Una historia familiar: tres hermanos escalaron el mítico volcán Lanín, en Neuquén.
Tres hermanos de Junín de los Andes se lanzaron a escalar el mítico volcán del Neuquén, de 3.747 m de altura.
Todo comenzó en una fiesta, de esas que reúne a la familia en pleno.Nuestrospadressondel norte y se asentaron en Junín de los Andes hace ya muchos años. Por cuestiones laborales y de la vida misma, mis hermanos y yo nos fuimos del pueblo y creamos nuestras familias lejos de allí.
Esa noche, hablando de la vida, me entero que mi hermana Silvana y mi hermano Carlos, también conocido como Kitto, escalaron el Lanín, y yo, habiendo nacido ahí, nunca lo había hecho y me moría de ganas. Más aún al saber que nuestro padre, en su
época de militar, había subido varias veces y estado entre los que llevaron el nuevo refugio del RIM (siglas del Regimiento de Infantería de Montaña, ubicado a mitad de camino a la cumbre). Surgió entonces así y ahí la idea de que me acompañen y llevar a la cima nuestro apellido ¡juntos!
Sin más, volvimos a Neuquén capital con nuestras familias, y junto a Kitto comenzamos a entrenar muy duro casi todos los días, mientras Silvy hacía lo suyo en Junín. Simultáneamente averiguábamos por guías, y encontramos a Ramiro, de nuestro pueblo, quien nos guió en el entrenamiento y con el equipamiento que había que conseguir.
Neuquén ofrece muchos circuitos y senderos en la barda, a través de un bosque y en llano, con distintos desniveles, más largos o más cortos, ideales para un excelente entrenamiento. Algo fundamental de la preparación fue el calzado: tuvimos que ablandarlo en pleno verano, con días de 40 grados de calor, caminando entre 2 y 3 horas diarias. Por último, cargamos las mochilas, variando el peso entre 8 y 16 kg por cada salida, hasta llegar al máximo.
Ya en Junín, nos juntamos con Ramiro para preparar la mochila, la que dejé tal cual la íbamos a llevar: con la bolsa de dormir, la ropa para el domingo, la comida y el abrigo necesario, ni más ni menos. Cualquier cosa extra se notaría en las piernas. Así llegó el ansiado sábado y salimos cerca de las 7 para llegar a la entrada del PN Lanín a las 8, registrarnos y emprender la caminata rondando las 9:20.
Convertirse en tractor
Caminamos con todo el equipo hasta la base del volcán, sumidos en la emoción durante más de hora y media. Poco después comenzó la aventura, con esa ansiedad de sólo querer subir, una emoción que te lleva las piernas a salirse del cuerpo por llegar, pero Ramiro, con toda su sabiduría, nos dejó las cosas claras: “Despacio y constante, hoy somos una máquina de administrar nuestra energía, hoy no nos queremos cansar”.
A partir de ahí fuimos dando pasos pequeños y constantes, siguiendo su consejo, mientras aumentábamos altura. Hicimos la primera parada una hora después de la base, antes de tomar el camino conocido como Espina de Pescado, demarcado entre los surcos que dejaron los glaciares, hielo que hoy sólo subsiste en la cumbre, pero que hasta 1950 llegaba hasta la base.
Nos hidratamos un poco y continuamos, cruzando la Espina para encontrarnos con el Camino de Mulas, sendero que atraviesa la ladera del volcán sin demasiada dificultad. En ese lugar nos sorprendió algo de lluvia, pero estábamos preparados: el pronóstico decía precipitaciones leves. La pendiente se hizo más dura y creció la dificultad. Poco después miramos al horizonte sin poder ver nada, se
había nublado por completo. Fue una sensación hermosa y extraña a la vez, bañada por la lluvia leve pero permanente.
Cerca de los 2.000 m hicimos una parada, al reparo del viento, para descansar los músculos. Pero el frío era intenso, así que decidimos seguir hasta el refugio del RIM. Fue una hora de caminata que culminó con el alivio de ver el techo naranja entre esa gran nube que nos rodeaba. Necesitábamos calor y los soldados que nos recibieron tenían mate, toda una bendición.
Viento y lluvia
La lluvia no paraba, pero debíamos seguir hasta el refugio del Club Andino Junín de los Andes (C.A.J.A.), así que cargamos la mochila, nos pusimos los guantes mojados y volvimos al camino. El viento y la lluvia se hicieron cada vez más intensos, a tal punto que llegando al refugio tuve que clavar los bastones y quedé casi horizontal al suelo.
A lo lejos apareció el techo amarillo y nos volvió el alma al cuerpo, luego de algunas caídas afortunadas y una lucha incesante contra el viento. Ramiro aconsejó cambiarnos, el frío se sentía muchísimo en las manos. Nos cambiamos y tratamos de volver a tomar calor, algo que nos costó mucho. Sacamos la bolsa de dormir y nos metimos, de paso descansamos un rato.
Pasamos todo el día en el refugio, escuchando al viento rugir cada vez más fuerte. Nos despertamos a las 3 de la mañana, desayunamos y salimos a una hermosa noche estrellada, en la que podíamos ver la cumbre. Con las linternas encendidas avanzamos hacia ella, a través de un camino rocoso que llevaba nieve y hielo, producto del viento blanco.
Luego de un esfuerzo casi sobrehumano y las arengas de Ramiro, alcanzamos los 3.000 metros e hicimos una nueva parada, con Silvana devastada, pero con el ánimo todavía entero por su tozudez característica. Nos dimos fuerza entre todos, ya que estábamos muy cerca de la precumbre, con el terreno cubierto de nieve. En esos momentos en los que se empieza a vislumbrar la posibilidad de hacer cumbre el corazón late más fuerte, mientras el sonido del hielo crujiendo brota de los crampones.
