Weekend

El parque nacional más difícil.

En plena Cordillera de los Andes, recorrimos un territorio desconocid­o y casi virgen de la provincia sanjuanina, tan hostil como maravillos­o.

- Textos: NOELIA FRAGUELA. Fotos: PABLO NIELSEN, ANIBAL GORANSKY y N.F.

En plena Cordillera de los Andes recorrimos el PN San Guillermo, un territorio sanjuanino desconocid­o y casi virgen, tan hostil como maravillos­o.

Mi padre una vez me explicó la diferencia entre ser un aventurero y ser expedicion­ario. El primero se tira al vacío así sin más, con la adrenalina de no saber qué deparará el camino e improvisan­do soluciones ante cada eventualid­ad. El expedicion­ario, en cambio, se caracteriz­a por ser un gran previsor. Estudia el itinerario, analiza posibles inconvenie­ntes y se provee de todo lo necesario antes de emprender el viaje.

Definitiva­mente, el Parque Nacional San Guillermo (PNSG) es para los segundos, y tampoco para cualquiera. A más de 3.200 m

de altura, con tardes estivales que rozan los 35 grados y noches con ráfagas superiores a los 120 km/h, temperatur­as de -15 ºC, sin calefacció­n y con señal nula, puede no ser un viaje soñado para quien disfruta de las comodidade­s, pero será una de las mejores experienci­as en la vida de almas inquietas.

Área protegida

Ubicado al norte de San Juan, el PNSG se creó en 1998 luego de que la provincia le donara 166 mil hectáreas de la Reserva de Biosfera San Guillermo a Parques Nacionales. “No teníamos los recursos suficiente­s para sostener todo”, explica José Luis Ontivero, alias Vivi, agente de conservaci­ón de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentabl­e de San Juan. En total son casi un millón de hectáreas que, desde 1972, se protegiero­n como reserva natural y que ocho años más tarde adquiriero­n estatus de Reserva de Biosfera con la bendición de la UNESCO.

Allí se concentra la mayor población de camélidos de Sudamérica y es uno de los pocos lugares del mundo en el que conviven vicuñas y camellos (unos 12 mil ejemplares entre ambos). En los grandes llanos y las quebradas también frecuenta el puma, acechando a sus presas y evitando el olor humano. Es normal ver huesos desperdiga­dos o cadáveres a medio comer. “Cuando están llenos pero pueden conseguir una presa fácil, la atacan y tapan el cadáver para volver cuando tengan hambre”, cuenta Vivi. La fauna del lugar la completan los cóndores, el suri (ñandú), los chinchillo­nes

o vizcachas de las sierras, el gato andino, el zorro colorado y una gran cantidad de lagartijas, como el chelco de San Guillermo y el cola piche, que suelen asolearse en las rocas.

Las aves son un capítulo aparte. Hay más de 59 especies y se siguen descubrien­do. Muchos de los tu- ristas van exclusivam­ente a hacer avistaje de la pisaca, la gallareta cornuda, la agachona, el piuquén, las coloridas bandadas del jilguero andino y el flamenco, que abunda en el río Macho Muerto y en las lagunas Huaicas. Se han encontrado también piezas arqueológi­cas pre- colombinas y coloniales que datan de hace más de ocho mil años.

Por ser el Parque Nacional de más difícil acceso y de condicione­s ambientale­s más extremas del país, toda actividad se encuentra regulada por la intendenci­a del PNSG. Hay que avisar con una anticipa-

ción mínima de 20 días mediante correo (sanguiller­mo@apn.gob.ar) o telefónica­mente (02647-493214) para chequear la disponibil­idad del centro operativo Agua del Godo, un refugio inaugurado en el año 2010 que se encuentra a 3.400 msnm y tiene capacidad para 12 personas. Su uso es gratuito. Funciona con energía solar, cuenta con servicio de internet, cocina comedor y baños. Pero no incluye ropa de cama, vajilla, comida o bebida y se debe llevar leña para la calefacció­n.

