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Acero en finas capas.

Breve historia del Damasco. Orígenes, evolución y las técnicas centenaria­s del proceso, de e la mano de un afamado artesano. Un mundo apasionant­e con mucho para seguir descubrien­do.

- Por Pablo Crespo.

Breve historia del acero Damasco. Orígenes, evolución y las técnicas centenaria­s del proceso, de la mano de un afamado artesano. Un mundo apasionant­e con mucho para seguir descubrien­do.

Tal vez más por su belleza que por sus cualidades –generalmen­te no conocidas–, los cuchillos de acero Damasco son una preciada pieza para los aficionado­s a los filos. Sin embargo, en sus orígenes, más que una cuestión estética, era otra la finalidad buscada. El hombre en la antigüedad comenzó a utilizar espadas como su arma principal. El mundo de la fundición empezaba a florecer y, por medio de moldes, se obtenían objetos vertiendo en ellos metal fundido. Los cuchillos y espadas no estuvieron ajenos a este proceso y, gracias a moldes tallados en piedra o realizados en arcilla, se desarrolla­ba la era del bronce.

Pero su dureza no era la adecuada y, alrededor del siglo sexto de nuestra era, aparececie­ron las llamadas espadas de Damasco o, por lo menos, las primeras referencia­s sobre ellas. Fue en la capital de Siria donde se instaló un gran número de espaderos expertos, que hicieron de esa ciudad un centro comercial importante.

Y precisamen­te allí, buscando un procedimie­nto adecuado para la obtención de un acero duro y no quebradizo, se comenzó a utilizar uno que tuvo su origen en la India septentrio­nal. Fue tal la importanci­a y reconocimi­ento alcanzado que, al material obtenido mediante ese método, se lo denominó “acero damasquino” o “acero adamascado”, prescinden­temente de su lugar de fabricació­n.

El procedimie­nto

La finalidad buscada consiste en obtener las propiedade­s mecánicas de dos o más tipos de acero, combinados mediante una amalgama de muchas capas. Estas capas suelen estar dispuestas de una manera simple: una arriba de la otra (laminada) o pueden estar torsionada­s. Los patrones (o dibujos) obtenidos en la hoja no tienen límites en su variedad y son únicos e irrepetibl­es, lo que

le confiere la exclusivid­ad de que no haya dos hojas iguales.

Pa ra ent ra r acompa ñados a este apasionant­e mundo recurrimos al artesano Mariano Gugliotta, un joven y talentoso cuchillero, con la intención de que cuente cómo logra sus excelentes aceros Damasco.

“Lo que hago –relata Mariano– es caldear unas veinte láminas de acero de distintos tipos. Para eso, primero caliento el grupo de láminas a 900 °C, agregando bórax, que es un fundente que limpia las piezas al volverse líquido. Después elevo la temperatur­a a unos 1.200 °C y continúo golpeando”.

Y agrega: “En este punto del caldeo, a consecuenc­ia del calor y los golpes, las láminas se sueldan entre sí. Le voy dando forma al conjunto, llevándolo a una barra cuadrada de unos tres centímetro­s de lado. Torsiono el conjunto, lo retuerzo para que vaya formando espiras, como si fuese un tornillo. Finalmente, se le da la forma a la hoja, se desbasta y se realiza un revelado luego de hacer el tratamient­o térmico. Para el revelado se utiliza percloruro férrico, que hace resaltar las distintas formas que el torsionado dejó en la hoja”.

Afortunada­mente, en nuestro país contamos con artesanos cuchillero­s de primerísim­o nivel, muchos de los cuales han volcado su trabajo a la confección de acero Damasco, perfeccion­ando técnicas centenaria­s y obteniendo obras de una belleza atrapante para aquellos que gustamos de tener cuchillos únicos y artesanale­s.

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Izq.: la hoja terminada y encabada. Abajo: los tres estamentos de la realizació­n: la barra conformada por láminas, la hoja forjada y, por último, la hoja desbastada.
 ??  ?? Mariano Gugliota en su taller y en plena labor. Primero, llevando la temperatur­a del conjunto a 1.200 °C y, luego, dándole la forma final a la hoja para proceder al desbastado.
Mariano Gugliota en su taller y en plena labor. Primero, llevando la temperatur­a del conjunto a 1.200 °C y, luego, dándole la forma final a la hoja para proceder al desbastado.

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