Steelheads del Santa Cruz.
Un encuentro con las portentosas arco iris engordadas a krill que nos regala este río a la altura de Piedrabuena.
Un encuentro con las portentosas arco iris engordadas a krill que nos regala este río a la altura de Piedrabuena.
Los Hielos Continentales Patagónicos, ubicados en la frontera argentino-chilena, son los terceros más extensos del mundo tras la Antártida y Groenlandia. Y los mayores con acceso terrestre y carácter continental no polar. Una gigantesca masa de casi dos millones de hectáreas que en su derretimiento escurre hacia ambos océanos. Los derrames al Atlántico discurren exclusivamente a través del Santa Cruz, el más salvaje e impetuoso de los ríos australes del país.
Mientras el grueso de los cursos patagónicos poseen crecidas invernales y estiajes veraniegos, el Santa funciona en forma inversa. Su mayor caudal se da con la licuación veraniega de los glaciares, mientras en invierno –con el congelamiento
de sus nacientes– se reduce a un cuarto de su volumen. Otra característica son sus aguas opalescentes, de una transparencia que rara vez supera los 50 cm. Poco antes de nuestra llegada rompió el glaciar Perito Moreno, dando lugar a una violenta crecida y arrastre de gran cantidad de sedimentos.
Nosotros hallamos un río muy alto pero bajando y con una visibilidad en alza. Pocas faenas resultan tan intimidantes como enfrentar esta gigantesca masa de agua con una caña de mosca.
Por consejo de nuestro guía Mi- guel Angel Garrido, sincronizamos el arribo con las mareas de sicigia de abril. Ello sucede cuando el sol, la luna y la tierra alinean sus fuerzas gravitatorias, dando lugar a pleamares de hasta 12 metros; un poderoso incentivo para las corridas otoñales del steelhead.
En cuanto a las atlantic steelheads, esas portentosas arco iris anádromas engordadas a krill, ¿qué más agregar sobre ellas?
La F-1 de las truchas, el pez de los mil tiros, la especie que demandará hasta la última gota de nuestro esfuerzo y capacidad técnica. Un salmónido y un río durísimos, donde en una jornada de 12 horas la nada siempre acecha, un pique es la norma, y su superación un extra maravilloso.
EL comienzo de la excursión
El primero de los cuatro días nos encontró al amanecer en el muelle de la isla Pavón, embarcando al semirrígido de Miguel, su medio de transporte para movernos por los distintos pesqueros. Un guía nacido y criado a la vera de este río, que dedicó gran parte de su vida a estos peces.
La partida la completaban Luis Brunt, Fernando Charro y Julián Hansen, grandes pescadores y clientes del Negro desde hace largos años. Daba inicio a mi quinta vez en el Santa, y mi principal anhelo pasaba por pescar una gran steelhead con caña de una mano, ya que siempre lo había hecho con dos manos. Esta última reservada para vientos fuertes, que solo soplaron las tarde del segundo día.
Como no podía ser de otra manera, arrancamos en el Pozón de Garrido, donde Miguel aleccionó a la tropa: “Ustedes ya conocen el río, vayan pasando esa mata, que yo voy a hacer pescar al periodista”. Me paró en una puntilla costera, y marcando una costura de corrientes a unos 25 m comentó: “Allí hay un banco, que con el agua alta hoy tiene 80 cm de profundidad, y las steelheads descansan sobre el veril del otro lado, ¿llegás?”. En el segundo tiro, mientras una String Leech azul y negra derivaba muerta a 90 grados de la costa, pulsando con un delicado twicheo, ocurrió
una tenue detención.
Dos cabezazos y un salto después: en menos de lo que tardo en decirlo, el nudo del backing escapaba entre los pasahílos. Era una gran hembra cromada, más estilizada que pesada, que dio verdadera guerra hasta vararla en un colchón de algas costeras. Increíble: ¡mi expectativa de máxima se había dado en solo 15 minutos! Como corresponde a un grupo de amigos, el que pesca se autorrelega a los puntos menos ventajosos, priorizando a los que vienen zapateros. Ese día terminó con solo esa captura, y un par de piques malogrados.
La mañana siguiente arrancamos en la orilla sur a la altura del pueblo, donde Charro se despachó con un doblete de steelheads medianas, hasta que nos corrió “el tapón” de la pleamar. De allí en más Brunt y Julián elegirían lugar, y el resto nos acomodaríamos. Llegados a Puente Viejo, Miguel le marcó a Luis una corredera: “Allá está el pescado que
buscás, galenso”. Nadie discute que el guía sea chúcaro, pero los clientes no se quedan atrás, su respuesta fue: “Me tengo más fe abajo Negro, prepará el copo para cuando pegue el grito”. Yo moría por entrarle a esa corredera que fluía impecable, y tras una mañana dulce Charro me la cedió.
Le entré arriba del arbolito, cuadriculándola “con regla y escuadra”: un tiro un paso, tirando bien largo a 90º, plegando sucesivamente la cola del shooting mientras dejaba hundir todo flojo pero controlado. La idea era que al llegar a los 45 º de deriva, el ángulo de todo el conjunto fuera el correcto, con la mosca nadando primero, profundo y levemente retenida. Con el pivote de un vadeo profundo, estripadas lentas, y peinando el streamer bien lento sobre el peralte del veril: la zona más caliente de pique.
La pasada fue interrumpida con una rotunda conexión, en que el pez subió a tomar la mosca agresivamente. Otra hembra enorme, corta y llamativamente musculosa, más acrobática que corredora, que voló por los aires media docena de veces. El día terminó con otros piques marrados, y un Charro prendido fuego con otra hembra grande. Tres steelhead en una jornada: ¡un hecho sumamente destacable!
El tercer día navegamos río arriba por páramos solitarios y desbordantes de fauna, hasta Puesto Rodrigo. Zorros, copetonas, choiques y copiosas tropillas de guanacos se dibujaban en las barrancas. Aquí el Santa abandona su perfil insular y de llanura del tramo inferior, adoptando un canal único con típicas correderas con fondo de piedra bola.
La jornada fue toda del galenso, con dos piques de steelheads grandes que se desprendieron en el zapateo inicial. Pero coronó con una figurita muy difícil: una sea trout que aquí es una rareza.
Regalo de despedida
El último día fue el más picante de todos. Sicigia a pleno, brisa del sudoeste que permitía tirar largo y prolijo, y steelheads lomeando como toninas. Charro arrancó con una mediana, marcada por una vieja cicatriz de lobo marino. Quien escribe conectó el pez del viaje, una imponente hembra misilística de cola levemente atrofiada. Saltó una sola vez al pincharse y como una fuerza imparable nadó todo el tiempo aguas arriba sin quemarse, obligando a caminarla, mientras se resistía a entrar al copo.
Charro, en un banco situado aguas arriba, sacó un macho enorme y muy corredor. La tarde se nos escurría y de allí en más fue todo apoyo moral para Luis y Julián, que desmoralizados pero sin bajar los brazos pudieron sacar su “arco iris marina” en tiempo de descuento.
Un río tan noble como caprichoso, que forja odiadores o fanáticos, nos da todo o nos aporrea, con esa metafísica estiljera que lo hace tan particular y desafiante. Una experiencia muy recomendable para vivir.