Tan dulce como predecible
El baile de las luciérnagas deja la sensación de que se podría haber hecho mucho más con pequeños reajustes. Pero comete el error de quedarse a medias donde podría destacarse.
La serie es humana y cálida, punto a favor. Pero diluye su humanidad en golpes emotivos y golpes bajos. Parece que no queda otra opción que tenerle pena al personaje de Kate todo el tiempo y Tully es molesta en su intensidad y… ¿hacía falta que se muriera la tierna mascota del hogar? Cada lágrima derramada la largué a regañadientes, más como un perro de Pavlov de las series que como espectadora realmente conmovida.
Con esos lugares comunes y golpes emotivos a raudales, la serie es totalmente predecible. En los primeros minutos se nos presenta a personajes revestidos de humanidad y con los que es fácil empatizar, pero que, a pesar de que nos los muestren en diferentes momentos de sus vidas, descubriremos que no hay nada más por descubrir. Los han dejado planos, estereotipados, y la pátina de calidez desaparece bajo la falta de matices. Desde el primer momento entendemos quiénes son y por qué son como son. Y listo: no hay nada más que preguntarse.
Lo único que presenta algunos juegos de luces y sombras es la fascinante amistad de Kate y Tully. Y, aun así, queda a medias. Sin mencionar que las otras relaciones femeninas de la serie parecen sacadas de algún antiguo cuento infantil: las malas son las mujeres, ya sea la hija, las compañeras de escuela, las madres o las jefas. Cierto que está ambientada a principios de la década de 2000 y se agradece que no quiera ser hipercorrecta políticamente, pero ¿tan así? Tampoco es que la sororidad y las buenas relaciones femeninas se inventaron en 2015.
A pesar de eso, se deja ver por esa hermosa luz que tiene y el buen trabajo del dúo formado por Heigl y Chalke. Es dulce y es fácil identificarse con las protagonistas, al menos hasta la siguiente escena, hasta el siguiente golpe bajo.