En barco a través de la cordillera
El Cruce Andino renueva su oferta turística centenaria en una versión deluxe, accesible y bien intensa.
Son 11 horas de viaje maratónico en las que se toman cuatro vehículos y tres catamaranes para atravesar cuatro lagos, cruzar cuatro puertos y entrelazar dos parques nacionales. En el medio, los ojos no dan abasto para tanta belleza natural: cascadas, volcanes, aguas verde esmeralda y un bosque de mil colores que evoca constantemente el sonido de la fauna patagónica.
Así es el Cruce Andino, una experiencia tan agotadora como maravillosa que se abrió a fines del 1800 para unir a Chile y Argentina con un objetivo comercial, pero terminó prosperando como una oferta turística
a principios del 1900. Hace 102 años que se realiza y suma cada vez más interesados.
El ser v icio está a ca rgo de la empresa Cruce Andino, que opera todo el año excepto los 1 de mayo, con un cupo máximo de 260 personas por viaje. Se hace una sola vez al día partiendo de Bariloche o de Puerto Varas. La tarifa es de U$S 220 por persona en temporada alta y 180 en mayo y junio, con regreso sin cargo. Para extranjeros cuesta U$S 280 y hay un 50 % de descuento en la vuelta.
Lado argentino
Se sale 8:30 de la mañana de Puerto Pañuelo (Bariloche, Río Negro) navegando por el lago Nahuel Huapi en el catamarán Gran Victoria, una embarcación nueva con capacidad para 251 personas. Luego de una hora de viaje se llega a Puerto Blest, donde se toma una sprinter que bordea el lago Frías hasta llegar a Puerto Alegre. Allí se toma un segundo catamarán bastante más pequeño, el Victoria del Sur, para navegar durante 20 minutos sobre las aguas verde lechosas del lago Frías, color que se explica por la presencia de sedimentos volcánicos que pro vienen del glaciar Frías. Son tan pequeños y livianos que quedan en la superficie generando una ilusión óptica con la luz del sol.
Al desembarcar en Puerto Frías y luego de pasar por la Aduana argentina, el trayecto que sigue se empieza a poner picante. Son 29 kilómetros (1:30 horas aproximadamente) en un bus 4x4 preparado especialmente para cruzar la frontera entre Argentina y Chile por un camino sinuoso que atraviesa el Parque Nacional Nahuel Huapi y se adentra en el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. Plena selva valdiviana de exuberante vegetación eternamente verde donde abundan los lengas y ñires, árboles típicos de la zona que son los únicos que cambian de color en otoño. También se ven coihues, alerces, arrayanes y araucarias de hasta 35 metros de altura. Más de 250 especies vegetales entre las que resuenan los chirridos del chucao, el loro choroy, el chimango y el tero austral,
inhibidos por el vuelo rasante del cóndor, ave nacional de Chile.
Lado chileno
Al llegar al punto más alto del camino, exactamente 998 metros según indica el GPS, está el Paso Vicente Pérez Rosales, que separa a la Argentina de Chile desde el año 1881 según el método de división de aguas.
Una vez en suelo vecino se empieza a descender hasta la ciudad de Peulla, un pueblo de 120 habitantes que vive de la producción de leche, queso y miel, y la cría de vacas, chanchos y cabritos. La agricultura está prohibida por el gobierno nacional. De hecho, las 180 viviendas privadas sólo están permitidas porque la gente ya vivía allí antes de que el lugar se convirtiera en Parque Nacional. Si el día de mañana se quieren mudar, están obligados a venderle la propiedad al estado.
En la ciudad de Peulla se pasa por la Aduana chilena, donde la revisación es bastante exhaus-
tiva, ya que el país está libre de plagas y pretende seguir de la misma manera. No se pueden ingresar ningún tipo de frutas frescas, vegeta les, f lores, semillas, fruta seca no rotulada y sellada, té en hebras, lácteos y embutidos, miel y madera.
De la aduana se toma otro bus para llegar al Puerto de Peulla y embarcar en el catamarán Victoria Andina, el más grande de los tres, que navega el Lago de Todos los Santos durante 1 h 45’ en dirección a Petrohué (lugar de niebla, en lengua quechua). Retomando la vía terrestre se visitan los Saltos de Petrohué y finalmente, bordeando el lago Llanquihue se llega a la ciudad de Puerto Varas luego de 65 km y 45 minutos de cabeceo inevitable.
Si uno quisiera sumar excursiones dentro del cruce, podría recorrer la Isla Victoria y el Bosque de Arrayanes, el Puerto Blest o la Cascada de los Cántaros. Una opción es alojarse en el flamante hotel Puerto Blest de Bariloche y disfrutar del jacuzzi luego de hacer alguno de los tres senderos de trekking al pie del volcán Tronador. Otra es pasar una o dos noches en los hoteles Peulla y Natura, del lado chileno, donde se puede tomar una excursión para navegar el Lago de Todos los Santos, hacer cabalgatas, safari en 4x4, canopy y hasta paseos en helicóptero.
Puerto Varas
Antes de emprender el viaje de vuelta a Bariloche, vale la pena quedarse al menos tres o cuatro días en esta hermosa ciudad de apenas 40 mil habitantes que descansa a orillas de lago Llanquihue. Un pequeño reducto alemán sacado de una película de los años 50, con casas bajas de estilo nórdico, iglesias luteranas y mucha madera. Las calles son impecables, la gastronomía inolv idable y el clima de mil demonios con un promedio de 3.500 milímetros y 200 días de lluvia al año. Sin embargo, es esa humedad fría la que la hace dueña de una vegetación paradisíaca, e ideal para las tardes de té con miel de ulmo y strudel de manzana.
El trekking del Parque Nacio- nal Alerce Andino es uno de los atractivos turísticos más bellos. También vale la pena visitar la pintoresca ciudad de Frutillar, los volcanes Osorno y Petrohué, el fiordo de Reloncaví y, si se tiene más tiempo y dinero, la Isla de Chiloé con las pingüineras. Los pescadores no se pueden ir sin sacar una trucha del Llanquihue.
Bariloche
Chocolate, licor, cerveza y mucha carne ahumada para empezar a hablar. Con el espíritu lleno, una vez de vuelta en la ciudad patagónica hay que recorrer el Centro Cívico y hacer el Circuito Chico. Muy recomendable la caminata del Parque Municipal Llao Llao, la Colonia Suiza, el Cerro Otto, la Península de San Pedro, Villa los Coihues, Piedras Blancas y el centro de esquí del Cerro Catedral.
Sería pecado irse sin pasar por la nueva cervecería Patagonia a orillas del lago Moreno. Un edificio impresionante que aloja una planta productora y ofrece una variedad tan grande de cervezas que ni ellos saben a ciencia cierta cuántas han fabricado.
Aunque el bolsillo se niegue, también habría que darse el lujo de una última cena en Patacón, probablemente uno de los mejores restaurantes de Bariloche, donde uno se siente el dios Baco por unas horas antes de la triste despedida.