Un viaje soñado.
Un encuentro fortu fortuito despertó sus deseos y desde ese momento se puso en marcha para lograr su objetivo: unir los dos extremos de América.
Un encuentro fortuito despertó los deseos del autor, quien desde ese momento se puso en marcha para lograr su objetivo: unir Alaska con Ushuaia en un camper. Por Sebastián Goñi.
Venimos de Alaska”, respondieron a mi pregunta. Una respuesta tan contundente, inesperada y reveladora que, sin saberlo en aquel entonces, signaría en muchos aspectos el curso de mi vida. La revelación se dio de la siguiente manera. Un domingo como cualquier otro, a mediados de los años 90, almorzaba en un restorán sobre la Ruta 3, en San Miguel del Monte, lugar en el que me establecí hace más de 20 años. Me disponía a liquidar un apetecible plato de ravioles con estofado, cuando por las ventanas que daban a la ruta vi llegar a una camioneta descomunal. Extra grande, ronca por su V8 y cargando en su caja una estructu estructura con ventanas, puerta y escalera escalera. Es decir, una casa móvil. Habitua Habitualmente llamadas camper, o en ese caso específico pick up camper, palabra que aún no existía en mi vocabulario,vo pero que pronto la invest investigué y asimilé.
Era u una chata distinta. Como dotada ded un carácter explorador propio y dueña de sí misma. Podía percibir en ella un sinfín de páginas escritasesc en su largo trajinar por tierr tierras lejanas.
Estup Estupefacto ante ese conjunto enigmát enigmático y nómada, completado por sus pasajeros o moradores, que se desmontaban para entrar al restorán, me vi obligado a posponer la, hasta ese momento, cautivante raviolada, para, sutilmente, acercarme al vehículo “todo en uno“y escrutarlo en detalle.
La miré en profundidad desde adelante hacia atrás y sus costados. Qué bichos del más allá traía pegados en su parrilla. Y su patente que me ratificaba que la chata venía de otra América, la del norte.
Una vez saciadas mis inquietudes con la bestia metálica, respetuosamente me dirigí a sus ocupantes que comenzaban con su entrada de crudo y rusa. Sin intención de cortar la comunión con sus platos, les pregunté como desinteresadamente de dónde venían. A lo que me respondieron al unísono y sin anestesia: “Venimos de Alaska”.
Atónito con la respuesta, una sudestada emocional me golpeó la razón. Miles de preguntas me surgieron y ninguna respuesta. Hubiese querido preguntar más. Saber detalles. Saber cómo, cuándo, por qué, dónde, quién… Hubiese querido ahondar, pero entendí que primero tenía que asimilar semejante revelación. Palabras como libertad, coraje y actitud fueron las primeras que se me vinieron a la cabeza, mientras revolvía mecánicamente los ravioles ya fríos y, para ese entonces, faltos de encanto. Hoy, mientras escribo estas primeras líneas, me encuentro a la orilla de un río caudaloso pero manso, llamado Susitna, a 110 millas (1 milla = 1,60934 km) del Parque Nacional Denali, en la lejana Alaska. Sentado en mi silla mecedora y tomando unos mates voy apuntando mis ideas. A mi lado, estoica y pasiva, descansando lo andado, mi chata. Que es mi compañera y es mi hogar móvil.
El sueño se hace realidad
Hoy y en este lugar, puedo entender la importancia que tuvo ese evento 25 años atrás. Y cómo de manera consciente e inconsciente operó en mí en esta punta de años. Hoy me transformé finalmente en quien respondería el “venimos de Alaska”.
Y así fue, pude organizar y poner en marcha un viaje que anhelé y pensé durante muchos años. Un viaje en el que pretendo recorrer todo el continente americano desde Alaska a Usuahia y que, según mis mediciones relativas, pauté en un año de duración. Un año de vida nómade, en el que lo cotidiano y lo familiar desaparecen repentinamente y en su lugar lo nuevo, lo desconocido, la permanente adaptación al movimiento y a los lugares y la incertidumbre general comienzan a dar forma a esta nueva vida. Una vida en los interminables caminos de las Américas.
Fuera del orden que tuve que aplicar a mi vida diaria y al trabajo, que van juntos de la mano, la organización de mi partida conllevó unos cuantos meses de planeamiento. Qué vehículo adquirir. Qué tipo de camper seleccionar. Qué equipamiento era necesario. Y, por sobre todo, dónde adquirir todos estos elementos. Finalmente, decidí comenzar la ardua tarea en Miami, Florida, Estados Unidos. Lugar más que amistoso para los argentinos. Y con el valioso dato de un par de mecánicos de nuestro país. Eso me aseguraba, en un punto, que el técnico entendiera exactamente para qué necesitaba el vehículo y de esa manera poder evaluar su estado y posibles ajustes o descartarlo definitivamente.
En cuanto a las posibles rutas y caminos a seguir, la tarea fue bastante más simple. Estando en Miami, debería ir en dirección norte hasta Alaska. Y una vez allá arriba, pegar una vuelta en “U” y dirigirme al sur, hasta Ushuaia. En el medio, toda una gama de Parques Nacionales, Parques Estatales, Bosques Estatales (como los llaman en EE.UU.), Reservas Naturales y demás parajes al aire libre y super agrestes intentando evitar grandes concentraciones urbanas .