Weekend

Una compañera corajuda

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Después de ver cientos de potenciale­s camionetas, me decidí por una Ram 2500 naftera. Con el confiable y legendario motorHemi5.7.Sibienpare­cíaunalocu­ra, era mucho más accesible que la Ram de motor Cummins. Y lo más importante, se vende en nuestro país. La encontré en los sitios de venta de autos en Internet. Y como la vi en la foto, la vi en persona. Y ahí estaba ella. Soberbia. Blanca. Y, por sobre todo, malcriada por su antiguo dueño, que según los vendedores nunca la hizo tocar barro, ni nieve, ni arena, ni nada que no fuera asfalto. La probé con el vendedor, la sentí entera y honesta. Cerramos el negocio. Cuatro días después con la licencia provisoria y su patente recorrí las primeras millas, con toda la desconfian­za que los argentinos sentimos al comprar un usado. Y se comportó bien.

Una vez más relajados el uno con el otro, comencé su “adecuación” para los caminos y las eventuales contingenc­ias. De esa manera le puse un paragolpe con un malacate poderoso, le reforcé la suspensión trasera para el camper, fenders para el barro, estribos laterales protectore­s, cubier tas todo terreno y llantas, faro y algún otro detalle. Además de adquirir una cantidad de elementos para posibles autorresca­tes, como: gato pesado, compresor de aire, arrancador de batería, planchas de desatasco, kit para pinchadura­s de cubiertas, eslingas, cadenas de nieve y hasta un ancla para trabajar con el malacate. Uno nunca sabe lo que puede llegar a pasar y en este tipo de travesía los imprevisto­s siempre surgen.

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La chata en el taller se convirtió de niña mimada a guerrera de los caminos.

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