Cerca de las 10 de la mañana alcanzamos los 3.747 msnm, la famosa cumbre del Lanín, acompañados de un sol radiante y el penetrante frío que sólo los montañistas conocen. Ya no importaba nada: nos fundimos en un abrazo infinito entre hermanos, con lágrimas que se camuflaban en el equipo y sin una palabra. Sólo gestos de amor. Miramos alrededor y la imponente vista nos quitó todavía más el habla: lagos, montañas y la paz infinita.
Con las pilas recargadas comenzamos a bajar, ayudándonos con los bastones. Ibamos despacio y llegando a los 3.000 nos encordamos, ya que el terreno es muy empinado y pedregoso. Bajábamos brindándonos fuerza entre todos para poder continuar, sólo para darnos cuenta de que nos uníamos cada vez más, usando la fuerza del otro para poder seguir. El cansancio muscular se hacía notar cada vez más: las pantorrillas quemaban y el corazón latía sin control, dotándome de fuerza con sólo mirar a mis hermanos.
El abrazo eterno
A las 15 horas llegamos al refugio con las últimas fuerzas que teníamos. Con la imponente cumbre a nuestras espaldas, juntamos las cosas, almorzamos algo bien energético y a las 16 partimos hacia la base, ya que Gendarmería pretende que los grupos no salgan más tarde que esa hora. Emprendimos el tramo final y luego de media hora de caminata pasamos el refugio del RIM. Continuamos, y Kitto nos contó de una molestia en la rodilla, aunque el agotamiento era patrimonio de todos.
Los últimos metros se hicieron eternos. De hecho, junto a mi hermana perdimos de vista a los chicos unos minutos, hasta que logramos seguirlos por las huellas. En la última curva, casi tirando la toalla, escuché la voz de mi viejo que lo recibía a Kitto con gritos y una profunda alegría. Fueron los tonos necesarios que me dieron ese empuje de energía que me hacía falta para terminar. Allá en Junín nos esperaba un merecido asado, el que disfrutamos al calor de la familia rememorando anécdotas de hermanos.
nes leves. La pendiente se hizo más dura y creció la dificultad. Poco después miramos al horizonte sin poder ver nada, se había nublado por completo. Fue una sensación hermosa y extraña a la vez, bañada por la lluvia leve pero permanente.
Cerca de los 2.000 m hicimos una parada, al reparo del viento, para descansar los músculos. Pero el frío era intenso, así que decidimos seguir hasta el refugio del RIM. Fue una hora de caminata que culminó con el alivio de ver el techo naranja entre esa gran nube que nos rodeaba. Necesitábamos calor y los soldados que nos recibieron tenían mate, toda una bendición.
Viento y lluvia
La lluvia no paraba, pero debíamos seguir hasta el refugio del Club Andino Junín de los Andes (C.A.J.A.), así que cargamos la mochila, nos pusimos los guantes mojados y volvimos al camino. El viento y la lluvia se hicieron cada vez más intensos, a tal punto que llegando al refugio tuve que clavar los bastones y quedé casi horizontal al suelo.
A lo lejos apareció el techo amarillo y nos volvió el alma al cuerpo, luego de algunas caídas afortunadas y una lucha incesante contra el viento. Ramiro aconsejó cambiarnos, el frío se sentía muchísimo en las manos. Nos cambiamos y tratamos de volver a tomar calor, algo que nos costó mucho. Sacamos la bolsa de dormir y nos metimos, de paso descansamos un rato.
Pasamos todo el día en el refugio, escuchando al viento rugir cada vez más fuerte. Nos despertamos a las 3 de la mañana, desayunamos y salimos a una hermosa noche estrellada, en la que podíamos ver la cumbre. Con las linternas encendidas avanzamos hacia ella, a través de un camino rocoso que llevaba nieve y hielo, producto del viento blanco.
L as pier nas ya dol ía n del esfuerzo cuando aparecieron los primeros y tímidos rayos de sol, que apenas si calentaban. Hicimos una parada breve para hidratarnos y aprovechamos para ponernos los crampones, ante una vista que quitaba el aire.
Luego de un esfuerzo casi sobrehumano y las arengas de Ramiro, alcanzamos los 3.000 me- tros e hicimos una nueva parada, con Silvana devastada, pero con el ánimo todavía entero por su tozudez característica. Nos dimos fuerza entre todos, ya que estábamos muy cerca de la precumbre, con el terreno cubierto de nieve. En esos momentos en los que se empieza a vislumbrar la posibilidad de hacer cumbre el corazón late más fuerte, mientras el sonido del hielo crujiendo brota de los crampones.
La cumbre
Cerca de las 10 de la mañana alcanzamos los 3.747 msnm, la famosa cumbre del Lanín, acompañados de un sol radiante y el penetrante frío que sólo los montañistas conocen. Ya no importaba nada: nos fundimos en un abrazo infinito entre hermanos, con lágrimas que se camuflaban en el equipo y sin una palabra. Sólo gestos de amor. Miramos alrededor y la imponente vista nos quitó todavía más el habla: lagos, montañas y la paz infinita. Apenas 20 minutos después, que pasaron en un suspiro, emprendimos el descenso.
Con las pilas recargadas comenzamos a bajar, ayudándonos con los bastones. Ibamos despacio y llegando a los 3.000 nos encordamos, ya que el terreno es muy empinado y pedregoso. Bajábamos brindándonos fuerza entre todos para poder continuar, sólo para darnos cuenta de que nos