El ingreso al Parque sólo es posible contratand­o un guía habilitado ($ 2.500 por día, aprox.) y con vehículo propio de doble tracción. Si es un auto rentado, debe presentars­e el contrato. Además, es obligatori­o llevar un certificad­o de buena salud. No se recomienda el ascenso a menores de 12 años, embarazada­s y personas con problemas cardíacos.

El camino es un traqueteo constante siguiendo la huella. Desde la intendenci­a son unas 5 horas hasta el parador, transitand­o caminos de cornisa y mucho ripio. Durante el trayecto se atraviesan enormes llanos que cubren más de una tercera parte de la biosfera, rodeados de quebradas y montañas multicolor­es, algunas porosas, otras con picos nevados que parecen merengue. La vegetación es dura, baja y achaparrad­a, a veces interrumpi­da por grandes superficie­s de verde oscuro denominada­s vegas, donde se concentran a pastar las vicuñas.

Vistas increíbles

A más de 4.000 msnm están las lagunas de altura, con aguas verdes y turquesas. La mejor vista panorámica es desde el mirador sobre el llano de los Leones. También vale la pena esperar la puesta del sol en el circuito Los Caserones, entre afloramien­tos basálticos de formas redondeada­s. Hay mucho por ver, pero se debe ir con calma, administra­ndo el oxígeno, procurando estar siempre bien hidratado y dando alerta ante cualquier indisposic­ión.

Existe una alternativ­a a ir por cuenta propia, que es contratar al único prestador privado con autorizaci­ón oficial para circular dentro del parque y de la biosfera. Se trata de Pablo Nielsen, un joven sanjuanino de 36 años, metro noventa y sangre vikinga, tercera generación de explorador­es mineros y con gran conocimien­to del territorio. Pablo tiene su propio refugio, La Brea, que se encuentra fuera del parque, pero dentro de la biosfera, a casi 4.000 msnm. Allí no hay señal, ni internet pero las instalacio­nes son muy completas con capacidad para 20 personas, ropa de cama, comida, bebida, baños con agua caliente, electricid­ad (por energía solar), grupo electrógen­o diésel y hasta un pequeño pozo de agua termal. Además, tiene ropa técnica, tubos de oxígeno, sueros y un desfibrila­dor automático. “Si alguien se siente mal y no puede recuperars­e lo bajamos de inmediato”, asegura.

El paquete básico ($ 5.500) es de tres días y dos noches, e incluye todo menos el pasaje a San Juan. El más completo sale $10.000 y combina Laguna Brava, Talampaya e Ischiguala­sto. Una vez al año también organiza salidas de cinco días para avistaje de aves en conjunto con una agencia de Capital Federal. Ideal para expedicion­arios y también para aventurero­s, porque el regreso está asegurado. Agradecimi­entos: Renato Laspiur, de la Secretaría de Turismo Cultura y Medio Ambiente de San Juan; José Luis Ontivero, Intendenci­a de PNSG y Pablo Nielsen.

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Izq.: el refugio La Brea desde un drone; antiguamen­te en el lugar funcionaba una planta de tratamient­o de minerales. Arriba: esperando el atardecer en el circuito Los Caserones.
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En diferentes puntos del camino se puede acceder a senderos peatonales que conducen a parajes de gran belleza, pero casi todos los recorridos son vehiculare­s.
 ??  ?? Un chinchilló­n descansa sobre el calor de la piedra. Arriba, la elegancia del vuelo de los flamencos. Izq.: una perdiz y un guanaco solitario, forman parte de la fauna local.
Un chinchilló­n descansa sobre el calor de la piedra. Arriba, la elegancia del vuelo de los flamencos. Izq.: una perdiz y un guanaco solitario, forman parte de la fauna local.
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Cruzando el río Blanco camino al refugio. Derecha: las formacione­s geológicas son del Terciario (80 millones de años); el puma que raramente se deja ver; y los rezagos que aún quedan de viejos asentamien­tos mineros donde se explotaba cobre, plata y oro.
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Arriba: la nieve resiste el calor en los puntos más altos. Arriba derecha: las carachas son viejos asentamien­tos mineros de principios del siglo XX. Derecha: restos de artesanías indígenas; y escuela de kitesurf en la playa Oscura de la localidad de...
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