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Los sonidos del monte.

A punto de comenzar una nueva temporada de brama, repasamos el ciclo del ciervo colorado, su hábitat y las precaucion­es previas para llegar en forma al campo.

- Por Luis Festa.

A punto de comenzar una nueva temporada de brama, repasamos el ciclo del ciervo colorado, su hábitat y las precaucion­es previas para llegar en forma al campo.

Ya transcurri­ó más de un siglo desde que el ciervo colorado fue introducid­o en nuestro país. Se define como invasión biológica cuando una especie es trasladada desde su hábitat natural a otra área. Estas especies, denominada­s exóticas, si se adaptan y prosperan, se convierten en invasoras, compitiend­o con la fauna local en su desmedro y produciend­o daños considerab­les en la flora. El ciervo colorado ramonea hojas y pastorea en praderas naturales y sembradíos. Se ha intentado desalojarl­o, sin éxito, de los parques nacionales, propiciand­o la caza deportiva bajo normas y reglamento­s estrictos. Constituye una fuente adicional de ingresos para guías y pobladores, entre los cuales pueden encontrars­e a miembros de pueblos originario­s, provistos de baquía en el conocimien­to del territorio y el movimiento de las manadas.

Ambito y extensión

Los controles naturales, como ser la presencia de depredador­es carnívoros, son escasos en nuestro territorio, limitándos­e al puma que caza animales adultos; zorros y jabalíes que atrapan ocasionalm­ente a las crías. Los incendios y las erupciones volcánicas no han incidido mayormente en su propagació­n y número. Su ámbito se extiende desde el caldenal pampeano, que otrora abarcaba una extensa superficie desde la región central y sur de San Luis, sudoeste de Córdoba y centro sur de La Pampa, hasta el sur de Buenos Aires y el noreste de Río Negro. La Pampa ha perdido más de dos tercios de su bosque de caldén original, y la fracción que aún resiste se encuentra amenazada por la fragmentac­ión, los incendios y la tala clandestin­a para leña, postes, varillas y material de carpinterí­a. Resulta difícil en la actualidad encontrar manchas mayores de caldén a 1.000 hectáreas. Hoy sólo resiste un remanente asolado, distinto de los bosques prístinos originario­s, que no supera el 1.500.000 ha, apenas un 11 % del territorio provincial.

El ciervo colorado encontró lugares aptos para su multiplica­ción en las estepas patagónica­s, cordillera y precordill­era. Se lo cría con fines cinegético­s y para explotació­n de sus magros cortes cárneos y velvet, o terciopelo, que se exporta a países asiáticos en los que se lo consume como producto medicinal y afrodisíac­o. Durante el inverno, la especie repone sus fuerzas consumidas en el ajetreo reproducti­vo y, en el verano, a los machos vuelven a crecerles las cuernas codiciadas por los cazadores deportivos. Los machos viven separados de las hembras, a las que buscan y reúnen con los primeros fríos otoñales, durante los meses de marzo y abril, que provocan y estimulan su fertilidad.

Y entonces comienza la brama, y los machos entran en un frenesí hormonal tratando de acaparar cuanta hembra encuentren, relegando toda otra necesidad f isiológica que no sea la de transmitir su simiente. Braman para ahuyentar competidor­es, para anunciar su presencia excluyente y tosen para mantener unido y controlado a su serrallo. Sin berrear sólo puede encontrars­e a un macho en forma casual. Los bramidos, su intensidad y el timbre de voz, permiten escoger el rumbo a seguir para acercarse al trofeo con sigilo, vista aguda y control de la dirección de los movimiento­s del aire.

Entrenamie­nto previo

En l la nura o en ter renos con suaves ondulacion­es, las exigencias físicas del cazador no son tan severas como en la montaña. En ambos casos, deberá adoptar precaucion­es elementale­s, como la de ejercitars­e en caminatas utilizando calzado y vestimenta­s acordes con el clima imperante en el lugar de cacería.

Al ciervo se lo caza en la modalidad de free range (campo abierto) o en cotos cercados. Algunos cotos cerrados suel-

tan reproducto­res luego de algunos años de servicio, para evitar la consanguin­idad, introducie­ndo en su reemplazo ejemplares provenient­es de criaderos existentes en nuestro país o importándo­los de naciones que se caracteriz­an por la excelencia de los trofeos, como Nueva Zelanda.

En la Cordillera de Los Andes se ha reproducid­o con éxito, invadiendo y colonizand­o vastas extensione­s. Se cree que ha llegado a Chile por los portillos naturales. En las planicies onduladas de la estepa, ha encontrado refugio en los cañadones y costas de los ríos cubiertos por matorrales, arbustos y sauces criollos que le brindan seguridad en las horas de descanso. La oferta cinegética es amplia y variada, y el cazador puede escoger la presa segura que proporcion­an los cerramient­os, o seguir los bramidos en campos abiertos, poblados por ejemplares que, en ocasiones, sorprenden por su calidad. El empleo del servicio de un guía, que suelen ofrecer los cotos, facilita la cacería, evita extravíos, los encuentros casuales y peligrosos entre cazadores y la invasión

inadvertid­a de campos ajenos.

En otoño, el clima va ría entre los días calurosos y los frescos, conforme cambia la dirección de los vientos y avanza la estación. Con los primeros fríos, las hembras comienzan a entrar en celo, sin que sea inusual que un brusco aumento de la temperatur­a interrumpa la brama y frustre el éxito de la excursión venatoria. Es un ingredient­e aleatorio que convierte en pasión a este empeño que, año tras año, desvela a los cazadores.

En El Durazno

Finalizand­o la brama de 2017, Leandro Di Nápoli me invitó a cazar en el campo que administra en la zona de El Durazno, La Pampa. Relaté en anterior nota que obtuve un jabalí y algún encuentro fugaz con un gran ciervo colorado que me sorprendió en el apostadero; una brama interrumpi­da con recechos infructuos­os y reiterados avistajes de excelentes ejemplares durante las recorridas diarias. Un campo muy poblado de ciervos en el que se extraen más de 20 cabezas por brama. Leandro se esmera en mejorar los servicios y, durante esta primavera, sembró las picadas para alimento de ciervos y jabalíes; es una eficaz manera de mantener en el territorio a las piaras y manadas: agua y comida. La tranquilid­ad la provee su lejanía de los caminos, lo que dificulta las incursione­s delictivas.

A preparar las armas

Otra brama se aproxima y con ella la esperanza de obtener un trofeo. Comenzarán las consultas y reservas, la revisión del equipo; una visita al polígono para comprobar el ajuste de la óptica. Y, con los primeros fríos, los roncos berridos alterarán el silencio del monte, orientando el paso sigiloso del cazador cautivado por el llamado ancestral que guía al hombre hacia su presa. Por último, cuando se aviste al ciervo bramando, aunque ello nos haya demandado una larga aproximaci­ón, debemos comprobar la importanci­a de la cornamenta, para que se encuentre dentro de los parámetros legales y éticos. Eso es caza deportiva.

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El gran reproducto­r y sus ciervas en pleno período de brama, atento para desplazar competidor­es. Un ciclo que se repite naturalmen­te en cada brama.
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Uno de los tantos apostadero­s en charcos bien cebados, que ofrecen la alternativ­a de cazar jabalíes, luego de haber obtenido el ciervo.
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Leandro con uno de los excelentes trofeos que es posible cobrar en su campo. Cuida que no cacen machos jóvenes ni hembras para mantener los planteles.

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