El cura de San Martín que abrazó a la pobreza en su barrio y llegó al premio Nobel
Padre Opeka fue nominado por su aporte a la paz. Mucho antes de transformar Madagascar, se crió en zona Norte y recibía a familias carenciadas en su casa.
De San Martín a San Miguel, pasando por Escobar, Ramos Mejía y Lanús. Allí, a lo largo y ancho del Conurbano Bonaerense comenzó a escribirse la historia del Padre Pedro Opeka: el argentino que viajó a África para salvar a más de 500.000 personas de la pobreza extrema y que está nominado al Premio Nobel de la Paz por su labor.
En el mundo lo llaman el santo que rescató a Madagascar, la isla donde se instaló desde su juventud hasta la actualidad para ayudar a los que menos tienen. Sin embargo, en su natal Buenos Aires los vecinos de la zona lo conocen como "el hijo de Luis y María", la pareja de eslovenos que huyó de su país y se radicó en el noroeste la provincia justo seis meses antes de su nacimiento.
El espíritu solidario por el que hoy es reconocido nació con él el 29 de junio de 1948 y se reforzó durante su infancia y adolescencia. Una cualidad que lo convirtió en uno de los más queridos en cada barrio donde vivió.
Es que en ese entonces -cuando residía en zona Norte oeste- tenía la costumbre de recibir a cada una de las personas vulnerables que pasaban por su hogar para pedir un plato de comida. "En casa la consigna era: cada vez que viene algún pobre a la puerta, no se tiene que ir con las manos vacías", contó su hermana menor Lucía, que explicó que por ahora Opeka no tiene tiempo de dar entrevistas.
"Mi hermano en estos tiempos no está dando entrevistas dado que no le queda un solo momento del día sin actividad. Por la pandemia el trabajo es más arduo, y sale a recorrer a todos los pueblos en sus miles problemas y necesidades", contestó a Clarín.
Lucía relató cómo era la época en que el cura argentino integraba a la mesa familiar a quien lo necesitara.
Las acciones solidarias simplemente le salían y su necesidad por ayudar a los otros era una inquietud cada vez más latente. No obstante, no era lo único que deseaba: entre sus sueños, también estaba ser futbolista profesional, un dilema al que debió enfrentarse mientras jugaba en las inferiores de Vélez. Era o una cosa o la otra.
La decisión que tomó ya es mundialmente conocida. Primero realizó su noviciado en San Miguel, donde tuvo como profesor de teología a Pedro Bergogolio (o el Papa Francisco). Fue en el Colegio Máximo, una facultad de teología emblemática del Gran Buenos Aires, en un distrito con gran arraigo católico donde el propio Francisco fue alumno y después rector.
Después, Opeka continuó su camino por el sendero del servicio dejando atrás su vida en el Gran Buenos Aires, su oficio como albañil con su padre y su colegio de Escobar al cual volvió a visitar varias veces hasta el 2018.
A sus 22 años aceptó ir a una experiencia misionera a Madagascar. Un viaje que le cambió la vida y en el que se propuso cambiar la de los demás. Particularmente el día que vio a decena de niños pelear con un animal por un pedazo de comida. “Me quedé