Merlo, San Luis. La adrenalina más pura.
La oportunidad para conocer la profundidad de una mina de oro, colgarse en las tirolesas más largas y llenarse del aire más limpio los pulmones.
La oportunidad para conocer la profundidad de una mina de oro, colgarse en las tirolesas más largas y llenarse del aire más limpio los pulmones.
La ciudad de Merlo, en San Luis, es un destino considerado clásico para el turismo nacional. Antes se la tenía como lugar de descanso y relax. Pero tiene todo un costado de aventura y disfrute que la ubica como una importante meca outdoor. Lo más simple son el trekking y los paseos a caballo, pero tienen circuitos de tirolesa bastante arriesgados y una caminata por un puente colgante a 70 m que carga de adrenalina. La misma adrenalina que llega al cuerpo al visitar en la oscuridad la vieja mina de oro en La Carolina.
Por supuesto que también se propicia el relax, la buena mesa compartida y la compra de productos autóctonos para llevar de regreso a casa. Y todo siguiendo estrictos protocolos impuestos por el gobierno provincial, que tienen en cuenta la trazabilidad del turista: en todos los sitios a los que se ingresa toman la temperatura y los datos personales (celular incluido) para asegurarse de hacerle un seguimiento en caso de manifestar síntomas de coronavirus o de haber estado en contacto con alguien que haya contraído la enfermedad. El barbijo se usa todo el tiempo: en excursiones y paseos, sobre todo grupales, y solo se quita en los espacios públicos para comer y beber.
Para llegar desde otra provincia solo hace falta completar una declaración jurada sobre el estado de salud e incorporar en la web www.argentina.gob.ar/verano los datos que se piden para ingresar. Aunque el 82 % de los viajeros
llega en su propio vehículo (según comentó el secretario de turismo Javier Pedernera), también está la posibilidad de arribar en avión hasta la capital provincial (menos de 200 km). Desde enero, LADE tiene una frecuencia mensual con un valor conveniente, que toma apenas una hora hasta el aeropuerto internacional de Santa Rosa del Conlara.
Llegados a Merlo, el primer paseo obligado es ir a El Filo, una montaña en la que está el Mirador de los Cóndores. Allí hay un maravilloso Circuito Aventura con 1.200 m de tirolesas y puentes colgantes a más de 70 m de altura, que se disfrutan en una aventura conjunta de unas cuatro horas por un precio de $ 2.800. Es una actividad fascinante que no excluye a ningún miembro de la familia. En el puente colgante se camina sujeto de un arnés y las tirolesas vuelan en lo alto y a la distancia, para vivir momentos de adrenalina pura. Además, para los que prefieren menos vértigo se hacen cabalgatas tranquilas por la zona por $ 800.
Antes de llegar a la cumbre de El Filo hay un mirador para ver Merlo desde la altura y aprovechar para comprar artesanías y productos locales. Es el punto de partida para un trekking hacia abajo que nos deposita en el perímetro de la ciudad.
De por sí Merlo, con su microclima, viene bien acompañada por piletas en todos los alojamientos pero es una zona ideal para caminar: por la ciudad, sin rumbo, mirando las preciosas casas que hay o eligiendo un sendero para seguirlo bien provistos de agua. Además su gente, muy acostumbrada a atender al turismo, es solícita y de un trato muy agradable.
Los primeros pobladores
Pero estando en San Luis hay que aprovechar para recorrer la provincia, que está conectada por rutas bien mantenidas. Un recomendado es la visita a la gruta Inti Huasi, que se puede hacer de
camino a La Carolina, ya que queda a 20 km del pueblo. Es especial para los amantes de la historia y más para los que les fascina la prehistoria. Como cuenta el guía Fabián, esta gruta pertenecía a la familia Lucero, quienes la usaban como corral y hasta hacían festejos en tiempos de una San Luis más rural. Pero en 1948 el gobierno provincial decidió hacer un corte para mejorar el camino y la máquina, al romper la montaña, entró en la gruta. Parecía tener vestigios de otras épocas por lo que, en 1951, la insistencia de las autoridades dio sus frutos y el Museo de Ciencias Naturales de La Plata mandó para inspeccionar el lugar al joven arqueólogo Alberto Rex González.
Fue por pocos días y se quedó dos meses excavando con paciencia el suelo de la gruta, escalonadamente a medida que fue encontrando restos que demostraron que la zona estaba poblada desde 10.000 años atrás, tal como afirmaron las correspondientes pruebas de Carbono 14. Puntas de flecha, boleadoras, morteros, cortaderas y objetos en cuarzo de San Luis aparecieron ante su paciencia; también peines, punzones y agujas hechos con hueso. Identificó restos humanos y, en la entrada, fogones con sobras de animales que permitieron saber qué comían.
Hoy el sitio, que abre de martes de domingo de 10 a 18 (aunque Sergio se queda más tiempo para recibir a los viajeros rezagados), cuenta con un pequeño comedor y venta de artesanías. La entrada
y la visita guiada son gratuitas y bien valen la pena. Probablemente, en el silencio de la montaña, el visitante pueda sentirse uno de la tribu Ayampitín que allí habitó.
Explorando La Carolina
Ubicado a 238 km de Merlo, el pintoresco pueblo La Carolina es un paseo muy recomendable para hacer en familia o en grupo por la aventura que ofrece. Se llega por las rutas provinciales 9, 20 y 148, cruzando varios riachos en superficie. Tan solo al entrar al pueblo de 300 habitantes uno siente que viaja al pasado, al momento en que el Marqués de Sobremonte (a cargo de Córdoba del Tucumán) fundó el emplazamiento al conocer la existencia de oro. Era 1792 y poco se nota el paso del tiempo. Es que los vecinos se encargaron de colocar las lajas que forman el pavimento para mantener el espíritu fundacional. También reconstruyeron la iglesia de piedra (a simple vista se puede ver la parte agregada) y mantienen una vida tranquila en casas igualmente revestidas en piedra. Incluso los riachos que lo atraviesan no fueron desviados y, para cruzarlos a pie, hay que subir a modernos puentes que ofrecen una vista desde la altura de una zona que bien merece un safari fotográfico.
Pero hay una actividad imperdible para hacer: adentrarse 300 metros en la mina de oro Buena Esperanza y alcanzar su profundidad apenas iluminados por los focos de los cascos, mientras se chapotea en el agua (por eso proveen botas de goma). A lo largo de una hora y media, el guía va contando todos los secretos de la explotación. Es a la vez sobrecogedor y adrenalínico. Con una temperatura de 18 °C permanentes, sin animales ni plantas en el interior, el visitante tiene que evitar tocar paredes y techo para preservar el interior que lleva 150 años abandonado.
Excavada a pico y pala hasta encontrar las vetas, se perciben los minerales por sus colores: manganeso, óxido de hierro y azufre. Está ubicada debajo del cerro Tomolasta y en la visita se ven los pasillos hechos por el hombre y hasta la vía de escape vertical, instalada hacia la cima del cerro. No hace falta mucho esfuerzo para retrotraerse a los primeros tiempos en la época de la colonia.
A partir de 1880 quedó en manos de británicos. Sabemos que siempre se trabajó en condiciones paupérrimas y que por eso los mineros tenían un promedio de vida de 30 a 35: en esos tiempos no existían botas de goma ni ropa impermeable, no usaban guantes, cascos ni protectores auditivos que, sumados a la mala alimentación, terminó por diezmarlos. En 1945 se hundió la montaña y en el ‘55 se abandonó definitivamente la explotación. Hoy solo unos pocos pirquineros intentan encontrar en los arroyos aledaños algún gramo de oro.