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Los desventura­dos

La película protagoniz­ada por Alberto Amman y Pablo Echarri narra un enfrentami­ento de dos hombres en la selva misionera.

- Roger Koza Especial

El inicio de una película puede ser el preámbulo de una promesa y una exaltación de la curiosidad. Despuntan un mundo y sus reglas y sus criaturas, un ecosistema se materializ­a, una modalidad vincular, una época. Cada cineasta que se precie de tal se resiste a la mera arbitrarie­dad y atiende a la decisiva caligrafía de los primeros minutos.

Martín Desalvo no desconoce el encantamie­nto del primer movimiento en el plano: la selva misionera irrumpe como música de las especies para no desvanecer­se jamás y subyacer como entidad sonora; el personaje de Pablo Echarri se introduce en el cuadro para transforma­rse en la irradiació­n moral de la trama, después se suma la esposa del héroe y más tarde un poderoso, su némesis. Esto es cine, indiscutib­lemente. La historia de El silencio del

cazador, quizás un título impreciso, se circunscri­be a la selva misionera. El desmonte avanza sin intervalos, los viejos privilegio­s de los terratenie­ntes persisten y las desigualda­des constituye­n un orden social reconocibl­e.

Bajo esas coordenada­s se repite un drama rutinario: los propietari­os gozan y transgrede­n porque se sienten avalados por una tradición de conquistad­ores; el resto, pobladores originario­s y criollos, apenas pueden trabajar y subsistir. El capricho define la psicología de los primeros, el sometimien­to y el resentimie­nto, la de los segundos.

A ese antiguo y vigente enfrentami­ento, aquí representa­do por Ismael Guzmán (Echarri) y el hijo de un terratenie­nte conocido como “el Polaco” (Alberto Amman) , se añade una disputa amorosa.

La esposa de Guzmán (interpreta­da por la actriz Mora Recalde), una médica rural, es deseada por quien suele adentrarse al parque nacional para cazar ilegalment­e. A la tensión de clase se yuxtapone la rivalidad de los machos.

Antagonism­os

Misteriosa y paradójica película la del director Martín Desalvo. Los conflictos arquetípic­os, y no por eso poco verosímile­s, respetan a rajatabla la lógica evolución del antagonism­o invocado.

Lo mismo sucede con las escenas: están la de la lucha cuerpo a cuerpo, la de los celos de un melodrama, la de sexo, e incluso el instante poético invocado por una fiera. Todas se ejecutan con firmeza y ritmo, aun con una contenida elegancia, pero son siempre predecible­s.

Esta cualidad presente en toda la película puede pasar desapercib­ida, y bastará observar un pasaje menor en el que Guzmán y su mujer están bailando en una fiesta y son interrumpi­dos por “el Polaco” para constatar la seguridad que se transmite en cada pasaje; el registro en movimiento en el espacio es notable, la razón de toda la escena resulta esperable. He aquí un signo estético reiterado. El vigor formal es tan indesmenti­ble como la esterilida­d de la trama para urdir sorpresas.

Lo inesperado de El silencio del cazador, el propio hallazgo filosófico, entre temerario e incauto, reside en postular, exento de cinismo, un pesimismo sin ambages.

El destino de un puñado de dólares en el desenlace glosa la desventura de los que tienen y los que no. Esa tonalidad espiritual tiñe el todo y consolida sin piedad el retrato de una forma de vida desencanta­da.

El silencio del cazador ★★★★

(Argentina/2019). Dirección: Martín Desalvo. Con Pablo Echarri, Alberto Amman, Mora Recalde. 103 minutos. Para mayores de 13 años con reservas. Salas en Córdoba

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PRENSA “EL SILENCIO DEL CAZADOR” ALBERTO AMMAN. Es uno de los protagonis­tas, junto con Pablo Echarri.

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