De laboratorio
En un día helado, caminamos el mismo terreno con y sin perro para establecer las diferencias entre ambas modalidades.
tos costos de cada salida.
Este domingo en particular se presentaba nublado y con baja temperatura cuando entramos a los cuadros. El primer problema llegó de inmediato: la cámara fotográfica no quiso arrancar, así que realizaríamos la nota sin ella. Soltamos a los perros – Choco, el braco de Javier, y Folk, mi pointer– y cargamos nuestras escopetas 12/70 con cartuchos de 28 gramos de munición 7 (porque no había viento). Los pastos todavía estaban altos y con una escarcha gruesa. Con la humedad y el frío suceden dos cosas: primero, la perdiz no se mueve o lo hace poco, con lo cual las emanaciones son bajas o nulas; la segunda, que cuando la perdiz empieza a caminar, el perro recibe sus emanaciones desde mucha distancia, con lo que la marca y el laceo se hacen más prolongados hasta llegar a la marca definitiva.
Prueba en marcha
En ocasiones, el perro de caza es como un fino reloj que ajusta su exactitud a cada segundo, así como un buen perro va adaptando su olfato. Vi a estos dos canes ir mejorando su performance y precisión en cada marca. Y en ese momento se me ocurrió hacer un ensayo de cazar con y sin perro en pastos altos escarchados. Apliqué el método tal como realizábamos los experimentos en el laboratorio de mi viejo colegio Otto Krause: propuesta, realización, resultado y conclusión. La propuesta era que Daniel, que no tenía perro, fuera delante de mí, a 200 m aproximadamente, trabajando el campo en un zigzag de 30 m. Yo repetiría su recorrido tratando de copiarlo lo más exactamente posible, guiando a Folk en ese recorrido. La prueba iba de un alambrado al otro del cuadro, sin disparos por