Rinconcitos jujeños: Hornaditas y Hornocal
Desde Humahuaca se visitan en excursiones cortas estos dos paisajes muy singulares de Jujuy: coloridas serranías y un bosque de cardones gigantes.
Salimos desde la ciudad de Humahuaca por la RN 9 hacia la comunidad kolla de Hornaditas –15 km– y estacionamos frente a su blanca iglesia que parece desproporcionada para las 50 casas del lugar, casi todas de adobe y techo de cardón, desperdigadas en 700 hectáreas. No están una junto a otra: son núcleos familiares, cada uno con dos o tres hectáreas donde siembran maíz, papas, habas, zapallitos, cayotes y frutas. El distanciamiento social no es producto de la cuarentena en esta región.
Nos recibe Fabio Lamas, un miembro de la comunidad dedicado al turismo comunitario, bien organizado desde hace dos décadas. Salimos a caminar por un bosque de cardones gigantes como no hay otro en la provincia, mientras el guía cuenta que ellos se consideran kol l as, descend ient es t a nt o de diaguitas de la zona – que habl aba n ka ká n y no que - chua– como de los incas que los conquistaron. Y deja traslucir cierto orgullo por ello.
Pulpos con espinas
Entramos al insólito bosque –en general los cardones crecen más distanciados– con 40 robust os t roncos espi nosos que se subdividen en brazos de pulpo, algunos dibujando cur vas insólitas. El más alto mide ocho metros y se le calculan cinco siglos de vida. Fabio agrega que “antes eran más altos pero se van achicando con los años, como las personas”. Los cardones crecen en las serranías a mediana altura. Cuando se secan dan una madera liviana y resistente. Sus espinas miden ocho centímetros y sus f lores blancas, amarillas o rojas –según la especie– duran apenas 24 horas.
Fabio nos invita a conocer la casa de sus padres Héctor y Clara –él tiene la suya– donde la pareja vive con su hija y tiene cuatro habitaciones para a lqu i la r con un ba ño pa ra huéspedes –fuera de la casa– con agua caliente. La casa es de adobe y piso de tierra: la idea es v ivencia r la cotid ianeidad de la quebrada tal cual es, sin convertir al lugar en un
Cómo llegar:
hasta la Inca Cueva. Avanzamos a paso tranquilo por la montaña y a las cuatro horas llegamos a un alero sedimentario rojizo de 10 metros de alto por 40 de ancho, donde hay una cueva de 5 metros de profundidad en el límite oriental de la Puna. Vemos centenares de pinturas rupestres de colores blanco, negro y rojo. Hay círculos concéntricos y líneas de puntos y en zigzag. L as imágenes de cuerpos humanos son alargadas y sin piernas ni manos, pero con vistosos adornos: tienen siete mil años. Mientras que los grupos de llamas domesticadas serían de 1.500 años atrás.
A la noche cenamos con los padres de Fabio. Nos cuentan que mañana, si queremos, podremos participar del semilleo del maíz o la cosecha de habas, salir a buscar al rebaño de un centenar de cabras en la montaña y llevarlas al corral con la ayuda de perros, cocinar pan en el horno de barro o preparar con Clara un guiso de quínoa y papa verde.
Trabajo inesperado
La idea de recibir turistas surgió por casualidad, cuando una tarde fría de 2002 Clara i nv it ó a u nos v i ajeros que esperaban un micro a tomar
mate cocido en su casa. Como se sintieron a gusto, se quedaron a dormir sobre cueros de oveja y a la mañana siguiente se fueron felices, sugiriéndole a Clara repetir la experiencia y comenzar a cobrar.
A la mañana siguiente Fabio nos lleva hasta el cercano churqui –árbol de la familia del algarrobo– venerado por la comunidad: tiene 300 años. El segundo fin de semana de febrero se hace en Hornaditas la Fiesta Nacional del Cardón y el Churqui con grupos folklóricos tocando erques y charangos, y copleros de toda la Puna y la Quebrada de Humahuaca.
Dejamos atrás el churqui y comenzamos a caminar una hora y media hasta El Antigal, una antigua fortaleza omaguaca que sigue dominando el paisaje desde lo alto de un cerro. Al llegar a la cima encontramos los restos de piedra de la fortificación, más pinturas rupestres y tumbas con restos de huesos a la vista y vasijas rotas. El último día avanzamos hasta El Pintado, entre las cuadriculas plantadas por la comunidad para ver otras pinturas rupestres en un paisaje más verde. Los visitantes suelen quedarse entre uno y tres días y son invitados a participan del ritual de corpachar la tierra – darle de comer–, pero solamente en la primera semana de agosto como lo indica la tradición, sin sobreactuaciones y con respeto real a la Madre Tierra.
El cer ro Siete C olores en Purmamarca y la Paleta del pintor en Maimará son acaso los dos panoramas más conocidos de las montañas jujeñas, pero en lo últimos años han escalado entre las selfies las serranías del Hornocal: son si n duda más espec t ac u lares que las anteriores por el gigantismo de esas vetas de colores en zigzag a lo largo de una montaña completa. Salimos a visitarlas desde Hornaditas, aunque también es una excursión de mediodía desde la ciudad de Humahuaca.
Cerro de mil colores
El auto caracolea por el ripio de la RP 73 durante 45 minutos, hasta que vemos aparecer en la lejanía esa montaña sin vegetación, cubierta de líneas de colores desde los pies hasta la cima. Estas serranías son parte de la formación calcárea Yacoraite que se extiende en línea desde Perú bajando por Bolivia y la Quebrada de Humahuaca, para terminar en Salta. Estacionamos para caminar unos pasos hasta un mirador donde vemos muy bien al Hornocal, aunque un poco lejos. Por eso caminamos un rato por un sendero que baja por el valle, acercándonos un poco más a ese arco iris de piedra descomunal que, de a poco, se está convirtiendo en el ícono visual más impactante de la provincia de Jujuy.