Divertida sorpresa en San Pedro
En un tramo del río Paraná donde confluyen en otoño peces de invierno y verano, dimos con una riquísima variada de especies calificadas.
Los períodos de transición son también de sorpresas. Y si el ámbito elegido es precisamente una ruta acuática de encuentro entre especies de verano y de invierno, el panorama del pescador se abre a posibilidades insospechadas, como nos ocurrió en San Pedro (Buenos Aires), donde logramos siete especies muy deportivas en una jornada.
Cambio de planes
La idea de ir en busca de los primeros pejerreyes se topó con una generosa advertencia de nuestros guías convocados, Ruly Ferreyra y Pepe Rivas, quienes nos dijeron que la variada de verano seguía muy firme pese a los primeros fríos. Así las cosas, además de las telescópicas de 4 metros, llevamos por suerte equipos de baitcast y fly, para tentar dorados y trabajar con morenas a fondo para cobrar algún surubí tardío.
El encuentro en el Club Náutico local se sucedió casi sin darnos cuenta de un viaje que se hizo extremadamente corto por una autovía sensacional, que nos permite llegar por asfalto hasta el embarcadero. Junto a Hernán Gaurisso de TechTackle, apuramos los saludos y partimos con nuestro anfitriones con el motor apenas ronroneando mientras nuestra ansiedad hacía tropezar
los dedos al armar equipos varios –de fly, bait y peje–, en tanto el guía arrancaba la ronda de mates.
Primer objetivo: en ruta hacia la mejor zona pejerreycera nos detuvimos en unas prometedoras barrancas de la costa “La BRava”, turbulencias y puntas de isla en donde iniciamos la pesca con mosca. Esta región, denominada Del Tuero, mostró intensa actividad de doradillos, chicos pero muy combativos, que tomaban las moscas de colores preferentemente oscuros.
La anchoa y el pejerrey todavía no habían entrado firmes, hecho que coincide con las primeras heladas fuertes que aclaran el agua. Ahí sí, con abundante comida y aguas claras, el pique con mosca es mucho mejor y se agrandan los tamaños. Los dorados, glotones como son, compiten por su alimento y no se ponen tan selectivos, pudiendo probar distintos colores de moscas con igual éxito.
Bajando un poco el río, antes de llegar a la Vuelta del Piraña, por la zona de Molina, encontramos un pozón prometedor a la salida de un arroyo de desagüe de campo, en donde nos propusimos hacer un intento a fondo para ver si salía algún cachorrito antes de ir a las mejores canchas de pejerrey.
Tomamos equipos de bait de 12-25 libras (1 libra: 0,453592 kilos) y con un aparejo simple de plomo pasante, leader de 40 libras y anzuelo 9/0, enhebramos morenas de distintas formas (cada maestro con su librito) e hicimos una pequeña pesca de espera que nos dio un cachorro chico, y algunos patíes de mediano porte.
Un acierto fue decidir –con Pepe– bajarnos a tierra mientras nuestros compañeros pescaban a fondo. Vimos que en el arroyo, enmarcado por barrancas anegadizas, algo andaba cazando. Suponíamos que eran doradillos y pirá pitás. Y con equipos de bait más sutiles (cañas no mayores de 6 pies y reeles tipo 201) fuimos a probar suerte. Pese al movimiento de agua no concretamos capturas en el arroyo, pero Rivas decidió tirar una rana hacia el yuyal emergente al costado del cauce del arroyo y grande fue nuestra sorpresa cuando recibió el ataque de una tararira. Variamos todos los artificiales para cobrar esta especie que suponíamos aletargada y tuvimos muchos ataques erráticos. Era media mañana y nos propusimos dejar este postre para el final del día, cuando el sol calentase un poco más el charco.
La hora de las flechas
Volvimos a la lancha y partimos a la zona del Piraña, cancha ideal para el pejerrey, con juncales muy lindos para peinar con el motor eléctrico de nuestros guías, manteniendo la embarcación a 30 metros de la orilla en un garete parejo río abajo. Armadas las telescópicas de 4,25 m con líneas de tres boyas (cometas en nuestro caso y esféricas de pequeño diámetro en el caso de ambos guías) iniciamos esta pesca con mojarra
viva como cebo y brazoladas de 20 a 30 cm. Los primeros piques, para estar acorde con el día, fueron sorpresas inesperadas: manduvas de gran porte y tremendas palometas que nos cortaban anzuelos en más de una ocasión, sin olvidarnos de algunos patíes de 1 a 2 kilos. De pejes, ni hablar. Lanchas de otros aficionados conocidos por nuestros guías daban cuenta de cosechas de 2 a 8 piezas en toda la embarcación, pero siempre hablando de lindos pejes de 30 a 45 cm.
Finalmente tuvimos suerte en una pequeña pasada en la que pudimos cobrar un par de piezas por gorra. Se ve que el peje entra en pequeños cardúmenes y tras una racha de piques se suceden grandes compases de espera.
Decidimos volver a mosquear con los dorados pues allí cerca de donde habíamos derivado había unas interesantes correderas que podíamos trabajar desde la orilla, en la zona denominada Los de Domínguez. Los mosqueros nos bajamos a tierra mientras Gaurisso y Pepe empezaron a hacer pasadas a la deriva peinando el fondo con morena y plomo para ver si lograban mejores dorados.
Mientras con Ruly nos entretuvimos pinchado doradillos de 1 a 1,5 kilos que nos regalaron saltos sensacionales que disfrutamos desde la costa, nuestros compañeros iban izando regularmente patíes de 2 kilos y doradillos que no rompieron nunca el molde.
Satisfechos, decidimos volver a cerrar la jornada tomándonos revancha con las taruchas que nos hicieron la pera por la mañana en la zona de Medina. Volvimos al arroyito y ¡oh sorpresa!, el río había crecido elevando unos 15 cm el nivel de agua. Esto nos cambió el panorama, pues el arroyo desbordó, las tarus se subieron a los yuyos del campo y nuestro vadeo hizo que ante la menor irregularidad se inundaran nuestras botas, situación harto incómoda. No obstante, arrancamos los lances con ranas de látex antienganche Hopliass, munidas de spinners adelante para generar vibraciones. Y también usamos artificiales sliders (deslizantes), como las cucharas Goziolure y las Blanditas DonKB. No había tanto pique como a la mañana, pero pese a que el día estuvo frío y nublado, el aumento mínimo de temperatura las volvió más certeras. Tres ejemplares de gran porte nos permitieron cerrar la jornada con enorme alegría, pues a solo 165 km de Capital Federal pudimos cobrar en una misma jornada dorados, taruchas, manduvas, palometas, patíes, un cachorro y pejerreyes.
La despedida
Por desgracia, la inmensa riqueza de este ámbito se ve amenazada por la proliferación de redes comerciales, espineles y un acopio que paga miseria por los tesoros del río, perpetuando la pobreza del eslabón débil de la cadena, generando fortunas en pocas manos y saqueando un río que –pese a todo– insiste en premiarnos con sus bondades.
Con el arribo de los grandes cardúmenes de pejerrey y anchoa, pescadores de flecha de plata y mosqueros amantes del dorado tendrán en junio uno de los mejores para divertirse en un mismo ámbito, con lo mejor del verano y del invierno.