EL ALFABETO DE NUESTRO TIEMPO
Sie gehörte zu den “Müttern” der Unabhängigkeit Lateinamerikas
Rosa Campuzano
Martín Caparrós über die Muse der Freiheitskämpfer
L LLos tenía comiendo de su mano y por supuesto que se aprovechaba. La patria americana nacía apenas: había que hacer todo lo posible para ayudarla a crecer, pensaba Rosa, y esos hombres eran tan fáciles de manejar. Para ella, por lo menos.
Rosa Campuzano Cornejo había nacido en Guayaquil en abril de 1796, hija de un comerciante rico de cacao y una mujer pobre de piel de chocolate –que no estaban casados–. Su padre la reconoció y le dejó dinero; en 1817 Rosa fue a instalarse a Lima, la corte virreinal, donde sentó cátedra. Era bella –la tez muy blanca, decían, los ojos muy azules, la figura ligera–, había leído a Rousseau y a Goethe, y usó su poder sobre los hombres para engatusar a más de un oficial realista, sacarle información, pasarla a esos rebeldes que entonces se llamaban patriotas porque querían un país sin reyes españoles.
También llevaba armas y proclamas o refugiaba militares independentistas. Fuera de las miradas era una sediciosa; bajo los candelabros, la mujer más deseada. En 1821, al fin, los españoles fueron derrotados: un general José de San Martín, cuarentón, casi guapo, un argentino avant la lettre, que había llegado con su ejército del sur, les quitó Lima. Para celebrarlo, ese 28 de julio hubo baile de gala; San Martín, cuando vio a Rosa, se rindió. Dicen que, galante, le agradeció su trabajo por la causa; dicen que ella le dijo que si lo hubiera conocido antes, más habría trabajado.
El romance duró los meses que el general victorioso, nombrado Protector, pasó en Perú. A ella, por eso, la empezaron a llamar la Protectora. San Martín debió seguir camino: le quedaba mucha guerra por delante. A Rosa Campuzano, en cambio, menos: las damas de la buena sociedad nunca le perdonaron que fuera más bella, más inteligente y más valiente; su venganza fue la condena social, el ostracismo, la estupidez triunfante una vez más.