Weekend

Quebradas para descubrir

Diversos circuitos cercanos a la ciudad de Salta, disfrutand­o hermosos paisajes y superando las exigencias del terreno y de un clima cambiante.

- Textos: ALDO RIVERO. Fotos: RODRIGO GARCIA COBAS

Salta enamora. Así que viajamos nuevamente con mi copiloto Rodrigo García Cobas para efectuar varios recorridos. Acostumbra­dos al llano, siempre es buena una aclimataci­ón para nuestras piernas y efectuar alguna pedaleada de mediana exigencia en la montaña. Tampoco disponíamo­s de mucho tiempo, por lo que apenas llegados nos contactamo­s con Gustavo Suárez, de Overland Salta, que cuenta con 15 años de experienci­a en la provincia y ofrece un servicio completo con alquiler de bicis y equipo, aunque en nuestro caso habíamos viajado con las propias MTB’s.

Luego de 1.000 km de campo liso con mi nueva Merida One

Twenty, no veía la hora de cascotearl­a como se merece. Un destino cercano y de mediana exigencia es la trepada por Finca Las Costas, casi lindera con la Quebrada de San Lorenzo y a solo 15 km del centro. Tempranito nos juntamos con Gustavo y partimos. La primera parte del recorrido no era extensa, por lo que empleamos relaciones livianas para calentar los músculos y encarar por ripio para el lado de la montaña. El camino, flanqueado por árboles y con diversas plantacion­es a los costados, era plano en su primera parte. Y a medida que nos acercá- bamos al pie de la montaña empezó a inclinarse y obligó a cambiar la relación de pedaleo.

Cruzar y volver a cruzar el río

El cruce del casi seco río Arenales marcó el punto de inflexión. A partir de allí y con una breve franja de vegetación baja, nos internanos en la selva pedemontan­a repleta de cebiles y lapachos amarillos de 15 m de altura donde un tucán nos miró pasar muy atento. ¡Camino muy pedregoso e inclinado! Las lluvias de los días anteriores habían dejado innumerabl­es charcos

y el cruce constante –12 veces– del río provocó que a los pocos kilómetros estuviéram­os empapados de la cintura para abajo. Nunca recto, siempre sinuoso nos obligaba a apilarnos sobre el manillar para que la bici no se parara de manos. Pero la exuberanci­a del paisaje lo perdonaba todo y solo algún rayo de sol se colaba entre los árboles marcando el camino.

Casi 1.500 m arriba

Luego de 30’ minutos trepando y cruzando el río, el ángulo del ascenso decreció en la medida que la vegetación se espaciaba y nos internábam­os en la quebrada. rada. Algunos desbordes del arroyoo formaban pequeñas lagunitas con on infinidad de mariposas, teros,, garzas y otras aves que nos regalaban un festín multicolor. Fincas desperdiga­das con vacas y plantacion­es diversas, un arroyo de montaña bordeado el camino... “Nos trajiste a la casa de la Familia a Ingalls”, le dijimos a Gustavo.

Habíamos ascendido hasta a los 1.467 m y allí arriba el sol picaba.caba Con 13 km llegamos al final del camino para efectuar una breve parada. Elongamos mientras comíamos alguna fruta y Gustavo nos relataba historias de la zona y las caracterís­ticas de la bajada. El camino era el mismo, pero cambiaba, ya que el desnivel acumulado jugaba a favor nuestro. Como en las salidas el nivel de los bikers es variado, él normalment­e los separa y cada grupo baja con un guía. En el caso nuestro, que ya veníamos cascoteand­o montaña hace rato, nos soltaría detrás suyo. Con Rodrigo ya nos conocemos: nos pasaríamos en la primera ocasión, pero respetando siempre la trayectori­a ideal.

Desandamos la senda y donde empezaba el bosque y el camino sinuoso cargamos la transmisió­n con cambios más altos para que la cadena no flotara, desplazamo­s la cola un poco fuera del asiento... y rocanrrol. A 42 km/h: curva, contracurv­a, algún derrape para timonear la rueda trasera y aullidos a discreción. Los cruces del río, que a la ida nos mojaban los tobillos, ahora nos empapaban hasta los hombros y –literalmen­te– los pasábamos volando sobre las piedras.

Luego de un vado y una pequeña trepada que tomé muy fuerte, una piedra levantada por la rueda delantera pegó en el cuadro y luego en mi pierna. El dolor fue instantáne­o, y cuando pude frenar la bici ya se me estaba hinchando. Por suerte al costado del camino corría el arroyo y su agua fría me frenó la inflamació­n. Si en las zonas rurales donde había estrenado mi Merida doble suspensión de carbono me había parecido una bici tremenda, en la montaña demostró que era su ámbito: ágil, veloz, segura y liviana, realmente otra dimensión de pedaleo y disfrute. Tal vez por eso llegamos al punto de partida mojados, felices y hambriento­s, nada que una buenas empanadas salteñas no pudieran remediar.

Se suma la lluvia

Después de un poco de fiaca al sol, seguimos el pedaleo. El plan original se estaba oscurecien­do por culpa de unos nubarrones que aparecían sobre el flanco de la montaña, por eso la visita al Museo de Güemes quedó pendiente para otro día y optamos por el circuito Yungas de San Lorenzo, tomando el sendero hacia el cerro Elefante que nos demandaría hora y media. Por sus caracterís­ticas, tendríamos que hacerlo en su mayor parte con la bici al hombro, para bajar a las chapas del otro lado. Pero solo habíamos hecho unos cientos de metros y nos envolviero­n las nubes. La experienci­a pesa, y ahí entendimos por qué Gustavo

nos había exigido una prenda de abrigo unas horas antes.

Comenzó una llovizna tupida y la visibilida­d decreció notablemen­te, por lo que luego de ponernos los rompevient­os cambiamos el destino por una senda hacia la Quebrada de San Lorenzo, con una vista incomparab­le de Salta capital. Rachas de viento cruzado nos sacudían mientras sendereába­mos el último tramo entre piedras mojadas y ramas que nos azotaban. Parecía increíble que dos horas antes el sol nos estaba cocinando. Llegamos al asfalto sin inconvenie­ntes y nos despedimos de Gustavo para retornar a Salta. Teníamos hasta allá solo 12 km y la mayoría por bicisendas. Mientras la quebrada iba desapareci­endo entre las nubes, en Salta brillaba un sol deslumbran­te. Inmejorabl­e excusa para seguir pedaleando.

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Por seguridad, en las bajadas es necesario distanciar­se. Tucán en la selva de yungas. Parada de descanso e hidratació­n acompañado­s por los perros de una finca.
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Nubarrones y una llovizna cerrada obligaron a cambiar el destino y a bajar para eludir una tormenta en plena montaña. En la parte plana y alta de la quebrada la vegetación era más baja, comparada con la selva pedemontan­a del comienzo. Doce veces...
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 ??  ?? Un arroyo cristalino, con abundante avifauna bordea el camino una vez llegados a la quebrada. En algunas sendas empinadas y con obstáculos no hubo otra que desmontar y caminar con la bici.
Un arroyo cristalino, con abundante avifauna bordea el camino una vez llegados a la quebrada. En algunas sendas empinadas y con obstáculos no hubo otra que desmontar y caminar con la bici.

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