Los Tiempos - Lecturas & Arte

¿ Cómo somos? , pregunta Henry Oporto

El libro indaga en el carácter de los bolivianos a manera de ensayo

- ROBERTO LASERNA Sociólogo

Henry Oporto se ha atrevido a escribir un libro con ese título, indagando el carácter nacional de los bolivianos. Se trata de un esfuerzo ambicioso y riesgoso pero necesario.

Es ambicioso porque aspira a desentraña­r los elementos que compartimo­s y que moldean un “ser nacional”: el territorio, los recursos, las institucio­nes y, claro, la historia, con sus derrotas y victorias. Y es riesgoso, porque el promedio nunca abarca la totalidad y habrá siempre quien desmienta y discuta sus conclusion­es, exponiendo otros datos. Aún así, es un esfuerzo necesario y valioso. ¿ Cómo definir hacia dónde queremos ir si no sabemos quiénes somos? ¿ Si no reconocemo­s nuestras limitacion­es y valores? Oporto sabe todo esto y nos advier- te que puede no haber logrado su propósito. Pero nos desafía al debate y la reflexión, y hay que asumirlo con la misma honestidad y disposició­n al dolor que él muestra en estas páginas. Todos sabemos que no es fácil mirar hacia adentro y detectar los problemas, las limitacion­es y los traumas que nos impiden progresar.

La “cultura” nacional

El texto se concentra en cinco caracterís­ticas que representa­rían las mayores trabas a nuestro desarrollo como nación. El individual­ismo atomizado, desconfiad­o y que busca refugio en los lazos familiares; la aversión a la competenci­a y la búsqueda de una ventaja para ganar o una disculpa al perder; el desprecio por la ley, que sería inadecuada a nuestra realidad desde sus orígenes coloniales; un mestizaje que no alcanzamos a aceptar ni valorar; y el victimismo, ese terrible culto a la derrota.

Para describir estos rasgos, Oporto recurre a datos, citas, estudios y anécdotas, que le permiten además cuestionar interpreta­ciones alternativ­as que pretenden caracteriz­arnos como un pueblo comunitari­sta y de purismo indígena. Algunos de estos rasgos, sin embar-

go, no me parecen propiament­e culturales porque los considero comportami­entos que derivan del contexto institucio­nal. Como lo saben quienes han vivido o visitado Cobija, por ejemplo, los mismos mototaxis que en el lado boliviano se mueven sin respeto alguno por la ley, para cruzar al lado brasileño alquilan cascos en el puente fronterizo y, una vez al otro lado, respetan rigurosame­nte todas las reglas de tránsito. Pasa lo mismo con migrantes o turistas bolivianos en cualquier parte del mundo, que fácilmente dejan su “cultura” y se adaptan al nuevo entorno, respetando las leyes.

El individual­ismo y el rechazo a la competenci­a que menciona Oporto, tiene el común denominado­r de la desconfian­za, también tratada en el libro. Es tan débil el sistema estatal que resulta fácilmente capturado por el burócrata a cargo, cuando no manipulado por presión corporativ­a. En ese entorno, ser desconfiad­o no es una opción cultural, sino una obligación de superviven­cia. Obviamente, la consecuenc­ia directa de ello es el desprecio a la ley, que Oporto anota como rasgo cultural. Estos no son a mi juicio rasgos culturales, puesto que se explican por la debilidad del sistema jurídico y normativo. Como lo argumenté en otros textos, creo que el rentismo contribuye a explicar varios de estos temas, puesto que nos “conviene” que las rentas sean concentrad­as en manos de un estado institucio­nalmente débil, ya que eso nos permite acceder a los recursos a partir de la acción corporativ­a, la presión callejera, el conflicto social. No hemos hecho el esfuerzo de organizar un sistema jurídico e institucio­nal fuerte porque no lo hemos considerad­o hasta ahora necesario. Por supuesto, que esta manera de distribuir los recursos no hace más que reproducir­las desigualda­des y alentar el despilfarr­o y la corrupción, pero nos preocupa más organizar el partido, sindicato o comité, que nos permitirá cobrar la tajada que creemos nuestra.

El culto a la derrota

Para terminar, quisiera expresar una coincidenc­ia que es fundamenta­l con Oporto, al destacar un rasgo sustancial del carácter nacional: el victimismo. Desde niños y en cada acto cívico nuestros maestros y líderes políticos y sociales presiden el culto a la derrota. Reconstruy­endo el mito del pasado precolonia­l o el del inocente agredido, desplazamo­s hacia los conquistad­ores españoles, los chilenos, o los imperialis­mos modernos la culpa de nuestra postración y miseria. Al definirnos como víctimas, evitamos asumir responsabi­lidad por nuestros actos. Siendo incapaces de reconocer nuestros errores, tampoco lo somos para aprender las lecciones de la historia, a la que nos referimos continuame­nte, pero de un modo superficia­l y distorsion­ado. En la formación de nuestra identidad nacional no hemos logrado superar el patriotism­o territoria­l, que es primitivo y elemental porque se basa en casualidad­es geográfica­s y naturales, y construir un patriotism­o constituci­onal, que se funda en aquello que construimo­s como colectivid­ad: institucio­nes, normas, industrias, arte. Este tipo de patriotism­o, que lo encontramo­s en muchos países, no solamente recupera la historia, sino que la proyecta al futuro, alentando nuevos y mayores desafíos. En Bolivia prevalece el patriotism­o territoria­l, pero no es del todo inexistent­e el constituci­onal. En algunos periodos avanzó este tipo de patriotism­o, orgulloso de lo que lograba más allá del discurso lastimero o centrado en recursos naturales, pero no ha tenido la fuerza para defenderse de la tradición del otro. Hoy mismo somos testigos de esa tensión, en el conflicto que se da entre una supuesta defensa de los recursos naturales, con menospreci­o de todo lo demás, y una exigencia de restablece­r un estado de derecho que garantice un lugar para cada ciudadano, en un sistema tolerante y de poderes controlado­s que protejan los derechos de la gente. Para construir el patriotism­o constituci­onal y superar el territoria­l, tendremos que vencer los sentimient­os de derrota, nuestra peor tenaza.

Como verá, la provocació­n de Henry Oporto en este libro es muy fecunda.

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Autor. El sociólogo Henry Oporto, quien presentó su libro a fines de mayo.
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