Explorando la isla del viento
Fuerteventura tiene 150 kilómetros de playas y una temperatura media de 22 grados todo el año. Por eso, el viajero sólo tiene una obligación en Fuerteventura: ir a la playa. Una de las más bonitas es la de Cofete, en Morro Jable. Para los surfistas, la playa de Sotavento es un verdadero paraíso.
El filósofo Miguel de Unamuno dijo que Fuerteventura es un “pedazo de África sahariana lanzado en el Atlántico”. Si quiere encontrarse con el Sahara majorero, basta con ir a las dunas de Corralejo: desierto y mar turquesa.
Conocido es el dicho “Por ver el árbol, no ven el bosque”. ¿Quiere ver el bosque? Desde el mirador de Morro Velosa (en Betancuria) puede ver toda la isla: “Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos” (Unamuno). El mirador se encuentra sobre un cráter volcánico a 650 metros de altura.
Fuerteventura es una isla pelada, sí, pero tiene algunos pueblos encantadores, como Betancuria y La Oliva. Betancuria es como un oasis donde apagar la sed, mientras que La Oliva tiene la iglesia más bonita de la isla.
Una escapada a la isla de Lobos vale la pena. Desde el puerto de Corralejo, son 20 minutos en barco. Allí lo esperan la magnífica playa blanca de La Concha y la formación volcánica de La Caldera, de 127 metros de altura.
Fuerteventura ha sido declarada Reserva Starlight, un certificado de la calidad de su cielo nocturno, libre de la luz artificial. Existen varios miradores para contemplar su cielo profundo, como el de Sicasumbre (en Pájara) o el Observatorio Astronómico de Tefía. Y si usted está cansado de estar tumbado en la playa, puede darse un paseo por la Reserva Ornitológica de El Jarde, 200 hectáreas habitadas por aves autóctonas. La Red Insular de Senderos ofrece pistas para recorrer a pie o en bici.
Todos sabemos que la playa abre el apetito. Para saciarlo, no deje de probar la comida majorera: el sancocho, las papas arrugadas con mojo... y, por supuesto, el pescado, la carne de cabra y el queso majorero.