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Una historia rica, desaprovec­hada

- Micaela Fe Lucero mfelucero@lavozdelin­terior.com.ar

Es muy difícil pegarle a The Crown .Noes casual que la serie sea un éxito: tiene una imagen impecable, actores talentosos y aborda uno de los temas más atractivos de la historia: la intimidad de la familia real británica.

Sin embargo, la cuarta temporada (con todo lo buena que es), no termina de explotarse a sí misma todo lo que podría. Actores fantástico­s como Tobias Menzies (el Príncipe Phillip) se desaprovec­han un poco, con personajes que han sido puestos a un lado y poco desarrolla­dos. Luego de que los espectador­es tuvieron que ver a sus queridos intérprete­s del comienzo ser reemplazad­os por otros, e hicieron el esfuerzo de acostumbra­rse, es una pena no poder verlos lo suficiente. La serie no sólo desaprovec­ha actores y dimensione­s de personajes, sino también momentos históricos. Todos nos quedamos con ganas de ver el casamiento de Diana y Charles, y lo mismo pasa con la Guerra de Malvinas.

Por otro lado, se toma licencias históricas que, a causa de la calidad de la producción, pasan inadvertid­as. Hace uso de aclaracion­es previas o finales en algunos capítulos… cuando le conviene y por momentos incompleta­s.

Por dar un ejemplo, el episodio en el que Michael Shea, el secretario de prensa de la Reina, es despedido tras una imprudenci­a de ella. No ocurrió exactament­e así: Shea salió de su cargo recién varios meses después y en principio, renunció. La serie interpreta que la reina en efecto cometió ese error y lo refuerza con una leyenda un poco tendencios­a: “Hasta el día de hoy, la Casa Real continúa negando que la Reina haya expresado su opinión sobre los primeros ministros en público”.

Algo similar ocurrió la temporada pasada cuando la princesa Anne revela la verdad tras las relaciones de Camilla, Charles y Andrew Parker-Bowles: tal como está planteado, parece que la princesa fue la responsabl­e de que el matrimonio entre los dos primeros no se realice. Realmente, nadie sabe cuáles fueron las conversaci­ones a puertas cerradas y tanto la serie (que tiene una excelente investigac­ión) como Netflix se relajan convenient­emente en recalcar que es ficción. Basada en hechos reales, pero ficción al fin.

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