Ecos

Conil de la Frontera

Buscando la luz

- INTERMEDIO POR ANA BRENES GARCÍA

Los amantes de la luz encuentran en Conil una gama de blancos y verdiazule­s única que invita a fotografia­rla, a pintarla o simplement­e a pasear y grabarla en la memoria. Un placer visual del que disfrutar durante las horas previas al ocaso por sus estrechas calles. Comenzamos por el arco de la Villa, antigua puerta de entrada a la ciudad medieval amurallada, cruzamos la Plaza de España y bajamos hacia la derecha en dirección a la mar, hasta llegar a la antigua Plaza Mayor, donde está la torre de Guzmán. Ésta fue construida por don Alonso Pérez de Guzmán, fundador de la casa de Medina-Sidonia, cuando recibió del

rey Sancho IV las almadrabas de la zona cercana al estrecho de Gibraltar en 1299. Alrededor del torreón se fueron levantando un castillo (del que no queda nada), la iglesia de Santa Catalina, dedicada hoy a exposicion­es, y la chanca del s. XVI construida para el despiece y salazón del atún. Esta ha sido recienteme­nte rehabilita­da para el Museo del Atún y eventos culturales. Subimos a la terraza de la torre para gozar de la vista panorámica del pueblo y sus playas. Abajo, el blanco de las casas, a la izquierda, el verde intenso del prado y el rojo de las vacas; detrás el faro de Trafalgar, y al fondo, el norte de África. Desde ahí las playas: el Palmar, favorita de la gente más alternativ­a, luego la torre de Castilnovo del s. XVI y la boca del río Salado para los bañistas más solitarios. A los pies del pueblo, la playa de los Bateles, testigo de la llegada de cientos de atunes desde hace siglos. A continuaci­ón, la Fontanilla, conocida por sus restaurant­es de pescado fresco. Detrás el acantilado, la Fuente del Gallo, y a lo lejos el faro de Roche en el puerto pesquero. Enfrente, la mar azul inmensa que besa la orilla con el blanco de su espuma. Descendemo­s y continuamo­s el paseo, ahora por la Calle Cádiz donde un arco iris de flores brota de cada patio. Para terminar, bajamos desde la Puerta de Cádiz hasta el paseo marítimo para presenciar la puesta de sol, que se esconde poco a poco por el horizonte dejando un rastro de violetas, amarillos y anaranjado­s, hasta que el telón de fondo de la noche cierra el gran espectácul­o de la luz.

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El otoño invita a disfrutar de las playas tranquilas y del solque ya no quema pero acaricia.
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