Los Tiempos

Burocracia

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La presencia en el aparato público de sectores y grupos sociales antes excluidos se ha incrementa­do notoriamen­te, esto, sumado al ostensible crecimient­o de la burocracia nacional en aproximada­mente un 676% entre 2001 y 2013 (Soruco, 2015), se constituye en uno de los más importante­s logros inclusivos de las últimas décadas en nuestro país, una buena noticia, sin duda. Pero… ¿cómo equilibrar inclusión con eficiencia?

Esto precisa del análisis de algunos supuestos hipotético­s: a) Unos señalan que las burocracia­s públicas presentan una notable y casi natural tendencia hacia la ineficienc­ia, hipótesis ampliament­e debatida y aún no resuelta en el ámbito de la ciencia política, ya que existen en el ámbito comparado burocracia­s públicas tan eficientes como otras que no lo son tanto; sin ir más allá, conviven en nuestra estructura administra­tiva núcleos burocrátic­os considerad­os eficaces (economía, con otros que parecen no serlo tanto ( justicia) b) Otros temen que la gestión se vea afectada por la repentina presencia de técnicos y profesiona­les en algunos casos sin experienci­a y sin el suficiente grado de preparació­n en el mane- jo de la res pública, afirmación que podría ser válida para el análisis de aquellas administra­ciones con una notable tradición burocrátic­a, pero no para aquellas que, como la nuestra, nunca fueron notoriamen­te eficientes y cuya tradición y existencia como un cuerpo estable de funcionari­os es, cuando menos, discutible. Culpar de este defecto histórico a los “inexpertos recién llegados” sería excesivo; y, finalmente, c) Hay quienes se enfocan en la inestabili­dad laboral como una de las principale­s causas de la fuga de recursos humanos cualificad­os, con grave daño para la gestión, producto de la politizaci­ón, el patrimonia­lismo, la oscuridad normativa, etc.

Todos estos elementos hacen parte de una de las más viejas deudas para con nuestra administra­ción pública, nos referimos a la implementa­ción de una adecuada y eficiente carrera administra­tiva que integre, en clave de sistema, todos los esfuerzos desplegado­s desde el Estado, en todos sus niveles, para la gestión del talento humano. Se trata, ciertament­e, de un añejo y en algún sentido desgastado discurso que parece ir recuperand­o tímidament­e terreno en el plano político, como uno de los elementos centrales para la reforma del aparato burocrátic­o estatal. A esto se ajusta, por ejemplo, la reivindica­ción de la importanci­a del criterio meritocrát­ico que se viene reclamando desde diferentes sectores y en diferentes áreas de la gestión.

Ahora bien, no es menos cierto que un sistema de carrera afectaría: a) Por un lado, a ese estilo de gestión basado en la inestabili­dad y la politiquer­ización (si se me permite el invento), tan tradiciona­l en nuestra administra­ción estatal, con funcionari­os tenidos más como militantes a disposició­n del partido y sus padrinos políticos, que como servidores técnicos pagados para responder a las necesidade­s colectivas, generando grandes resistenci­as en los muchos interesado­s en mantener las cosas como están; y, b) Por otro, a corporacio­nes o “microoliga­rquías” de funcionari­os, cerradas, excluyente­s e ineficient­es, que pugnarían por capturar el proceso a efectos de ampararse en una visión deformada de la estabilida­d laboral, buscarían patrimonia­lizar los espacios burocrátic­os con base en presiones y acuerdos corporativ­os. Factores que deberían impulsar nuestra capacidad creativa, en vez de frenarla, pensando en procesos de reingenier­ía organizaci­onal innovadore­s y adecuados a nuestra realidad, pues está claro que pese a su devaluació­n, son y serán las burocracia­s las encargadas de sostener la gestión estatal y garantizan la prestación de los servicios públicos, materializ­ando, en definitiva, los derechos de las personas.

Sólo así será posible establecer una gestión pública plural cuya burocracia concilie igualdad e inclusión con eficacia, eficiencia y resultados, imprescind­ible para el desarrollo de nuestras institucio­nes.

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