Una mochila en Mallorca
Llegamos al hotel en Cala Santanyí, mis tres hijos eran pequeños aún. Había reservado el traslado del aeropuerto al hotel en un minibús que hacía la ruta en base a los hoteles de los pasajeros. Todos los demás turistas eran ingleses y nosotros los primeros en bajar. El conductor salió, nos dio las maletas, el cochecito plegado, nos preguntó: “Tenéis todo, ¿no?”. Arrancó el minibus y se fue. Mientras la furgoneta se estaba alejando y antes de dirigirse a otro lugar, a otro hotel, a desaparecer para siempre, le pregunté a mi mujer: “Y la mochila negra, la tienes tú, ¿no?”
Ups, ups, ups, la mochila negra seguía, por supuesto, en el minibús, con todos nuestros documentos, dinero, cámaras, es decir, con todos los objetos que tenían algo de valor. Bingo, nuestras vacaciones para descansar un poquito en Mallorca habían comenzado de la mejor manera posible.
De pura casualidad, había guardado el teléfono de la compañía en el bolsillo del pantalón. Llamé por teléfono, me atendieron, entendieron el problema, me prometieron ponerse en contacto con el conductor, que llamara más tarde. Así lo hice. Habían localizado al conductor, el hombre dijo que no había visto nada, pero que más tarde podría mirar otra vez. Adiós, mochila. Cualquiera de los turistas se la podía haber llevado en uno de los próximos hoteles, en alguna de las siguientes paradas de la ruta.
Volví a llamar a la compañía. Y, ahora, sí, el conductor había encontrado la mochila, podía ir a Cala d´Or, por donde pasaba su siguiente ruta, y me la entregaría.
Llamé a un taxi, fui a Cala d´Or, donde di con el conductor enfrente de un hotel. Me dio la mochila y se largó antes de que pudiera darle el gran abrazo que se merecía.
Controlé la mochila, no faltaba nada. El taxista aún estaba esperando, volvimos a Santanyí y ahora sí que empezaron mis vacaciones.