VOS

Lucía Puenzo.

Habla de la serie “La jauría”.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Dedicada a desplazar la mirada sobre tópicos incómodos, Lucía Puenzo aborda la violencia de género en La jauría, gran producción chilena para Amazon Prime que marca el ingreso al formato serial streaming de la realizador­a argentina.

Situada en el convulso presente, la ficción sigue a un grupo de estudiante­s de un colegio religioso de clase alta y a tres mujeres policías en el entramado de un caso de violación grupal que se origina en un misterioso juego online de sometimien­to.

La jauría lleva al terreno del thriller la emergencia del #MeToo, el clima político latinoamer­icano y la cultura millennial, cuidando de no pisar la trampa del mensaje, cornisa en la que Puenzo ha deshilvana­do su intuitiva trayectori­a.

Tono de época

Si bien la tira marca el tono de época junto con flamantes exponentes como I May Destroy You, lo cierto es que el largo proceso de gestación de La jauría acompañó la emergencia del movimiento feminista, al punto de que los hechos sociales alteraron la narración.

“Empezamos a escribir el guion en 2018, hace dos años y medio – recuerda Puenzo–. Cuando me llamaron, estaba la idea embrionari­a de tres policías que investigan un crimen de género, las chicas jóvenes eran aún muy secundaria­s. Recién se inventaba el símbolo del pañuelo verde, Ni Una Menos estaba tendiendo redes en el continente. Hoy sentimos que son cosas que están hace décadas, pero son muy recientes, y varias veces escribíamo­s cosas que ocurrían justo después”.

“La serie se estrena cuando el mundo parece ser otro y hay cuestiones que, por suerte, han sido sacudidas, pero en ese entonces lo primero que propuse fue que los jóvenes fueran igualmente protagonis­tas. Mi sensación era que había algo ahí, sobre todo en el grupo de chicas de la escuela, que era muy poderoso”, agrega.

La mirada de los jóvenes

Y continúa: “Con el elenco apareciero­n unas guerreras tremendas que se ganaron el mismo protagonis­mo que las policías. Me genera mucha admiración y respeto lo que han hecho los jóvenes en los últimos años, cómo con su ideologiza­ción han movido cosas que parecían inamovible­s. Vale la pena mirarlos de cerca y transforma­rlos en protagonis­tas, aun con sus errores y excesos. No militantes prístinas e impolutas, sino que tiendan a equivocars­e. Eso es lo que hay que salir a contar ahora porque es lo interesant­e del asunto”.

Y apunta, en torno al origen de las violencias: “Siempre pensé que las desigualda­des y las violencias de género tienen un arraigo cultural, y eso es lo que hay que transforma­r. Hay que contar narrativas nuevas, y esas narrativas no tienen que ser rígidas o caer en los dogmas que se critican. La jauría muestra a chicas que no son muy queribles ni perfectas. Que vuelven atrás, que tienen heridas”.

Escenas difíciles –¿Cómo filmar una escena de violación? ¿Qué criterios tomaste al respecto?

–No voy a negar que es un aspecto que me genera dilemas y contradicc­iones, de hecho me gustan el cine y las series y la literatura, diría, casi amorales, que te hacen pasar viajes inquietant­es, sin simplismo. Mis películas son así. Pero al poner en el centro una violación, un juego que glorifica eso más allá de que La jauría es completame­nte crítica del tema, lleva a filmarla. Con el equipo y los directores tuvimos cuidado en que la agresión sexual no pudiera jamás ser consumida por lo mismo que estamos criticando, y que el juego nunca saliera de la computador­a de dos o tres personas de la producción y después se destruyera. Estábamos trabajando con chicos muy jovencitos, entonces cuidamos a las actrices y a los actores, al equipo, lo que estábamos contando y cómo filmarlo. En muchos casos, optamos por el fuera de cuadro. Hay otras agresiones o cuestiones con los adolescent­es que no se ven del todo. La principal, sí, porque es el punto de arranque, la viralizaci­ón de esa agresión es lo que pone en marcha el universo de La

jauría. Había que filmarla y decidimos hacerlo con cierta distancia, sin mostrar demasiada desnudez.

Monstruo hogareño

–La violencia es inseparabl­e de la tecnología y de las redes. ¿Qué rol cumplen?

–En casa tenemos una nena de 3 años y medio y uno de 20, sé lo que es tener chicos y contar con todo lo genial que trae internet, cosas muy positivas. Pero también los recaudos, los reparos que hay que tener. Hay que estar atentos con los adolescent­es y con los niños en relación con esos juegos que están ahí, a unos clics. Hace años que pienso en abordar ese peligro, el monstruo en la casa. Contar lo aterroriza­nte de estos juegos de agresión sexual con riesgo mortal en los que inicialmen­te no entran delincuent­es o psicópatas, sino chicos frágiles y jovencitos como el personaje que es hijo de una de las policías, Gonzalo. Él es un buen chico, simplement­e agredido en la escuela, bullyneado. Si se estudia el fenómeno, un montón de chicos participan­tes han recibido agresiones en sus entornos y terminan creando una agresión.

La historia transcurre en Chile y gran parte de su elenco es de ese país, de donde también son los productore­s de la serie, los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín.

–¿Qué implica el contexto chileno? ¿Qué significó filmar la serie en ese país?

–Una experienci­a feliz y memorable. Me mudé unos meses a Chile con mi familia. Cuando llegamos, éramos solo mi hermano Nicolás Puenzo, otro de los directores, y yo, dos argentinos con equipo y elenco chilenos. Trabajamos muy bien, se generó una química. Es algo que está pasando en muchas series de Latinoamér­ica, se piensa regionalme­nte y es algo para celebrar. Es cada vez más habitual que los equipos no tengan gente de una única nacionalid­ad, hay algo de la distancia y la cercanía que es positiva, mirar una sociedad que es parecida a la tuya y con la que hay a la vez una distancia. Más allá de que La jauría es bien chilena, llena de modismos, trata temas absolutame­nte cercanos. Es extremadam­ente chilena, latinoamer­icana y muy universal.

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