Las 26 horas de Goya
eguramente soy el periodista de pesca que más notas ha hecho viajando en micro. Se debe, principalmente, a dos razones: en mi cuarto de siglo de profesión solo tuve auto ¡cinco meses! y trabajé varios años para la revista de a bordo de una empresa de ómnibus que cubre todo el Litoral y con la que recorrí decenas de ciudades haciendo notas. En tantos viajes periodísticos me han sucedido muchas cosas raras en los ómnibus: corridas para abordarlos, olvidos, robos, inauguraciones, viajes larguísimos sin baño ni comida ni reclinación de asientos. Hace unos veinte años me tocó cubrir la Fiesta Nacional del Surubí en Goya. Para aprovechar el viaje había acordado con los hermanos Ledesma llegar un día antes para hacer una nota de pesca. La ruta 6 de Gualeguay a La Paz era un desastre: el fino asfalto se rompía y quedaban los restos mezclados con la tierra. Bueno, hoy mucho no mejoró. Desde Buenos Aires no paraba de llover. Cuando pasamos el desvío a Maciá, el agua inundaba la calzada y no se veían los pozos. Al poco tiempo ya era un lodazal. El micro encaró hasta que no pudo más: patinó hacia el costado y quedó pegado a un zanjón. El chofer aceleró en primera para sacarlo. Una rueda patinó y nos inclinamos sobre el arroyo artificial que se había formado en la banquina. Era medianoche. Luego de algunos gritos en plena tormenta, el chofer nos hizo saber la situación. Había que esperar a que vinieran a rescatarnos desde el sur. Entre rayos, truenos y un aguacero, algunos pasajeros trataron de dormir. Fiel a mi costumbre de no descansar ni en los hoteles cinco estrellas pasé toda la noche despierto. Por momentos, la calefacción hacía irrespirable el aire pero, cuando la apagaban, se sentía el clásico frío inicial de comienzos de mayo. Un movimiento me sorprendió. Había llegado un paisano y, bajo una impiadosa cor tina de ag ua, trató de sacar el micro de esa situación, tirando de adelante y de atrás con su caballo. Imposible. Estábamos clavados en el barro. Sospecho, sin embargo, que a él le encargaron que avisase de nuestra situación a la empresa, pues el celular, entonces, solo era un camión policial para el trasla- do de presos, y no teníamos radio. Cuando amaneció, por fin, llegó un micro que había tardado varias horas desde Retiro. Intentó sacar nuestro vehículo, pero era más el riesgo de volcar. Entonces, todos los pasajeros pasamos a la unidad recién arribada. Como no se podía seguir hacia La Paz, dimos la vuelta haciendo malabares y desandamos el camino rumbo a Gualeguay. Entre los nervios ocasionados por la situación, una señora se había descompuesto. Hubo que llevarla de urgencia al hospital de Gualeguay, que queda sobre la misma ruta, y aguardar que la atendieran. Por supuesto que nos molestamos, pero no podíamos transportar una pasajera con problemas de salud. En definitiva, el micro tomó la ruta 14 y dio una amplia vuelta por Mercedes y Chavarría para llegar a Goya. Los pasajeros, exhaustos. Perdí la salida de pesca, pero llegué, luego de más de un día de viaje, para cubrir el concurso. Conozco otros, como las 20 Horas del Plata y las 24 Horas de la Corvina, pero fue la primera y única vez en que participé de las 26 Horas de Goya, mejor dicho, a Goya.