Weekend

Carrera submarina

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Como todos los diciembres, se terminaba el colegio y llegaban, por fin, las vacaciones. Llamado por operadora de larga distancia a 9 de Julio, bolsito en mano y a esperar ansioso el paso del flamante camión “Fargo” de los tíos, para que me llevara como siempre rumbo al campo y ¡a la libertad! Para un chico de ciudad… ¡felicidad total garantizad­a! La vieja casona con su enorme galería en la orilla del pueblo, el bosque de eucaliptus, las calles de tierra, los perros, un montón de tíos y primos, y lo mejor: licencia para hacer todo lo que en mi casa de Flores no me permitían. Recuerdo la frase que repetía la abuela Teresa: “Jugá tranquilo pichón, que la ropa después se lava”. No escapan a estos felices recuerdos de la infancia los chorizos caseros y el jamón crudo que el abuelo Domingo cortaba con su enorme cuchilla. Mi compañero de aventuras era mi primo menor, al que apodaban y aún llaman El Bichi, por demás entusiasta e incansable, puro derroche de energía. Por supuesto que entre todas las actividade­s imaginable­s no podía faltar la pesca, y ya en aquellas épocas se comenzaba a disfrutar desde los preparativ­os. Se arrancaba siempre pala en mano, buscando carnada. Como no había canillas ni cloacas, la bomba a palanca y la descarga del piletón eran la naciente de un canal que serpenteab­a por el jardín, entre lirios y gladiolos, yacimiento inagotable de gordas lombrices. Los lugares de pesca eran diversos, unas veces las costas de pequeñas lagunas, otras los campos inundados accesibles desde el terraplén de la vía abandonada, también las cunetas y alcantaril­las que cruzaban los caminos rurales. Pescábamos siempre a la hora de la siesta, cuando el sol rajaba la tierra y en el pueblo no quedaba nadie despierto. Todo era posible dentro del alcance de nuestras bicicletas. Recuerdo los largos pedaleos por caminos polvorient­os, sólo alterados por algún perro que de tanto en tanto nos salía al cruce. Las presas más buscadas eran las tarariras, y las técnicas de pesca por demás rudimentar­ias. Los espacios intrincado­s entre los juncales y la cultura del lugar, no daban para grandes sofisticac­iones. Usábamos cañas robustas, tipo tacuaras, líneas armadas con un boyón de madera y un solo anzuelo, que se encarnaba con lumbrí o,

mejor aún, con rana, lo cual era pesca asegurada. Los piques eran violentos y las tarariras se sacaban de un tirón, nada deportivo pero bastante eficaz. Terminada la faena de cada tarde, el regreso al pueblo siempre era una interminab­le y agotadora carrera contra mi primo. Se iniciaba en el propio lugar de pesca y finalizaba en casa de la abuela. Como trofeo nos aguardaban el mate cocido y las tortas fritas. Estas carreras fueron siempre mi frustració­n, nunca le pude ganar a Bichi. Recuerdo que su bicicleta se perdía en el horizonte. Pero lo peor del caso eran las tortas fritas que me sacaba de ventaja. Esa tarde de verano, el lugar elegido fue la laguna del parque, un apacible espejo de agua de no más de cuatro hectáreas, rodeado por un camino y frondosa arboleda, que aún hoy se conserva intacto para el disfrute de los vecinos del pueblo. La pesca del día no fue nada especial, sólo un par de gordas tarariras que serían devoradas con la cena. ¡Hora de regresar! Juntamos las l íneas, ca rga mos l os per trechos en las bicicletas y de vuelta a casa en una veloz carrera. Como siempre, la bici de Bichi picó en punta llevando la caña de pescar atravesada sobre el manubrio. Cuando me preparaba para soportar la humillació­n del día y las cargadas implacable­s, sucedió algo inesperado. Bichi le pasó finito a un árbol, la punta de la caña rozó una rama, el manubrio giró rumbo a la laguna y la bicicleta emprendió una volada interminab­le sobre la barranquit­a de la costa. ¡Terrible zambullida! ¡Desapareci­ó bajo el agua con bicicleta y todo! Bicicleta recuperada, mi primo empapado y con barro hasta en las orejas, reanudamos la vuelta a casa. Ese día ya no hubo carreras, por primera vez pedaleamos a la par y en completo silencio. ¡Se venían los retos de mi tía y seguro que algún castigo nos estaba esperando!

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