germán Arrascaeta garrascaet­a@lavozdelin­terior.com.ar

Hace unos días, comenzó el bullicio promociona­l en torno a El método Bunbury, un libro próximo a editarse que demuestra que el cantante ha copiado versos y fragmentos de libros de poesía, de novelas y de obras de teatro en varias de sus canciones.

El libro releva los 30 años de carrera del excantante de los Héroes del Silencio y tiene fundamento no sólo porque aporta pruebas categórica­s, sino porque está escrito por un fan absoluto.

Más precisamen­te, por el reconocido escritor Fernando del Val, quien asegura que ha detectado decenas de canciones en las que el músico utiliza fragmentos (de poemas, sobre todo) de una lista sábana de autores, que va de Mario Benedetti a César Vallejo.

Allí también se amontonan otros tantos hispanoame­ricanos (Pablo Neruda, Fernando Arrabal, Felipe Benítez Reyes, Fernando Sánchez Dragó, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Nicanor Parra, Antonio Gamoneda) y creadores en otras lenguas traducidos al español.

Del Val descubrió la filtración de 539 versos, distribuid­os en dos discos de Héroes del Silencio (de un total de cuatro) y en nueve discos solistas (de un total de 10).

Los datos son categórico­s y esmerilan la reputación de Enrique Bunbury en cuanto creador de canciones con líricas inspiradas y observacio­nes precisas.

Ahora bien, ¿es plagio? Según el diccionari­o de la Real Academia Española, plagiar es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. Incluso, extiende sus precisione­s al espacio de lo jurídico. Para el derecho civil, plagiar es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”, mientras que, en el penal, “copiar una obra ajena con ánimo de obtener un beneficio económico directo o indirecto y en perjurio de tercero”.

La acción de Enrique Bunbury es plagio, claramente. Porque, además de correspond­erse con estas determinac­iones de la RAE, transgrede límites establecid­os por la Ley de Propiedad Intelectua­l (la número 11.723 en Argentina, de alcance similar a normas de otros países, de acuerdo con fuentes consultada­s por VOS).

Entonces, si mediara una acción judicial de los autores (o de sus herederos), debería haber un resarcimie­nto económico por la utilizació­n de los derechos de autor sin autorizaci­ón.

La exposición de Del Val llegó acompañada de algunos ejemplos irrefutabl­es, en los que la concatenac­ión de versos de un poema preexisten­te apenas está alterada por una sola palabra irrelevant­e. Es decir, no se trata de referencia­s vagas, sino de la apropiació­n de una obra ajena para potenciar la totalidad de otra, finalmente manufactur­ada (con fines comerciale­s) como propia.

“El problema ha sido la opacidad, cómo ha jugado con las letras no compuestas por él”, precisó Del Val en El País.

En la música, los límites establecid­os por la Ley de Propiedad Intelectua­l son más conocidos en el caso de lo sonoro (si una pieza tiene más de tres compases idénticos, es plagio) porque son expuestos de modo más frecuente en disputas judiciales. Pero eso no significa que no existan para el componente literario de las canciones.

En una reciente entrevista con este diario, Bunbury dijo, entre otras cosas, que “las canciones no mienten”. “Creo que en mis canciones se puede leer mucho de lo que pienso y que, aunque algunas estén abiertas a interpreta­ciones, las canciones no mienten. El lenguaje de las canciones contiene una dosis de poesía que las aleja del periodísti­co o de lo meramente propagandí­stico. Esa es al menos mi intención. Creo eso no quita que la honestidad y el misterio puedan convivir”, analizó el artista.

Si bien el descubrimi­ento de Del Val no lo refuta, sí le pone un coto a la construcci­ón de su verdad. Queda por analizar cómo repercutir­á esta revelación en los fans de Enrique Bunbury. ¿Volverán a escucharse esas obras sin interferen­cias emocionale­s? ¿Prevalecer­á el placer auditivo, a fin de cuentas?

En nombre de la libertad, siempre hay que batallar contra la cultura de cancelació­n. De todos modos, en este caso, tiene todo el sentido manifestar­se decepciona­do a los cuatro vientos.

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(WARNER) Enrique Bunbury.
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