Viaje al desierto de Huayquerías.
En el sur mendocino, el Valle de Uco ofrece una porción de desierto con másde cien cañadones que cobijan unos diez ojos de aguaagua, ideal para el trekking.
En el sur mendocino, el Valle de Uco ofrece una porción de desierto con más de cien cañadones que cobijan unos diez ojos de agua, ideal para el trekking.
Las voces se apagan. Apenas se siente la respiración y el desliz de los pies sobre la arenisca del Desierto de Huayquerías. Parados sobre el mirador, la luna llena se anuncia en el cielo y el Valle de Uco, en el sur mendocino, se extiende hasta que las montañas se recortan del cielo que al final de la tarde es de un azul cristalino.
Hay emoción en el grupo de trekking porque inaugura la temporada de travesías a este desierto que se formó a fuerza de lluvias y vientos, con el sedimento que dejó la cordillera Frontal, hace 75 millones de años atrás, cuando emergió y secundó a su antecesora, la cordillera formada 450 millones de años antes: los Andes.
El anochecer recién comienza y desde el mirador se dibuja como una cremallera gigante el cañadón hacia donde se sumerge el grupo de gente. A primera vista, se parece a un Talampaya (La Rioja) en miniatura. Por dentro del cauce seco, sus paredes alcanzan los 50 m de altura.
Y cuando los últimos haces de luz rebotan entre los muros, el paisaje vira del ocre al rojo. El sol se esfuma y cobra fuerza el baño de plata lunar. No hacen falta linternas. La claridad aumenta, la vista se acostumbra y el juego de luces y sombras atrapa al visitante. Serán poco más de 3 km de caminata que se cumplen a un ritmo suave. El destino es llegar hasta la aguada “La Salada”, que le da nombre al cañadón y donde el paisaje –prometen– es subyugante.
El gran laberinto que forma el cañadón se torna más estrecho paso a paso, hasta que abrir los brazos se hace difícil entre muro y muro de arcilla. La pared que se forma parece de piedra y es suave cuando se la acaricia. Las manos quedan ásperas al tocar esta tierra. No es fría como la roca. Será la noche que aumenta la magia y la inmensidad sobre las cabezas, que convierten a la travesía en un viaje lunar.
El mejor cañadón
Con 15 expediciones al Aconcagua y 8 cumbres, además de ascensos al volcán Maipo, Ricardo Funes, un sancarlino de ley, elige entre todos los paisajes este cañadón, y como guía experto destaca que es uno de los 100 cañadones que pueblan el desierto de Huayquerías. Dice, además, que hay una decena de sitios donde nace el agua. “Es de lluvia”, aclara, y cuenta que se filtra por entre la arenilla y que una buena parte forma vertientes que se suman al caudal del río Tunuyán, pero en otros casos se acumula y genera unos ojos de agua enormes escondidos entre los vericuetos que dibuja el recorrido. El agua es un poco salada para los de afuera, pero para los locales es bebible.
La noche invita a la sugestión, aunque ninguna alimaña fue vista por estos lares, salvo huellas de puma. Los lugareños aseguran que el león americano es el primero que advierte la presencia humana y huye del gran depredador. Zorros grises, choiques y pichis (quirquinchos) son otros habitantes del desierto. Y para los avistadores de aves es el amanecer el momento ideal, cuando las especies se acercan al agua, y en primavera aprovechan los huecos porosos de los paredones para anidar.
La travesía es suave pa ra deportista sexigentes. Pero quizás será un español el que le aumenta la importancia al lugar al reconocer que después de recorrer distintos sitios del planeta –y en suelo mendocino visitar bodegas, asistir a la Fiesta Nacional de la Vendimia, catar vinos, cenar y almorzar, entre otras actividades– es Huayque---
rías “su” lugar en el mundo. Cree que no hay algo similar, pero más que al paisaje se refiere a la experiencia de caminar y ver 360 grados de geoformas y naturaleza absoluta sin que nadie opaque la sensación de estar a solas con la infinita belleza.
Exótico es el instante en el que flota en el aire una melodía dulcísima que se desprende de las cuerdas de un violín. Nadie lo ve, pero se siente, y es cada vez más cerca. El túnel de sedimentos por el que caminamos se convierte en un anfiteatro. Y en un recodo es un músico sancarlino quien asoma ejecutando la música y se suma al sendero hasta el final.
Arpegios ocultos
De uno a 80 años, dice Ricardo Funes que recomienda el lugar y que es la edad de la gente que ha participado de esta travesía. No hay apuro, no hay dificultades ni exigencia técnica. Pero sí mucho de mucho: noche, paredón y después. La fuerza de millones de años a nuestros pies.
Una vez en invierno, con siete grados bajo cero, Funes se quedó a hacer noche en medio del cañadón. Con una bolsa de dormir de pluma de alta montaña, temiendo el peor de los fríos. Sin embargo, por la mañana descubrió que la botella de agua que había
quedado a un lado permanecía fría pero no helada, mientras que a 10 km, donde está el pueblo de San Carlos, todo estaba helado.
“Es un microclima”, explica en relación a los paredones que protegen los soles y vientos y que envuelven y absorben las temperaturas de manera ta l que en verano está más fresco que en el valle y en invierno se amortiza el frío helado.
La marcha es tranquila pero incesante. Y surgen preguntas de todo tipo. La más común sobre el origen del nombre: muchos creían que era quechua, pero los descendientes pehuenches de la Nación Mapuche reconocen su lengua y explican que se trata del lugar donde entrenaban (o se preparaban) los guerreros.
Un silencio denso se adueña del grupo. Pero el ref lejo de la luna sobre el espejo de agua relampaguea en las almas y da la respuesta perfecta: llegamos al destino en las entrañas del cañadón de La Salada. La gente se acomoda sobre el suelo para contemplar. Tierra, aire, agua… hasta completar los 5 elementos.
Carlos Farías y Vanesa son de este sur entre cuyano y patagónico. Y trabajan desentrañando la historia de la gastronomía de la reg ión. E nt re muchas recetas, preparan humita para regocijo del grupo. A cada paso una historia. En cada instante una experiencia. La luna está más redonda y blanca que nunca cuando alcanza el centro de la noche y el destino. Pero todo vuelve, así que, tras juntar los pocos petates de cada uno, se emprende el regreso en el que todo parece distinto. Tal vez por la altura de los paredones que encajonan el camino por este antiguo cauce seco y que se cierra y se abre como si la tierra probara abrazarnos y dejarnos ir.
Aires ceremoniales
Una brisa cordillerana limpia el aire y las mentes. Casi en blanco se forma una rueda y cada quien cuenta cómo vivió esta experiencia de trekking por entre los muros de un laberinto que es el Cañadón de la Salada. Se siente esto de contar y descubrir que en gran medida todos los que caminaron sobre estas arenas del tiempo sienten el mismo respeto por la naturaleza, por desplazarse dentro de ella y sumergirse en tierras donde los antiguos desplegaban su arte. La ronda cobra fuerza de ceremonia a la usanza pehuenche y mapuche. Dicen también que en los años 40 hubo piletones con aguas termales. Que las hay las hay y queda en el tintero el proyecto de reflotarlas.
La música vuelve a endulzar el a i re noc tur no cua ndo los senderistas arriban a la boca del cañadón donde esta travesía comenzó. Son unos 12 km que restan hasta el pueblo de San Carlos, Capital del Arbol y la Tradición. A llíla música también los representa con la “tonada” y los viñedos del Valle de Uco que brindan vinos que recorren el mundo. Por eso, para los sancarlinos, caminar hacia los secret os del Desierto de Huayquerías es un viaje para el alma.