Ecos

ESCENAS DE ULTRAMAR

Mit Javier Badani Ruiz aus Bolivien begrüßen wir einen neuen Kolumniste­n, der sich zunächst mit seinem Land auseinande­rsetzt.

- POR JAVIER BADANI RUIZ Javier Badani Ruiz es periodista boliviano. Trabajó en el periódico La Razón y publicó sus reportajes en otros medios dentro y fuera de su país. Fundó la plataforma digital La Pública.

Ein Brief aus Bolivien

Les escribo desde un país donde rellenamos las empanadas con caldo caliente y secamos la carne al sol para preparar tradiciona­les manjares. Donde los automóvile­s nuevos se hacen bendecir con agua bendita, incienso y serpentina. Un país donde un brindis no es brindis hasta que no se ha derramado al piso el chorrito de cerveza en honor a la Pachamama. Un país donde año tras año ponemos nuestros anhelos de casa propia, títulos profesiona­les y dinero en las réplicas en miniatura que compramos en la fiesta del Ekeko, el diosecillo de la abundancia. Un país donde los ritmos folklórico­s se escuchan hasta en la más exclusiva de las fiestas de la clase alta.

Bolivia es un país atravesado por las diversas tonalidade­s identitari­as que la descubren multicultu­ral y le condenan a permanecer en constante estado de construcci­ón. Un país que aún se piensa, un país anclado en sus paradojas.

Bolivia está en el corazón de Sudamérica, atada a la tierra y lejos de un mar que le fue arrebatado en alguna de esas guerras que solemos provocar los seres humanos cuando nos pellizca la codicia.

Bolivia es joven, pero tiene la piel avejentada. Nació vieja, con siglos de arrugas que se le fueron amontonand­o en su pellejo mucho antes de su nacimiento, mientras el español se encargaba de sembrar espada y cruz en sus venas.

Bolivia tiene sangre mestiza y una raíz india que aún le avergüenza. Más de un siglo hubo que esperar desde su fundación para ver al primer indígena acomodarse en la silla presidenci­al. Y allí sigue, 12 años ya, haciendo de las suyas.

Bolivia se fragua en sus calles. Allí donde un día cualquiera nos disfrazamo­s de diablos y bufones para girar como trompos hasta desfallece­r, y al día siguiente violentos zapateamos nuestra protesta social al son del estribillo sindical.

Escribo, a pesar de Bolivia.

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