Clarín - Zonal Norte

Guarda más de 17 mil reliquias y fue anfitrión de los Rolling Stones

Gabriel del Campo tiene galpones y museos con sus tesoros en San Isidro y San Fernando. Su bar Nápoles, de Capital, recibió a figuras de todo el mundo.

- Alex Leibovich aleibovich@clarin.com

Existe un rincón en Barracas que llama la atención tan solo al pasar por la vereda. Un bar gigantesco, de unos 2000 metros cuadrados, que alberga en su interior enormes antigüedad­es: desde mascarones de proa hasta viejos autos de carrera y réplicas de los Guerreros de terracota. Su particular mezcla de bar y anticuario llegó a atraer a estrellas como los Rolling Stones, los Guns N’ Roses, Miley Cyrus o Matt Damon. Es el bar Nápoles, ubicado en Av. Caseros al 449, y el hombre detrás del emprendimi­ento se llama Gabriel del Campo.

El anticuario argentino de 63 años es uno de los mayores exponentes del país en el ámbito. Cuenta con siete depósitos entre los cuales llega a contener más de 17.000 reliquias, una cifra de un inventario que intentó hacer en el 2010 y que no concluyó. "Ya perdí la cuenta de lo que tengo hace tiempo", afirma. No se considera un coleccioni­sta, sino un buscador de historias que lo conmuevan en los objetos que encuentra. Su próximo proyecto es realizar una megagalerí­a de tres pisos, repletos de antigüedad­es y autos de colección ubicado a unas cuadras del bar.

“El objeto, por más inanimado que sea, se contamina de la mano del que lo hizo y de la memoria que vivió el objeto”, cuenta Del Campo entre el bullicio y los mozos que van y vienen. A unos metros se encuentra un altar a Maradona y a un costado hay una vieja motociclet­a. Lleva una chaqueta marca Lee de los años 70 en perfecto estado.

“El laburo mío tiene una búsqueda que es muy parecida a AlíBabáy los40ladro­nes y a las historias de

piratas”, relata. Ya de chico le gustaba colecciona­r estampilla­s o muñecos Matchbox mientras leía novelas y cuentos de aventuras.

“Toda mi actividad de adulto tuvo que ver con cómo justificab­a y cómo armaba una estructura que me permitiera vivir siendo compulsivo para comprar”, cuenta. Y es que emprendimi­entos como el Bar Nápoles, un anticuario de San Telmo, otro en Recoleta y un hotel en San Isidro nacieron precisamen­te como espacios para seguir guardando los objetos que ya no sabe dónde poner. Su misma casa está repleta: “En mi habitación hay objetos que miden 4 metros y en mi co

cina hay 15 esculturas”, continúa.

Cuenta a la vez con tres depósitos en San Fernando en donde restaura autos viejos de carrera y lanchas. El Bar Nápoles era una de las cocheras de carruajes de Eduardo Anchorena a principios del siglo XX antes de convertirs­e en otro depósito suyo durante casi 20 años. Desde la vidriera se podían llegar a ver enormes estatuas y cerca de 40 autos. La gente se agolpaba para ver las reliquias.

Así, hace unos seis años, se le ocurrió fundar un bar-anticuario en el que los clientes pudieran tener contacto con los objetos. “A mí me gusta que la gente vea las cosas

aunque no pueda comprarlas. Es una caracterís­tica que no comparto con los colegas. En general los anticuario­s laburan a puertas cerradas”, explica.

Fue tal el éxito que el renombre del bar llegó a expandirse por el mundo. Así, ya fue visitado por bandas icónicas como los Rolling Stones o Guns N’ Roses, actores como Benicio del Toro o Matt Damon o celebridad­es nacionales como Susana Giménez, María Kodama o Juan Martín Del Potro.

Gabriel del Campo reiteró su afinidad por lo que le genera cada objeto, en lugar de lo que el mercado considera valioso. “Cada vez que alguien te llama no sabés si te vas a encontrar con un pedazo de la Capilla Sixtina o una licuadora de los ochenta. Eso te genera una fantasía que hace que cada día sea una aventura en este laburo”, dice.

Así, llegó a tener desde autómatas o sistemas solares movidos por engranajes, hasta enormes mascarones de proa. “Cruzaron tormentas e hicieron miles de kilómetros en la punta de los navíos”, dice fascinado sobre estos últimos. Hay uno al costado, algo resquebraj­ado por el tiempo y la historia que vivió. En ese sentido, a él no le interesa restaurarl­os tal como se encontraba­n originalme­nte: “Lo que le falta yo no lo toco. Me gusta que queden las cicatrices del tiempo que pasó y de la vida que tuvo el objeto”, cuenta. Cierta vez tuvo un colmillo de narval, ya que tiempo atrás se creía que pertenecía­n a unicornios. Se dice que la reina Victoria obtuvo uno y luego lo vendió para comprar un castillo.

Aparte, tiene una pasión especial por los autos de carrera. En los depósitos de San Fernando cuenta con vehículos que se remontan a 1903. En el bar se encuentran algunos de ellos, aparte de los trajes que poseían sus pilotos: “Me divierte esa contaminac­ión humana del objeto: tener el auto, el casco y los guantes. Si pudiera tener el cadáver del piloto lo tendría también arriba del auto”, declara.

La acumulació­n de objetos lo llevó ahora a embarcarse a un nuevo y arriesgado proyecto: una megagalerí­a de 3000 metros cuadrados de tres pisos. Espera inaugurarl­a en unos siete meses, a tres cuadras del Nápoles: “Va a contener un sótano de cerca de 40 autos clásicos, un piso de antigüedad­es fuera de escala, un piso de galería y un montacarga­s industrial central que te lleva a los tres pisos”, afirma.

El niño que colecciona­ba estampilla­s y que leía historias de Salgari o de Mujica Lainez continúa siendo el motor de sus emprendimi­entos. Para él las antigüedad­es emanan algo más: “Un objeto tiene que ver con vos y con lo que te va a despertar. Te acompaña, te ayuda a leer, a escribir, te despierta la imaginació­n. Una vez que los entendés y te amigás con ellos la relación es casi humana”, cierra.

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Excéntrico. Del Campo colecciona desde joven muebles, autos, obras de arte y hasta ropa antigua.

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