Barbos y carpas agosteras.
Agosto es un mes muy singular para intentar con los peces que ofrece la zona de Badajoz, en España. Los detalles de un viaje siempre especial.
Agosto es un mes muy singular para intentar con los peces que ofrece la zona de Badajoz, en España. Los detalles de un viaje siempre especial.
El plan original era pescar los embalses de la Península Ibérica de la mano de los expertos César Tardío en la zona de Extremadura, y luego Jorge Sobral Fernández en Castilla y la Mancha. Tradicionalmente, por el excesivo calor acumulado, agosto es uno de los meses más flojos en la península, con peces inactivos y recluidos en aguas más frescas y profundas. De allí que se acuñe el término de “ciprínidos agosteros”, para describir la apatía de los pocos peces hallables en los bajos. Con el agravante de que en este caso no era un agosto normal, sino el más seco y cálido de los últimos 40 años, con muchos embalses por debajo del 25 % de su capacidad.
Ya instalado en la ciudad de Badajoz, el primer intento lo realizamos en el embalse Abrilongo, que oficia de límite entre España y Portugal. Está poblado por un gran número de carpas de 1 a 2 kg, siendo raros los trofeos de más de 4 kg. Ante brisas fuertes me decidí por una caña Nº 6, línea de flote, y leader de 8 pies con un tippet fluorocarbono del 1X. Ese día roté muchas moscas, resultando la más efectiva la Lili Flu-Flu Nº 8 oliva. A los diez minutos de caminata vimos los primeros ejemplares en un agua bastante clara. El primero de César, de 3,5 kg, fue el más grande del día. Un poco después, tras más pifies que los deseados, capturé una carpa de 1,5 kg, que independientemente de su tamaño fue muy importante por ser mi primer pez en el
Viejo Continente. Ese día quedé reducido a un desecho humano: tras 36 horas casi sin sueño y el correspondiente jet lag, rompí mi empupamiento invernal con una caminata de 20 kilómetros por terreno escabroso, a 40 ºC. Si bien las carpas estaban activas, hacerlas picar no resultó fácil. Muchas se espantaban de solo ver las moscas, mientras otras hacían todo el gesto de picar pero sin llevárselas a la boca.
El segundo día visitamos el embalse de Alqueva, el mayor de Europa Occidental con una superficie de 25.000 hectáreas. Se sitúa en el Alentejo, al sudoeste de Portugal, muy cerca de la frontera con España. De costas extremadamente tortuosas y tentaculares, posee un períme- tro de 1.160 km. Ingresados a una recula profunda y rocosa, mi primer contacto fue con un carpón de 7 kg que siguió la mosca sin tomarla. Pronto aparecieron más peces de buen tamaño, musculosos y de aletas inmaculadas. Pero con su “chip agostero” robarles un pique resultaba todo un desafío, y al mínimo error se perdían en las profundidades. Así y todo sacamos varios ejemplares de entre 3 y 4 kg.
Lo más picante fueron los barbos comizos ( Luciobarbus comizo), una especie prioritaria en mi viaje. Es el barbo de mayor tamaño y el más piscívoro, tomando grandes streamers o señuelos de tipo minnow. Tres ejemplares de entre 1,5 y casi 3 kg, gentilmente cedidos por el anfitrión, que transitaban por una playa de roca molida salpicada de algas. A pesar de que las presentaciones fueron buenas, no dieron la menor muestra de interés: les rozaba el hocico y ellos como si nada. Una verdadera pena ya que los deseaba mucho. César no dejaba de lamentarse: “Qué pena la fecha Diego, si supieras lo que es esto en primavera. Lo que hubieras pescado en un mejor momento”.
Castilla la Mancha
Tomando como base Madrid, la primera salida con Jorge fue tras los barbos ibéricos comunes ( Luciobarbus bogadei) del río Tajo, que como bien dice
mi anfitrión, “de comunes no tienen nada”. Es la especie más conocida y extendida en España: grande, potente y corredora, con el inmenso atractivo de tomar moscas secas con mucha consistencia, en oposición al comizo que es más strimerero.
Iniciamos muy concentrados porque debido a las altas temperaturas lo mejor se daría por la mañana. Enseguida vimos los primeros ejemplares rasgando la superficie con ese típico e histérico tailing barbero. Usando escarabajos de foam de entre Nº 10 y 8, las presentaciones básicas eran dos. Picarles la mosca sobre su cabeza con un “cast sonoro” que gatillara un pique, casi siempre sorpresivo. Y si esta última en vez de atraer espan-
taba, se posaba la mosca delicadamente a 80 cm de distancia para luego patinarla lentamente sobre su línea de visión.
Llamativamente asustadizos, los barbos requieren de presentaciones sumamente precisas, y toman secas con un extraño timing: de hecho los dos inciales los marré. Hasta que conecté el primero, que tras sentir el acero generó una brutal corrida, que me sacó toda la línea y varios metros de backing. Un ejemplar her moso que a mitad de la pelea cor tó el leader a la altura del 0,30 mm, seguramente por el rozar un filo rocoso.
Con una densidad de peces llamativamente alta, seguimos r ío abajo. A sí erré otros dos piques, uno por apurarme y sa- carle la mosca de la boca, y otro por esperarlo demasiado. De la nada la acción se interrumpió abruptamente, y la aparición de espuma y detritos anunciaron el infierno tan temido: la apertura de las compuertas de un embalse cercano. Y en menos de media hora el tímido arroyo estilo Malleo, se transformó en un peligroso río de rafting. A media tarde, regresamos a otro tramo aguas arriba, y lentamente todo se fue acomodando. Mientras no daba pie con bola con el nuevo estado del río, Jorge sacó su doblete. Y con su caña Nº 6 los peleó durísimo, dejando en claro cómo se debe someter a esta especie tan particular.
Amistad y aprendizaje
A media tarde logré clavar mi segundo barbo con un escarabajo rojo, que corrió al medio del río y tras haber sacado toda la línea, volvió nuevamente hacia mí a velocidad de un rayo, sacándose el anzuelo. En una larga corredera nos encontramos con decenas de barbos, cientos succionando con frenesí el verdín de las piedras. Pero con la mente en Marte, como carpas drogadas laguneras, no dieron un solo pique. Lo intenté todo, desde streamers a quironómidos en anzuelo N0 18 y tippet 4X, sin éxito. Al atardecer, mientras volvía al auto algo deprimido, en un lugar muy complicado clavé el mejor barbo del día. Sin dudarlo, como si tuviera un GPS pituitario, arrancó hacia el primer enganche y cortó el tippet como manteca. Definitivamente no era mi día…
La última jornada la dedicamos al embalse Buendía, reconocido por sus enormes carpas. Ese día caminamos como animales bajo un clima durísimo, estuvo muy pobre, y en 8 horas no vimos más de 6 peces cada uno… ¡pero enormes! Muy poco picoteros, al ver la mosca se retiraban lentamente a las profundidades. La más grande de todas, en aguas semiturbias que no dejaban ver bien qué sucedía, siguió a la mosca con toda la gestualidad de picar. Tras ello sentí un toque que nunca pude discriminar si fue un simple enganche, o un pique muy sutil con “pinza de depilar”.
Concluida la expedición “ciprínidos ibéricos”, queda en evidencia que no fue muy productiva en peces. Pero resultó superlativa en amistad y aprendizajes. Tanto Jorge como César resultaron unos anfitriones insuperables, y con gran generosidad me iluminaron con muchas de sus visiones y secretos.